Entre la vocación de deicida y la altura de ciertos crímenes


Entre la vocación de deicida y la altura de ciertos crímenes
Era lunes cuando cayó del cielo.
Juan Diego Mejía
Alfagura,
2008
Por: Diego Andrés Ávila
¿Qué puede llevar a un escritor a escoger una historia? Esa es la pregunta que me suscita la lectura, la agradable lectura de Era Lunes Cuando Cayó del Cielo, última novela de Juan Diego Mejía. El libro describe el camino que lleva a Lucía, la protagonista, hacia su desenlace fatal. Su prosa, que guarda un equilibrio entre la sencillez y la expresividad, permite al lector deslizarse a través de sus páginas sin percibir el trascurrir del tiempo. La estructura temporal de la novela no es completamente lineal, la ordenación de los capítulos no contienen los eventos de pasado a futuro, desde el primero hasta el último, sino que su ordenación llevan al lector del pasado al presente, del presente al pasado, luego al futuro y así; ello porque cada capítulo se encarga de una etapa en el tiempo. A su vez, en cada capítulo, la narración está llena de flash backs, que desarrollan el mundo de los personajes, cautivando al lector; eso hay que decirlo. Por otro lado, la novela cuenta con fragmentos, escenas quiero decir, que se antojan a verdaderos elementos de obra mayor. Dentro de ellos están los distintos sentidos que pueda adoptar la escena en que Marcelo y Lucía juegan una partida de ajedrez, antes del incidente del hotel. O las escenas en las que Mejía, el Pintor y Marcelo llegan al hotel Dann. O las descripciones de la estructura espacial de la oficina de Marcelo. O la escena que describe los viajes, casi legendarios, de Marcelo por Europa, luego del incidente. En medio de esa prosa sencilla los lectores se encontrarán con choques, misterios, y allí puede esconderse todo un trabajo exegético con el fin de encontrar indicios para una mejor comprensión, como parte de la labor de los lectores más exigentes. Varias cosas incomodan en la novela; hay que decirlo también. Se trata de un par de detalles que le restan atractivo y verosimilitud al escrito. La primera es la alusión directa a Rosario Tijeras en comparación con Lucía; la mención sobra. Primero porque resulta inverosímil que el narrador intradiegético, como lo es Mejía, haya leído Rosario Tijeras, y a la vez, se haya atrevido a compararlas, ya que el Mejía-narrador nos ha mostrado todo el tiempo a una Lucía única e irrepetible. Segundo, suponiendo que a otra persona le parezca verosímil la comparación, no es necesario que el autor recurra a Rosario Tijeras para entregarle una fuerza a Lucía, porque Lucía ya la tiene. Uno puede imaginar ese rostro de mujer paisa, asustada en medio de las pasarelas y ese mundo salvaje al que no pertenece, pero siempre quiso pertenecer. Tercero, si el escritor se dio cuenta al terminar, que Lucía se parece a Rosario Tijeras, y decidió hacerlo explícito para curarse en salud, no es él quien deba aportar juicios al respecto, porque en ese entonces ya está en el lugar que le corresponde hacerlo a nosotros: la crítica. Otro elemento de la novela que puede llegar a molestar a un lector exigente es el hecho de que esté narrada en primera persona y ese narrador sepa tanto, pero tanto, que pueda aseverar lo que Marcelo sintió en tal o cual momento, o lo que Lucía hizo determinado día, cuando el narrador personaje no estuvo presente. Mejía escritor lo resuelve con un elemento bastante atractivo. Me refiero a la justificación del deicida, aquel que es capaz de “matar a Dios” al negar la realidad, el sentido de la realidad y las explicaciones habituales de los hechos, con el fin de hacer de su arte la apertura a un nuevo mundo. El deicida es el que niega la realidad por medio de la transformación de ella con su arte. Mejía es uno de ellos. Él nos dice: “Siempre me ha gustado saber más de lo que muestran las personas. En los aeropuertos me siento a mirar a los viajeros y leo en sus gestos sus biografías. He descubierto hombres elegantes que lloran en los hoteles cuando no están frente a su público y ya no tienen que sonreír ni mostrarse triunfadores. He visto sádicos vestidos de ejecutivos. Parejas que se engañan y que en su forma de mirar hacia los lados se delatan. Sacerdotes que no ven la hora de llegar a sus parroquias donde son reyes y pueden pecar en secreto. Muchachas bañadas en lágrimas que se despiden de sus familias y que tan pronto pisan la sala de espera se les aclara la mirada y sonríen como si acabaran de salir de la cárcel. Con Lucía lo había intentado desde cuando la conocí y ya tenía su historia pero nunca antes la compartí con Marcelo ni con el pintor ni con nadie porque era mi versión, como tengo versiones sobre cada uno de mis amigos y de las personas con las que comparto el mundo”. El gesto del deicida no puede ser más claro, y ello puede justificar el que ese narrador intradiegético sepa más que un narrador omnisciente. Cuando Mejía-narrador asevera lo que sintió el Pintor, lo que pensó Marcelo, lo que dijo la madre de Lucía sin estar él presente, lo que puede querer trasmitir es su versión de lo que ellos dijeron, pensaron o sintieron, no lo que efectivamente haya acontecido. Empero, ese recurso sigue siendo incómodo porque mezcla conjeturas, propias de su posición, con aseveraciones que no puede sostener y que resultan inverosímiles en el mismo espacio textual de las conjeturas. Por lo anterior, me parece que en esos puntos, como en otros, Mejía-narrador se ha dejado llevar por Mejía-escritor, lo cual no sería un problema si ello no le restara verosimilitud al relato. Con este panorama podemos abordar la pregunta inicial. En Era Lunes Cuando Cayó del Cielo, hay un derroche de arte a la hora de escribir, pero también encontramos esos errores que parecen de principiantes, que son imperdonables. Sin embargo, la escritura de Mejía es de artista, de alguien que sabe, con el espíritu, escribir y que ha asumido con su fuerza vital la tarea del deicida, con maestría y eficacia. Tanto que él ha sido capaz de escribir bien, salvo elementos ya mencionados, una novela de un mundo de televisión: un director de comerciales de una familia rica y de estirpe casi aristócrata; una modelo más bella que la belleza, nacida en un barrio de clase media-baja. Un pintor que se desenvuelve en ese medio y que se ha formado en Francia; productores, fotógrafos, maquilladores, publicistas etc. Pablo Escobar de fondo, los viajes al extranjero, el dinero, el glamour. En resumen es un mundo de televisión, Hollywood criollo y más específicamente, paisa. El mundo recreado en la novela es ese mundo estereotipo de Medellín, de capital de la moda, de la cultura del traqueto, de la farándula. Al estar tan bien escrita la novela, parece que ella logra reforzar ese estereotipo. Podemos saber por el relato mismo que la historia se convirtió en obsesión de Mejía (en este punto no importa ya si narrador o escritor). Podemos solidarizarnos con el escritor y entender que todo escritor escribe las historias que le obsesionan. Podemos también responder a la pregunta inicial diciendo que no son los escritores los que escogen sus historias, sino que, como nos muestra Mejía, son ellas los que escogen a los escritores, sirviéndose de sus obsesiones, vivencias, disposiciones, deseos y todo lo demás referente al ser del escritor. Sin embargo, por ello mismo, quiero de Mejía una masacre, no un crimen menor. Esperaré, confiado por su escritura, a que él cometa un deicidio con un mundo mayor, un mundo que merezca más su voz, no uno superficial como el que nos acaba de mostrar; esperaré a que su próxima obsesión esté a la altura de su talento de deicida mayor.

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