Nubes indelebles
Aridjis, Chloe. 2011. El libro de las nubes. México: Fondo de Cultura Económica.
Por
María Paula Díaz Castillo
¿Cómo
continuar escribiendo? Es la pregunta contundente que atañe a los
escritores. ¿Cómo agregar un hilo más a la enorme telaraña de
libros? Cada uno responde a su manera, experimentando
transformaciones radicales, proponiendo lecturas con un modo
particular, cambiando el lenguaje, jugando con el narrador o el
tiempo; decisiones vinculadas a los cambios históricos, culturales o
sociales.
Una mujer contesta con un
libro difícil de descifrar, pues como el cielo, está plagado de
formas impredecibles con apariencia de algodón. La novela nos cuenta
el último período de estadía de Tatiana en la capital alemana. Sin
embargo, comienza con un episodio de su infancia en el que viajaban
por Europa con su familia y la última noche asisten a una
manifestación en contra del Muro de Berlín. Al regreso, en un
metro, por supuesto repleto de gente, ella se figura aquel
desordenado amasijo de cuerpos: “como una extraña composición
cubista, todo lo que veía no eran sino fragmentos angulosos de sus
rostros: los labios de mi madre, la nariz de mi padre, el cabello de
mi hermana; recuerdo haber pensado que esa mezcla era más atractiva
-un ser compuesto por tal o cual parte de cada uno de ellos- que el
complejo conjunto de seis personas al que yo estaba unida de por
vida” (p.12). Lo más extraordinario de este pequeño fragmento es
cuando ella descubre a Hitler disfrazado de anciana, sentado frente a
ella. Nadie más lo nota, aunque ella trate de llamar la atención de
sus familiares al respecto, además el personaje está acompañado de
dos enormes hombres que parecen ser sus guardaespaldas. El encuentro
es perturbador y escalofriante, y el exagerado calor se suma a la
angustia de la escena. Cuando ella le cuenta a su familia, nadie le
cree.
Sucesos
similares ocurrirán con frecuencia a lo largo de la obra. La
protagonista ve cosas de las que está segura, los acontecimientos se
muestran certeros, pero resultan imposibles para los otros personajes
e incluso para el lector. La incertidumbre de las escenas
transcurridas jamás se disipa, sino que invita a la búsqueda de
sentido, a las especulaciones y a la inquietud.
Tatiana
cuenta los acontecimientos trastocados por su imaginación, con una
tendencia a crear misterio y hacer siniestro cuanto ocurre. La
narración toma distancia de la realidad y se instala en el plano de
la analogía poética, dentro del cual se circunscriben tensiones
humanas de gran trascendencia como la dicotomía entre lo efímero y
lo que permanece, correspondiente a la presencia de las nubes y las
reflexiones concernientes a la historia de Alemania. Las nubes son el
cambio constante, la novedad y la desaparición instantánea.
Los dos personajes
anteriormente mencionados son los únicos con quienes la protagonista
establece una relación en Berlín y sin embargo, siguen siendo
distantes para ella. El Dr. Weiss es un famoso historiador que
contrata a Tatiana para que transcriba una serie de pensamientos que
él ha grabado en un dictáfono. La comunicación es escasa entre
ellos, Tatiana prefiere la voz grabada por encima de la real, ya más
agotada y vieja. A pesar de la supuesta apatía, la intriga por la
vida íntima de su “empleador”, por conocer los mínimos detalles
de su existencia, revela un anhelo no solo de cercanía sino de
conocimiento absoluto: “me preguntaba cuántas horas dormía por la
noche y qué tipo de sueños tendría, qué comía para desayunar y
si leía lo que estaba escrito en las cajas de cereales y en las
etiquetas de los saquitos de té” (81).
Una
noche, la visión de un hombre vestido de mujer se repite. Una capa
roja llama la atención de Tatiana, quien se fija con mayor
detenimiento en el aspecto del travestido y cree reconocer bajo el
maquillaje a Weiss. Especula sobre esa posibilidad y asocia el
colorete que alguna vez vio en el baño del apartamento. Esta vez
disminuye la seguridad de lo que está viendo y concibe el hecho como
una alucinación, aunque al final le pregunte directamente al Dr.
Weiss si alguna vez estuvo en el S-Bahn vestido de tal forma.
Tatiana
conoce a Jonas debido a una entrevista encargada por Weiss como parte
del trabajo. Jonas es un meteorólogo fascinado principalmente por
las nubes, que de niño dibujó a un grupo de hormigas atravesando el
Muro por debajo, cuando vivía en Berlín oriental durante la Guerra
Fría. Entre él y Tatiana surgirá una especie de atracción, salen
varias veces y una vez tienen sexo. En las primeras dos ocasiones
algún evento externo tiene más importancia que la cita misma. El
encuentro sexual es para ella solamente una satisfacción corporal,
mientras que él dice estarse enamorando. Justo antes de la relación
íntima, Jonas relata su visión del espectro de Brocken: “Sí, mi
sombra, magnificada y proyectada sobre la bruma de debajo, debido al
sol que tenía tras de mí” (p.50). Este curioso detalle del
fenómeno meteorológico está dentro del juego de seducción de
Jonas, pero no deja de causar extrañeza al lector. Cuando finalizan,
Tatiana se resiste a dormir con él y le insta irse.
En
la primera salida, Tatiana decide bajar con un grupo de personas y un
guía a una bolera de la Gestapo, ubicada debajo del lugar en el que
celebran la fiesta a la que han asistido la protagonista y Jonas.
Justo antes de emprender el ascenso, la protagonista tiene un impulso
de borrar de la pared las marcas de tiza que trazaron hace mucho los
jugadores para llevar la cuenta del puntaje. Lo emborrona rápidamente
con su puño, pero al intentar salir, la oscuridad total le impide
ver cualquier cosa y tropieza muy duro contra algo. Lastimada y en un
estado de angustia y desesperación, imagina de nuevo, oye
movimientos, se supone muchos kilómetros más abajo de lo que ya
está, la invade el miedo. Finalmente el guía vuelve acompañado de
otro hombre y la ayudan a salir. Un poco coja, regresa con Jonas y no
le cuenta mucho de lo ocurrido.
El
descenso a la bolera, lugar lóbrego y húmedo significa para Tatiana
un reencuentro con los demonios de Berlín que ya había visto en el
metro. No se han marchado, siguen acechándola, lo cual le hace
pensar que estarán allí para siempre. Tatiana es de origen judío,
entonces su propio pasado y su historia tienen un vínculo con la
historia de la humanidad, el Holocausto nazi hace parte de ella, de
sus miedos, a pesar de su nacionalidad mexicana y de pertenecer a
otra época, posterior a la Segunda Guerra Mundial. Esta conexión
sugiere que los demonios no son propiamente de la ciudad, están
atados a ella, son los demonios de la memoria, es la Historia
apropiada y vista desde una subjetividad distinta. Así mismo, la
ciudad que se ha recreado esencialmente por medio de descripciones
climáticas podría ser el “paisaje interior” de Tatiana,
extrapolado en las calles frías, bajo un cielo generalmente gris. En
dos ocasiones la protagonista visualiza los “paisajes interiores”
de otras personas; y recuerda que su madre decía siempre que incluso
las almas más empobrecidas poseían uno (p.100).
La
segunda vez que el meteorólogo y la protagonista se encuentran, van
al monumento erigido a las víctimas judías de las guerras. Un
espacio atiborrado de losas de hormigón apiladas en columnas. Jonas
le propone jugar a las escondidas, Tatiana ve un ejército en aquel
lugar y queda paralizada de nuevo por el miedo.
La
soledad de Tatiana es contradictoria, puesto que en ocasiones busca
alejarse de las personas y de las relaciones, pero al mismo tiempo
necesita su compañía o saber de sus vidas, se fija mucho en los
pequeños gestos de los demás, su mirada es minuciosa. Parece más
que sola, perdida, como las aves en medio de las luces artificiales.
Ella está perdida en su propio paisaje, no logra ver claro pues todo
resulta velado por una cantidad mínima de locura, está perdida
dentro de sí misma.
Podríamos
decir que la escritura propuesta por Aridjis está basada en el
proceso de formación de las nubes y en cómo las contemplamos. Por
un lado, la obra literaria es dispersa, la narración se desvía en
montones de nimiedades, en pequeños fragmentos pertenecientes al
pasado que de alguna manera se aglomeran para formar cúmulos de
sentido. Las nubes son el producto de la condensación del agua y
absorben otro tipo de partículas que se encuentran en la atmósfera.
La concentración que ocurre en el cielo equivale a la disposición
narrativa de los mini relatos alrededor de momentos a los cuales se
les da relevancia en la historia. Así, un suceso cotidiano
rememorará acontecimientos de la infancia de Tatiana junto a
recuerdos de sus anteriores meses en Berlín de manera aleatoria: sin
necesidad de un nexo temporal preciso entre ellos.
También hay un notorio
movimiento en descenso, desde el comienzo hacia la mitad del libro y
en ascenso, de la mitad hasta el final. En la descripción de la
tormenta de verano que hace la narradora, al inicio de la obra, se
hace mención del cumulonimbo,
una nube alta. Más adelante se hablará de lluvia y en la mitad del
libro está la inmersión subterránea en la cual hay humedad.
Entonces tenemos la primera parte del ciclo del agua, en la cual se
dirige a la tierra y es absorbida por ella. Poco a poco el agua
comienza a subir de nuevo, el espectro de Brocken y el atraco del
cual son víctimas Weiss y Tatiana cuando salen del apartamento de
Jonas son entradas de la extraña niebla: “las nubes que habían
descendido a nivel del suelo como para venir en nuestra ayuda cuando
todo parecía perdido” (173), “subiendo por los muros” (175).
Un primer momento de elevación, las nubes ya no están bajo el
suelo, sino sobre él. Al final del libro, Tatiana viaja en un avión
a la misma altura de las nubes, dando cuenta del ascenso. El ciclo se
completa: como comienza la obra, termina, con la excepción del
estado, aparentemente más tranquilo al final, “una suerte de
réquiem aéreo” (195). Si en el inicio la tormenta concuerda con
el turbulento estado de ánimo que embarga a la protagonista, la
calma atmosférica del final tiene cierto matiz melancólico. Esta
suerte de ciclo está ligada a la transformación del personaje, a su
confrontación con los miedos más profundos, su aceptación del
inminente pasado y la toma de nuevas
decisiones.
Por
otro lado, aunque las nubes cambian todo el tiempo, el cielo
permanece. Ha estado allí desde mucho antes que existiéramos,
aunque no sea el mismo, las nubes lo han cambiado infinitas veces. Es
quizás este ejemplo el que mejor ilustra la tensión que ya habíamos
mencionado anteriormente: prevalece en la obra tanto lo efímero como
lo indeleble. La novedad, el cambio, la inconstancia, la regeneración
y el olvido por una parte; frente al pasado, la historia, la
perpetuidad y la memoria. Somos las masas de algodón que cruzan el
firmamento, efímeras vidas sobre un continuum.
Solemos
hallar formas en las nubes, vemos en ellas objetos de nuestra
cotidianidad, monstruos o animales. Pero las nubes no poseen
efectivamente las formas que les damos, es nuestra percepción
mediada por la imaginación la que impone determinada estructura a la
realidad. ¿No implica el mismo ejercicio la creación en la
literatura? El
libro de las nubes
es un compendio de recuerdos vaporosos a los que la protagonista
intenta dar forma y una invitación al lector a hacerle compañía en
su búsqueda, a leer más de la mano de la imaginación que de la
lógica, al pendiente del detalle y la minuciosidad.
Finalmente,
la pregunta por la identidad es inherente a El
Libro de las nubes
:
escrita en inglés por una mujer de diversos orígenes es considerada
una obra de la literatura latinoamericana contemporánea. Inmersos en
una historia que ocurre en Berlín pero que es protagonizada por una
mexicana, encontramos un sinnúmero de referencias tanto a la cultura
y la historia de México como a la cultura e historia de Alemania. En
episodios significativos, dichos elementos vendrán a fundirse en
Tatiana, a dotar de sentido sus miedos y sus acciones.
Cuando
Tatiana queda atrapada en la bolera, recuerda al perro Xolo que había
visto anteriormente en las calles de Berlín, este la guía por su
pesadilla alemana de la misma manera que solía guiar a las almas en
la mitología mexicana a través de Mictlán (el infierno). Durante
el atraco, otro momento de pánico, el reconocimiento de sí misma
está cargado de ridiculez y de reafirmación: “y yo, la mexicana
con su chal folclórico cual un ave del paraíso” (172). La
identidad entonces se nos presenta como una dimensión inacabada, que
se construye momento a momento, que admite incongruencias, absurdos y
hasta delirios.
Es
posible entonces ver dos nacionalidades diferentes convivir en una
misma obra, nutriéndose entre ellas y quizás demostrando que no son
tan distintas, pues ambas están latentes en una mujer, y
constituyen el pasado y el presente del personaje. La historia de
Tatiana hace parte de la diáspora judía, la cual permite abrir un
intersticio entre el inicio de esta en el territorio alemán y uno de
sus puntos de llegada: Latinoamérica.
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