No hablemos más de estas cosas porque se nos corta la alegría


Por Alejandra Guarín Téllez*


En Colombia no puede desvincularse la violencia del ánimo fiestero. Recuerdo, por ejemplo, el puertotejadazo de 1948: conocida la noticia del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, los liberales asesinaron a algunos conservadores notables y usaron sus cabezas como balones de fútbol. También me viene a la memoria el sonido de las chirimías y las gaitas que resonaron en El Salado en febrero del 2000, para ahogar los gritos de las víctimas y amenizar un baile en una tierra empapada de sangre.

Los hijos de la fiesta (2016), de Andrés Hoyos, surge a partir de una reflexión sobre esa relación indisoluble. En la novela convergen dos líneas narrativas que abarcan el período comprendido entre el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y los comienzos del llamado Proceso 8000. Se trata, sin duda, de la historia de la generación de Hoyos y de una clase social de la que tal vez no se sienta parte, pero a la que ha debido acercarse por diferentes motivos.

Un acercamiento personal a quienes vivieron los convulsos años sesenta y setenta, así como la violencia del narcotráfico posterior, me ha permitido hacerme una idea de la realidad colombiana de esta época. El relato del autor se siente más frío, menos personal, como una parte integrante de la narrativa, pero no su foco principal. Reconozco en la narración de los hechos históricos una mirada informada pero más bien aséptica, de registro. Se trata, sin embargo, de un buen resumen de aquellos años trágicos, con sus bonanzas y declives.

El pasado reciente de la nación colombiana funciona como telón de fondo para contar el romance entre Alejandro Salinas e Isabel Linares, miembros de la privilegiada clase social bogotana, que se ha atrincherado al norte de la calle 72. Por un lado, se narra en pretérito la historia de la familia Salinas, un acomodado clan de la clase alta bogotana: sus pérdidas, desencuentros y desamores. Varios de sus miembros rompen las burbujas de la copa de champaña que es su vida y coquetean con otras clases sociales, otras ideologías, otras posibilidades. Por el otro, en presente, se narran los amores de la pareja de tortolitos, rodeados de un amplio círculo social que coincide en espacios como fiestas, conciertos, pequeñas bacanales organizadas con la excusa de impresionar con la riqueza propia, con los ríos de licores que corren y los platos de nombre impronunciable. Esta polifonía de personajes encarna una serie de características detestables, por lo dañinas y extendidas: la frivolidad, el clasismo, la erudición arrogante, la hipocresía y la apatía, entre muchos otros.

Los hijos de la fiesta está escrita en clave humorística y hace uso de la ironía mordaz y de la caricatura para criticar a una clase social que poca responsabilidad siente por su propia realidad y que se comporta como mera espectadora de un espectáculo lejano, aún cuando la violencia toque las puertas mismas de sus casas. El M-19 se toma la embajada, se toma el Palacio de Justicia y los protagonistas todo lo ven por televisión. No es difícil identificarse con esta visión intervenida de la historia y el acontecer nacional, que impone para el bogotano urbano de clase media, como yo, una distancia importante en términos físicos y mentales respecto a esos lugares de la Colombia más profunda, donde la guerra se ensañó con aquellas víctimas a quienes aún es difícil imaginarse como compatriotas y no como meros retratos, imágenes borrosas en periódicos.

Bogotá, más que telón de fondo, es un personaje de la historia, que evoluciona a lo largo del tiempo, pero se mantiene hostil, fría, gris, casi como un bunker que resguarda a los protagonistas de esta historia en el centro del poder y de la historia. Bacatá, la metrópoli 2600 metros más cerca de las estrellas, es también la capital del cinismo y la corrupción. El lenguaje utilizado, chirriadísimo, revela en los diálogos que constituyen la mayor parte de la novela un interés obsesivo por mantener las apariencias sociales y extender la bacanal hasta las últimas consecuencias. La fiesta, siempre la fiesta, como refugio, como negación, como encuentro con unos iguales que les permite distinguirse de unos otros.

En esta novela la violencia se hace patente en las más diversas formas. En un país de poetas vergonzantes e instrumentistas aficionados, la literatura y la música son herramientas que permiten legitimar una posición social determinada, el saber erudito es de gente con plata. Schubert y Rachmaminoff permiten además desviar el curso de esas conversaciones peligrosas e incomodas sobre grasientos narcotraficantes y cuerpos aplastados por el lodo caliente. Thanatos, en sus encarnaciones más grotescas, ha sido personaje protagonista de toda la historia colombiana.  Los protagonistas de Los hijos de la fiesta responden con un Eros que niega el poder de la muerte sobre la vida: los encuentros de esta clase social están fuertemente erotizados, cualquier espacio público o privado sirve a los amantes, nada menos que Venus y Baco en las salas bogotanas.

¿Qué tanto han cambiado las condiciones del país en los veinticuatro años que nos separan del fin de esta novela? Las convulsiones de la violencia siguen siendo la norma y esa clase dirigente bogotana, retratada con tanta guasa por Hoyos, logró desquitarse de ocho años fuera del solio presidencial. La escisión entre las clases sociales, las barreras invisibles que separan a unos colombianos de otros siguen tan campantes como siempre. Y la algarabía, la parranda, la celebración, siempre allí entre noticias de asesinatos y una economía cuesta abajo. La ficción permite culminar esta historia con un final abierto. Publicada en el mismo año en el que se firmaron los acuerdos de paz con las FARC, la más certera esperanza de cambio, Los hijos de la fiesta concluye con una respuesta que espero no sea profética: pa allá mismo vamos, pues, pa ninguna parte.

Hoyos, Andrés. (2016). Los hijos de la fiesta. Colombia: Editorial El Malpensante. 888 págs. 

*Bogotá, 1991. Historiadora y socióloga, Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de la Maestría en Estudios Literarios, Universidad Nacional de Colombia. Docente, investigadora y traductora. Contacto: aguarint@gmail.com

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