La ironía celebradora
Szymborska, Wislawa. Aquí; trad. Gerardo Beltrán y Abel Soriano. Madrid: Bartleby editores, 2009, pp. 68.
Por
Ángela Lucía Pulido M.
Puede decirse que la
poesía de Wislawa Szymborska, poeta polaca de finales del siglo XX,
se caracteriza por el tono de celebración. Para empezar, esta mujer
se distancia de toda la oscuridad y negatividad de cierta tradición
moderna. No escribe en un lenguaje desarticulado o alejado de la vida
cotidiana. Su lenguaje es directo, renuncia a todo tipo de
artificios, incluso a las metáforas, las imágenes y las
comparaciones. La voz que habla en los poemas no se esconde detrás
de ningún artificio y no pretende adornarse con nada. Además, casi
nunca habla de pérdidas, ausencias o lejanías. Casi nunca se queja
de las cosas malas del mundo. Por el contrario, parece buscar aquello
que puede ser afirmado y celebrado, así sea algo tan minúsculo como
la última hoja que queda en una rama después de que el viento ha
pasado por ella.
Este carácter
festivo pareciera ir en contra de las características de cierta
tradición de la lírica moderna, que —sabemos— ha renunciado a
las palabras altisonantes, a las celebraciones románticas o
exaltadas, que ha renunciado a configurar un consuelo idílico frente
a la realidad. La poesía moderna, ya desde hace un tiempo, se ha
pensado a sí misma como la expresión de una ruptura de la
experiencia, de la memoria y del lenguaje. Y pareciera que Szymborska
quiere mostrar el otro lado de esta experiencia: aquel en el que aún
hay algo que celebrar y sobre lo cual sorprenderse.
Sin embargo, la
apuesta de la poeta no implica un desconocimiento de los problemas de
la tradición moderna ni una simple negación de ellos. El
procedimiento de Szymborska puede pensarse, más bien, como una
actualización de los recursos de la tradición. Pues, además de
celebrar, Szymborska se caracteriza por ser radicalmente irónica. De
hecho, Szymborska presenta con una dosis de ironía todas las
celebraciones que hace, incluso la más pequeña. Así sucede en el
poema “Ejemplo”:
La tormenta
Arrancó anoche
todas las hojas del árbol
Menos una de ellas
Dejada
Para que se
columpiara sola en la rama desnuda
En este ejemplo
La Violencia
demuestra
Que sí,
Que en ocasiones le
gusta bromear (43)
Ese minúsculo
instante feliz en el que la hoja se queda en el árbol después de la
tormenta, es solo una excepción en medio de mucha violencia, una
pequeña broma. —No es un hecho heroico como tal vez quisiéramos—.
A través de este uso de la ironía, se puede ver que Szymborska nos
muestra no solo que no ignora la tradición de la lírica moderna,
sino la conciencia acerca de los múltiples problemas que hay en el
mundo y las razones que habría para quejarse. Su celebración
resulta entonces un poco extraña, porque se manifiesta a partir de
la ironía, utilizando este recurso de manera diferente al uso más
tradicional de la lírica moderna.
Un uso tradicional
de la ironía sería el del poeta que cree encontrar un contacto
particular con el mundo o una forma de escapar de él, pero que
después duda o desmiente esta forma de contacto o escape; por
ejemplo, el poema “El viaje” de Charles Baudelaire, a quien
conocemos como el primer poeta moderno. Al principio de “El viaje”
se celebra este motivo por ser la oportunidad de huir de la vida
cotidiana y conocerlo todo. Sin embargo, después del recorrido que
hace el yo poético y de la enumeración de todo lo que se puede
conocer a partir del viaje, la voz poética concluye que lo único
que se extrae del viaje es: “El mundo, monótono y pequeño, en el
presente/ Ayer, mañana, siempre, nos hace ver nuestra imagen; un
oasis de horror en un desierto de tedio”1.
La ironía de Baudelaire consiste en desmentir el aparente escape que
muestra el viaje y en ser consciente de que este termina también en
tedio.
Por su parte, en un
poema como “Aquí” de Szymborska, el uso de la ironía va en
dirección contraria:
Aquí se fabrican
sillas y tristezas,
Tijeras, violines,
ternura, transistores,
Diques, bromas,
tazas.
Puede que en otro
sitio haya más de todo,
Pero por algún
motivo no hay pinturas,
Cinescopios,
empanadillas, pañuelos para las lágrimas
Al igual que “El
viaje”, este poema hace una enumeración de cosas que suceden o que
se pueden conocer aquí en la Tierra. Sin embargo, a diferencia de
Baudelaire, Szymborska no enumera las cosas exóticas que se pueden
ver en los viajes, sino objetos y circunstancias completamente
cotidianas que a veces consideramos muy obvias o que no nos
percatamos de su presencia, como las tijeras, las bromas o la
ternura; como tener brazos y piernas, o como una ignorancia que “todo
el tiempo, cuenta, compara, mide” (9). Este primer distanciamiento
con respecto a Baudelaire es importante para comprender a Szymborska:
ella ya no pretende usar la poesía para buscar lo Desconocido, sino
para redescubrir el mundo cotidiano.
La enumeración
continúa y empieza a nombrar las cosas malas: “Aquí no hay nada
duradero”, “Guerras, guerras, guerras”. Sin embargo, la voz
poética apunta la ironía justamente hacia lo negativo del mundo, y
hace que pierda gravedad; pues la enumeración del poema pone en el
mismo plano de tedio y repetición a las tijeras, los transistores,
la ternura, la guerra, la paz, los planetas y las galaxias. Todos
estos elementos hacen parte de una naturaleza mucho más grande y de
un ciclo que se repite y en el que en el fondo no pasa nada. Por
ello, si el tedio y la repetición de las cosas resultaba lo más
terrible para Baudelaire, para Szymborska, es casi un consuelo.
Mientras el francés desmiente la exaltación del viaje, la polaca
desmiente la exaltación de la gravedad de los problemas. El uso de
la ironía le permite tratar todo con la misma importancia (o
insignificancia):
La vida en la tierra
sale bastante barata.
Por los sueños, por
ejemplo, no se paga ni un céntimo.
Por las ilusiones,
sólo cuando se pierden.
Por poseer un
cuerpo, se paga con el cuerpo. (11)
La ironía funciona
de manera similar cuando la voz poética trata temas como la
metafísica o problemas de la vida cotidiana como el divorcio o los
terroristas. El divorcio, por ejemplo, es “para los niños el
primer fin del mundo de su vida” y “para los vecinos de la planta
baja un tema, una pausa en el hastío”. Al poner en un listado las
diferentes perspectivas frente al divorcio, incluyendo la del gato,
el perro, los muebles y el manual de ortografía, este pierde
gravedad. Lo mismo sucede cuando se recuerdan todas las actividades
que hacen los terroristas: “todos bromean un poco cuando están de
buen humor, / beben zumo sacado de la nevera, / por la noche miran la
luna y las estrellas […]” (39). Sin embargo, estos poemas son
doblemente irónicos; pues, si en la enumeración los problemas
pierden gravedad y seriedad, al final, ambos recuerdan de nuevo la
implacabilidad del divorcio y la crueldad del terrorismo. La mirada
de Szymborska reconoce los dos polos: la gravedad del problema y su
insignificancia, y obliga a mantener la tensión entre ambos. No
juzga rápidamente los problemas, ni los resuelve, sino que los
entiende como algo complejo y deja las preguntas abiertas.
Asimismo funciona
cuando la ironía se vuelve contra la voz que habla o cuando esta
duda de su oficio. En poemas de este tipo (“Idea”, “Adolescente”
y “Mi difícil vida con la memoria”) el recurso empleado es la
personificación. La poeta se enfrenta unos personajes que encarnan
una idea que le habla, ella misma adolescente y su memoria,
respectivamente. El recurso como tal es efectivo, ya que no se dedica
a exponer sus sentimientos o sus preguntas, sino que presenta una
escena fantástica y casi divertida para personificar este encuentro.
Sin embargo, los tres encuentros resultan un poco tristes porque en
ellos la voz poética parece descubrir una parte de su insuficiencia:
la idea reta a Szymborska a escribir sobre ella y la abandona antes
de que lo haga; la adolescente se presenta ante ella “ceñida y
tersa, sin defectos” (23) y le muestra sin querer lo duro que ha
sido el paso del tiempo; la memoria parece una pareja insistente de
la que ella quisiera separarse pero que no le permite hacerlo. En
estas escenas, la voz poética nos muestra también el desdoblamiento
del yo, la enseñanza del apreciado Proust, de que cuando pasa el
tiempo ya somos otros y de que, por ello, recordar es tomarse un café
con una chica más joven, extraña y lejana, y no tener nada de qué
hablar con ella.
Así, es evidente
que, a pesar del tono de celebración, en Szymborska la poesía aún
es expresión de la ruptura, que la poeta conoce y asume la realidad
del mundo y las rupturas de la época moderna, las dificultades para
hablar, para recordar, para encontrarse en este mundo y para huir de
él. Szymborska las conoce y las asume, pero no se queda con ellas.
Responde a estas rupturas descubriendo otros momentos, espacios,
imágenes y razones por las que el mundo puede salvarse y ser
celebrado. Así, la poetisa actualiza y renueva las funciones y las
exigencias de la poesía, las exigencias con las que renuncia del
todo a las palabras altisonantes y las que le permiten encontrar un
espacio “aquí,
en esta Tierra” para la poesía:
Hay que saber tomar
distancia de uno mismo, ser capaz de sentir el dolor ajeno, tener una
mente crítica, sentido del humor y la irrompible convicción de que
el mundo merece: a) seguir existiendo y b) más suerte de la que ha
tenido hasta ahora2.
1 Baudelaire,
Charles. “El viaje”. Disponible en línea en:
http://amediavoz.com/baudelaire.htm
2 Wislawa,
Szymborska. “Cómo escribir y no escribir poesía”. El
malpensante.
Disponible en línea en:
http://www.elmalpensante.com/print_contenido.php?id=1985
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