Por: Tamara Mathov**

Ahí están pintados, de Evelio Rosero Diago, no sólo es una obra de teatro para niños sino por los niños mismos. Como el autor menciona en el prólogo, la obra fue escrita a pedido de tres vecinos de la vereda, para ser representada por ellos en el colegio. Con esta misma intención, la editorial Panamericana añade un anexo a sus tres actos que funciona como propuesta para la puesta en escena. El montaje de personajes, vestuario y escenografía se describe con elementos al alcance de la mano que simplifican la construcción física de un mundo de ficción. Esta posibilidad performativa, eso que se fuga del libro y se materializa en el espacio, se ve facilitada por las ilustraciones de Giovanni Cabrera. Sin ser realistas sino algo payasescas y cubistas, las imágenes describen los escenarios y los personajes de manera que el lector pueda inspirarse para montar la obra o, en todo caso, visualizar una historia que no pretende limitarse al diálogo. 

El primer acto nos presenta dos personajes muy conocidos con una caracterización inusual: Dios y el Diablo no sólo son muy parecidos a los humanos, sino que son amigos y conversan sobre la decadencia de sus vidas. El mundo ha perdido la fe y ellos, inmediatamente, han perdido sus poderes. En el universo de Ahí están pintados el cristianismo se ha vuelto mitología, sus nombres resuenan en los oídos de las personas pero no están seguros de saber quiénes son: “¿Dios? ¿El diablo? ¿Quiénes son esos?” pregunta uno de los siete personajes, “Olvidalo, mi amor. Son seres prehistóricos” contesta otro. Ellos están ahí, pero están pintados. Son, en el mejor de los casos, parte de la historia. 

La obra propone que Dios y el Diablo poseían poderes cuando los mismos humanos construían su divinidad, y, con clara intención grotesca, realiza el gesto fundamental del siglo XX: ya no hay Dios, pero no porque haya muerto sino porque ha descendido a la condición humana. Dios ya no es personificado como un viejo sabio, sino como un viejo decrépito, un viejo verde y patético, aunque algo tierno en su ridiculez. Si a los dioses no los aquejan las necesidades fisiológicas, este Dios es acechado por un hambre voraz y hace desaparecer un pato con la misma gula de un pecador, al tiempo que lo invade una lujuria incontrolable ante la presencia de una muchacha. El diablo, por su parte, se desarma: pierde sus cuernos y pierde su tridente. Sin símbolos que le sean propios, ya no representa nada y pierde todo lo que lo hace ser quien es. Si bien en los primeros actos se percibe una suerte de pesimismo con respecto al mundo actual donde el desempleo, la ira, los celos y la ley parecen confabular para acabar por corromper la humanidad, una vez concluida la obra esto se resuelve sin caer en moralismos o retornos a la fe cuando Dios emancipa a los hombres. Ya no lo necesitan, pero confía en que saben lo que hacen, ya pueden vivir sin él.
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*Ahí están pintados
Evelio Rosero Diago
Ilustraciones de Giovanni Cabrera
Puesta en escena de Jaime Villa
Literatura infantil y juvenil - Guión teatral
Editorial Panamericana, Bogotá. 1998 62 páginas

**Tamara Mathov (Buenos Aires, 1989). Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y gracias a un convenio pudo cursar un semestre en la carrera de Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Desde 2014 reside en Bogotá. Ha publicado cuentos y poemas en antologías y ensayos académicos en revistas especializadas.

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