El río y el curso eterno de los recuerdos. Reseña sobre Lluvia sobre el asfalto

 Por: José Darío Lozada Oviedo

                                                

                                                      I

La lectura de Lluvia sobre el asfalto era como un viaje por el río Magdalena. Esto significaba que, al menos desde mi lectura, leer este libro de cuentos era lo más cercano a recorrer, en paralelo con el río, la geografía del país y también la de mi memoria. Así pues, este libro se me presentaba como aquella magdalena que un sujeto sumergió en una taza de té y que le daba acceso a un lugar recóndito de su memoria. Recuerdo estar sentado en la silla del bus viendo las gotas de lluvia deslizarse por la ventana. La imagen que dibujaba difusamente el horizonte del río Magdalena, el malecón y la lluvia, venía a inundarme de nostalgia la lectura. Esa luz ambarina, proyectada de los reflectores viales sobre el asfalto, parecía despertar del letargo ineludible del olvido alguna imagen que creía perdida. Cerré mis ojos y recordé detenidamente el billete que me dio mi abuelita y que seguía ahí metido en mi billetera, junto con una carta de mi madrina que terminaba con un «cuídate mucho, José»; la bella sensación de sentir que el bus flotaba cuando pasaba entre la ciénaga y el mar; mi mamá deseando que el bus parara en la zona bananera para robarse algunos racimos de guineo; o aquella descripción entusiasta de mi papá sobre el puente Pumarejo, por el que creo, al menos en mi recuerdo, acababa de pasar el bus. Recuerdo las palabras de mi papá: «mira, hijo, el puente…el río. Así como entramos nosotros, entró el vallenato a Barranquilla ¿Puedes creer que esta vaina tiene casi un kilómetro y medio de largo? Es el más largo de todos, pero eso sí, de gálibo solo tiene dieciséis metros. Los barcos ya no podrán pasar. Definitivamente en este país no pueden hacer nada bien…» ¿Qué pensaría mi papá si supiera que construyeron uno nuevo, más largo y con gálibo suficiente para la navegación? «Esperaron casi cincuenta años para hacer un puente bien hecho. ¡Ya pa’ qué hijueputas! El río no tiene agua, no podrá navegar ni la…». 

II

Reconocido con el Estímulo para artistas del Instituto Municipal de Cultura y Turismo de Bucaramanga en el año 2017, Lluvia sobre el asfalto hace parte del trabajo de grado de la maestría en Escrituras Creativas que Sergio Augusto Sánchez, su autor, cursó en la Universidad Nacional de Colombia. Apelando nuevamente al carácter mnemotécnico, que se condensa en la entretenida carga temática y, a su vez, construye un lugar íntimo y cómodo para mi ser, configuro con mi lectura voces narrativas familiares y anécdotas cercanas a mi experiencia, y así la gran mayoría de los cuentos se me presentan como historias ya vividas o ya contadas. Es como si mi papá estuviera narrándome cuentos como “Hombre al agua”, “Reembolso” o “La ruta del sol”, en donde la muerte y las consecuencias de circunstancias ajenas al sujeto vienen a determinar el destino de todo; o mi mamá contándome “Los pescadores”, “Un bache en el camino” o “Viaje familiar”, en donde las inclemencias del entorno y la condición foránea del viajero forman una trama de consecuencias sorpresivas pero previsibles; o a mí mismo situado en cuentos como “La consulta”, “La despedida” o alguna de las notas preliminares, en donde la búsqueda del sujeto configura todo, desde su prejuicio frente al mundo hasta su mismo destino. Precisamente en el cuento “La despedida” hay una situación muy conmovedora: una hija intenta llevar a su padre a conocer el mar; la cuestión particular es que su padre ha muerto y tiene que llevarlo de una forma simbólica. La chica emprende sola el viaje hacia el mar y, mientras duerme en el bus, establece una comunicación onírica con su padre, hasta que finalmente llega al mar y puede dejar sus cenizas ahí. Leyendo este cuento recuerdo a mi padre mirando el río y diciéndome: «yo aprendí a nadar en ese río. Los desgraciados de mis primos me botaban a que tragara agua mientras se reían de mí. Es que las cosas importantes de la vida se aprenden así: tragando agua o tragando mierda». No solo es mi padre hablando del río lo que me conecta con este cuento, también lo es mi recuerdo frente al mar y su tierna advertencia de: «no te alejes mucho de la orilla». 

III

Con notas preliminares e interludios, la estructura del libro y la distribución de los cuentos resultan peculiarmente interesantes. Con la lluvia, el viaje, el camino y la búsqueda del sujeto como ejes temáticos de todo el libro, se entiende que las notas preliminares cobren mayor valor al pensarse como una especie de epígrafes que sugieren estos elementos centrales. Por ejemplo, se indica a la lluvia como eje estructurador desde el título del texto y, a su vez, esto sugiere una especie de nostalgia que subsiste a lo largo del texto; mientras tanto, el viaje y el camino funcionan como modos de búsqueda del sujeto, que parece no encontrar lo que busca. 

De hecho, la noción de búsqueda permea de tal forma que es casi imposible no notar una latente conexión entre los cuentos. Por supuesto, esta conexión no es tan obvia como parece sugerir lo que acabo de decir, sino que, en realidad, está constituida por elementos puntuales y finísimos en la prosa. Al comienzo del libro, se presenta el cuento “Viaje familiar”, en el cual se tiene a una pareja de esposos que realiza un viaje a La Guajira en busca de una solución a su problema para procrear. Allí conocen a Carlos, el jefe wayúu encargado de resolver ese tipo de problemas, quien les dice que no puede ayudarlos a procrear, pero que, con una inyección monetaria, puede hacer que ellos cumplan su sueño de ser papás. Carlos les vende los hijos de alguien más y recibe el dinero dispuesto a afrontar las consecuencias de dicho acto. Así pues, a medida que se avanza con la lectura del libro, uno se pregunta por el destino de estos niños y también por el de sus padres -biológicos-. Los interludios vienen a desarrollar este conflicto, mostrando la búsqueda de los niños por parte de un sujeto llamado Eliécer -nombre que nos revela el cuento “La consulta”-. Con esto, hay un rasgo novelesco en el libro que parece irse develando lentamente. Al pensar en la Tesis sobre el cuento de Ricardo Piglia, recuerdo que él afirma que «un cuento siempre cuenta dos historias» y que «la historia secreta es la clave de la forma cuento». Al respecto, no es descabellado pensar que este texto se apropia de esta tesis no para trazar un buen cuento, sino para, a través de la configuración de varios cuentos que comparten elementos en común, sugerir una novela en el estrato más subrepticio del libro. Bajo esta lógica, los cuentos vienen a funcionar como capítulos distractores -o, si se quiere, contextualizadores- de esa «historia secreta» que es la clave, no de la forma del cuento sino, en este caso, de una novela velada.

IV

A propósito del uso de técnicas narrativas, pienso puntualmente en dos cuentos: “Un bache en el camino” y “La consulta”. El primero presenta la historia de una pareja que viaja en automóvil hacia a algún lugar que no se especifica textualmente. Están discutiendo y tienen un pequeño percance con un bache, por lo que tienen que detenerse para cambiar una llanta afectada. Este cuento presenta tres enfoques narrativos distintos: el de ella, el de él y el de un narrador externo. Esto resulta sumamente llamativo porque estos enfoques parecen no converger en ningún punto de la historia; de hecho, el cuento presenta dos finales, el de ella y el del narrador externo; y dos comienzos, el de él y el de ella. De esta forma, tal como si fuera la misma conciliación que tuvo la pareja del cuento, esta estructura narrativa parece darle al lector la decisión de elegir con qué historia quedarse. Por otro lado, “La consulta” se cuenta desde una perspectiva de un narrador externo. Sin embargo, el cuento presenta a unos niños que se disponen a escuchar una historia que les contará un anciano ciego, situación desde la que se impone otra voz narrativa. Lo particular ocurre cuando la historia que cuenta el anciano parece recobrar el lugar que amerita en la realidad del cuento, y las dos historias -la narración del cuento y la que cuenta el anciano- fluyen paralelamente. De hecho, además de confluir estas últimas, convergen otras cuantas que se habían desarrollado a lo largo del libro. A mi parecer, “La consulta” destaca no solo por su interesante apuesta narrativa, sino por ser el punto de encuentro de argumentos sueltos de notas preliminares, interludios y cuentos sencillos, es esa gran terminal a donde llegan todos los buses cargados de historias. Como ya mencionamos, así mismo llega Eliécer haciendo una escala en su viaje, arrastrado por la fuerza inexpugnable de la brujería y el destino, y empujado de nuevo al camino por la pregunta del anciano: «¿Qué buscas acá?»

V

Con la imagen de un cadáver que flota en el río que presenta el cuento “La ruta del sol”, vuelve a mí el recuerdo del río y el puente, pero esta vez en otra parte. Su caudal es muy bajo y al respecto mi papá dice: «no vale la pena coger bocachicos con el río así», pero mi mamá le responde: «Ay, ¿cómo no? Al menos para una sopa sirven…». En otra época y en otro lugar, la gente lo perdía todo por las inundaciones que causaron la ruptura del dique en el río Magdalena. Qué inmenso se veía el río y qué fácil se nos hacía ignorar las desgracias de los damnificados. Mi papá solo atinaba a decir: «¿será que esto retrasará las obras de la Ruta del sol?». A propósito de la Ruta del sol, hay que recorrerla, hay que hacer ese viaje para conocer la geografía que, de una manera indirecta y velada, nos muestra Lluvia sobre el asfalto. La invitación está hecha implícitamente. Lluvia sobre el asfalto es también una calcografía de aquellas realidades ocultas bajo el manto siempre efectivo de la desconfianza y la desinformación. Invita también a echar una mirada sobre cuestiones que afectan al sujeto colombiano, al sujeto viajero, al dueño de las tierras y de la tradición; invita a rescatar su condición y su recuerdo de la oscuridad del olvido que impone nuestra propia existencia. Por supuesto, hay que aceptar la invitación que el libro hace -y que, de paso, reitero como sujeto lector-, no solo a su lectura, sino también a la mirada y contemplación de las situaciones que en él se exponen. 

 

Sánchez, S. (2018). Lluvia sobre el asfalto. Instituto municipal de cultura y turismo de Bucaramanga. División de publicaciones, Universidad Industrial de Santander: 2018. PP: 147.


Sobre José Darío Lozada Oviedo: Villavicencio, 1996. Estudiante de Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Forjado de segundas oportunidades y pasiones de largo aliento. Sus intereses se mueven entre la literatura en general de los siglos XIX y XX y la difusión literaria por medios convencionales y no convencionales. Músico empírico y frustrado, le encanta encontrar constantes conexiones entre la música y la literatura. Contacto: jdlozadao@unal.edu.co.

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