Retorciendo la herramienta



Lispector, Clarice. La pasión según G. H. Muchnik Editores, Barcelona, 2000, 149 páginas.

Por Andrés Roldán.


La obra de Clarice Lispector es ante todo una rigurosa reflexión metódica e introspectiva sobre el lenguaje y los limites de la palabra. Solo la palabra, sin fraccionamientos, sin más divisiones que las necesarias para caer en cuenta de la importancia del lenguaje con el cual nos entendemos a nosotros mismos, con el cual nos dividimos. La palabra de Clarice, vista a través de sus personajes sombríos e iluminados, es a la vez la palabra gastada con la cual nos han determinado y la palabra reinventada en la cual nos liberamos.

G.H. es la protagonista y dueña de la palabra en las 149 páginas de la novela, solo ella habla (¿o escribe?)  y solo a través de ella entramos y permaneceos en la ficción, no habrá nadie más que pueda hablar o focalizar las acciones. Si bien solo hay un personaje, la novelas es completamente abierta, pues en ella entramos con el pleno sentimiento de la elección, tenemos la autonomía para alejarnos o aceptar los términos de la narradora. El argumento, si es que así se le puede llamar a lo que sucede en la obra, es mínimo y asistimos en él al encuentro entre G.H. y el objeto ínfimo en torno al cual operará la educación existencial: una cucaracha.

A través de un exasperante y entrecortado monologo interior, G. H. nos lleva a un viaje al interior del sujeto que ella misma representa y que dentro de la obra perderá y ganará identidad dependiendo el punto en el que estemos. Así, en un principio nos encontramos con un `personaje sufriendo por entenderse y por entender lo que le sucede “Estoy procurando, estoy procurando, estoy intentando entender”. El monologo interior intenta trascender sus propios limites creando una figura con la cual interactuar, un mano que sostendrá la suya ante la posibilidad del vacío “(Dar la mano a alguien siempre fue lo que espere de la alegría)” gracias a esta mano asistimos a la recreación de forma palpable, sintiéndonos como la mano cortada que acompaña el descenso a los infiernos.

La información que tenemos de G. H. es obviamente un mar de sensaciones que es poco acompañado por coordenadas sociales, solo conocemos su profesión: escultora, así mismo sabemos que tiene relativo éxito y que es independiente y autosuficiente, que frecuenta círculos de arte y que vive sola en un ático. Pero esta información es totalmente intrascendental frente al hecho narrado.

Un día cualquiera esta solitaria mujer decide ordenar su casa y enfrentarse al cuarto  de la empleada que considera en  principio desordenado, pero que, por el contrario resulta seco limpio y blanco, totalmente ajeno a la húmeda y acogedora G. H. existe en casa del personaje un lugar que le resulta totalmente extraño, un desierto intimo, ubicado en parte de su hogar, donde encuentra de pronto  y como una amenaza latente una cucaracha, horrorosa pero intrigante por ser forma primitiva y resistente de vida, por ser materia seca, “lo neutro vivo”.

La cucaracha es a G. H. el objeto mismo de la renuncia, del movimiento a través del cual la protagonista se desintegrara paso a paso, se de-construira. Después del encierro y una corta observación entre nuestras protagonistas, G. H. cierra la puerta del armario aprisionando a la cucaracha, durante horas una mujer se hipnotizara mirando a un insecto preso y medio desbaratado, en plena deconstrucción, que deja ver la materia blanca que riega fuera de sí por la acción opresiva, todo esta perdido.

La cucaracha con la materia blanca me miraba. No sé si me veía. No sé lo que ve una cucaracha. Pero ella y yo nos mirábamos y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían su existencia me existía - en el mundo primario donde yo había entrado, los seres existen a los otros como forma de verse. Y en ese mundo que yo estaba conociendo, hay varias formas que significan ver: uno mira al otro sin verlo, uno posee al otro, uno come al otro, uno está sólo en un rincón y el otro está allí también: todo eso también significa ver. La cucaracha no me miraba con los ojos sino con el cuerpo.


La introspección llega a su más alto nivel cuando asistimos, no a una mirada psicológica del personaje, sino a su enfrentamiento con sus más altas angustias y temores metafísicos: tiempo, espacio, inclusive lenguaje, son coordenadas que la mujer perderá. En medio de una tormenta de referencias bíblicas y místicas. G. H. aprenderá a dejar de ser “ser humano” para adentrarse con terror y tambaleante (aferrada a la mano que somos sus lectores) en la mayor experiencia mística posible: comer una cucaracha y renunciar con ello a la doctrina eros del culto a lo bello, tocar y ser el objeto nausea, elevarse accediendo a lo humilde y primitivo, a lo seco, némesis necesaria para la entrega del cuerpo al universo.

Por extraño que parezca Lispector lleva a su personaje a este final: la entrega a lo que desconoce, que no es otra cosa que aquello que está por fuera de la civilizadora estructura mental del sujeto, este artificio mayor es con lo que los “seres humanos” cuentan para ordenar y establecer una diferencia entre el “yo” y el “otro”, lo foráneo, es la diferencia básica entre mi hogar y lo que está  fuera o mejor entre mi húmeda cárcel y la sequedad que la fractura.

La poca acción de esta novela no seria nada sin el preciosismo y el rigor necesarios para enfrentarlos en medio de la herramienta limitada que representa el lenguaje, esta herramienta incompleta no solo tiene la tarea de enfrentar lo indecible, también debe lograrlo con palabras viejas y gastadas, manoseadas por pesadas redes semióticas, cargadas de sentido, intimidantes y sosegadas, por eso es muy importante establecer dentro de una etimología común, (aunque en algunos momentos terriblemente metafísica) las bases de la comunicación desconfiada.

El ejercicio narrativo consiste en buscar todas las formas posibles de adjetivación  (como la formulación socrática de que: el ser se dice de muchas formas) siendo así, que si miramos un adjetivo como “ciega” lo que obtenemos de Lispector es un retorcimiento de sentidos a través de la verbalización de dicho adjetivo, donde verbo, adjetivo y hasta sujeto, pierden el sentido gramatical y su peso semántico. Retorcer es la mejor definición de dicho proceso, por eso se invierte tanto tiempo en el rodear a los términos utilizados, porque se necesita que respondan al congelamiento de un instante preciso e indefinido, que cambie cosas más allá de sus propios límites racionales y surjan todas las posibilidades del mundo sensorial y básico, y vivo.

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