Despentes, Virginie. Teoría King Kong. Trad. Beatriz Preciado. Madrid: Melusina, 2007, pp. 126.



Despentes, Virginie. Teoría King Kong. Trad. Beatriz Preciado. Madrid: Melusina, 2007, pp. 126.

Por: Lisbeth Juliana Monroy Ortiz

Virginie Despentes publicó Teoría King Kong nueve años después del escándalo –que terminó en censura– por el estreno de su película Baise-moi (Fóllame) en la cual la autora, junto con las actrices porno Coralie Trinh Thi, Karen Bach y Raffaëla Anderson, presenta una ficción cinematográfica en la que dos “mujeres”, Nadine y Manu, hastiadas de lo que el mundo tiene para ofrecerles, se entregan a una serie de crímenes y excesos sexuales.
El argumento puede parecer a simple vista un tanto pobre, sin embargo, en él, en su fuerza visual y simbólica, reside la mayor fortaleza de la película, pues, por ser educados audiovisualmente por el cine hollywoodense estamos acostumbrados a que el uso brutal y excesivo de la violencia, así como la libertad y los excesos sexuales, sean un privilegio típicamente atribuido a personajes masculinos.

Despentes consigue escenas de gran intensidad visual al experimentar con las representaciones simbólicas del cuerpo masculino/femenino y de la distribución del poder que se hace seguir de las jerarquías hetero-normativas. En cierto sentido puede afirmarse que el gran logro de la película es materializar cinematográficamente, y, por ende, contribuir a la creación de una nueva vía para la comprensión de nuestra sexualidad, el proceso de deconstrucción o desnaturalización de la mente heterosexual.

Despentes narra en Teoría King Kong la intensa ola de críticas que tuvo que aguantar tras el estreno de Boise-moi. Dichas criticas, que afluyeron de las fuentes más diversas, ocasionaron un derrumbe emocional importante en la vida de la autora, al punto que, por fuerza del castigo social, hizo un intento de “reinsertarse” en la ética straight. Sin embargo, y esta es la clave de lectura que nos ofrece esta “anécdota” de su vida: no lo logró y precisamente por ello tuvo que escribir este libro, este libro que es para las “proletarias de la feminidad”, tal y como ella se define.

Teoría King Kong es un libro fundamental para cualquier lector contemporáneo que desee iniciarse de forma no académica en las discusiones y nuevas problemáticas que plantea el feminismo. Despentes recoge en este libro con ironía y humor el estado del arte de la cuestión y despliega una lectura novedosa sobre el trabajo sexual, la violación, la masculinidad, el sistema sexo/género, la homosexualidad, entre muchas otras materias cuyo interés y actualidad es indiscutible. Su estilo, hasta cierto punto slang, permite que el libro se lea fluidamente y, pese a la densidad de algunos temas tratados, la autora consigue encontrar un armonioso equilibrio entre la narración de la anécdota personal y la teoría académica. Lastimosamente, la obra de Despentes, tanto la cinematográfica como la escrita, es poco conocida en Colombia, pese al notorio lugar que ocupan sus creaciones dentro de la llamada “teoría Queer”, por ello, me propongo presentar un esquema general de este libro, en el ánimo de provocar a otros lectores a aproximarse a esta rica obra y a polemizar con ella.

En el primer capítulo, titulado “Tenientas corruptas”, la autora describe a quiénes dirige su libro y a estos cuerpos al margen1 opone la perfección supra-histórica y supra-humana del cuerpo femenino y masculino idealizado por la cultura capitalista (blanco y burgués). En el segundo capítulo, “¿Te doy o me das por el culo?”, Despentes aborda, desde su experiencia personal y política, las transformaciones que se han efectuado en el mundo moderno gracias a la revolución sexual y feminista, sin dejar de lado, por supuesto, una crítica mordaz a los presupuestos de “igualdad” asumidos actualmente y que hacen del debate feminista algo secundario. Despentes inicia su análisis mostrando que, aun bajo las condiciones de la supuesta igualdad de los géneros –“la revolución feminista ha ocurrido”–, el trabajo de la mujer sigue siendo visto como inferior (aun si está mejor calificada) y, en consecuencia, es peor pagado (en Colombia según cifras publicadas en Dinero la brecha salarial para el 2012 entre hombres y mujeres era en promedio del 20%), de allí deriva la autora una consecuencia de corte psicoanalítico, a saber, que a las “mujeres” “nos avergüenza nuestro poder” (17) y, por ello, se explica que permanezcamos en un intento constante de tranquilizar a los hombres mediante nuestros atributos físicos y sexuales: “mira que buena estoy, a pesar de mi autonomía, de mi cultura, de mi inteligencia, en realidad, lo único que quiero es gustarte” (19). Y es que como señala la autora, en ninguna sociedad, por patriarcal que fuera, se le habían exigido a las mujeres tantas pruebas de sumisión a las normas estéticas como las que se les exige satisfacer en la actual sociedad capitalista. Despentes ofrece aquí una óptica renovadora para entender políticamente fenómenos contemporáneos tales como el modelo “super-puta”, “calentona” o “presentadora de televisión”, alias “mujer cornisa” –como acertadamente denuncia y cuestiona el documental Il corpo delle donne–, pues muestra que, lejos de ser una cuestión “individual”, se trata de un mensaje político fundamental: “liberémonos, pero no demasiado. Queremos jugar el juego, no queremos poderes vinculados al falo, no queremos asustar a nadie” (19). La mujer sigue atada a las dinámicas opresoras porque es incapaz de reconocer que su independencia no tiene nada de nefasto para el tejido social y es que, como acertadamente señala la Despentes, no es la opresión violenta –independientemente de su intensidad– lo que nos mantiene en nuestro lugar, sino la idea de que seremos castigadas –con la soledad y la marginación social– si mostramos demasiada independencia, singularidad (cf. 20): ¡nadie quiere ser una solterona!

El alcance de los logros del feminismo temprano (años 70’s) frente a la maternidad, la organización y distribución de las tareas domesticas, etc., es más bien, en la práctica, lastimosamente limitado, ya que, por un lado, la maternidad aún se asume como una responsabilidad fundamentalmente femenina, pues casi siempre es la mujer la que debe reorganizar sus prioridades para encargarse del hijo; esto implica, por ejemplo, la renuncia a muchas de sus aspiraciones profesionales, ya que, al menos en la mayoría de los casos, es ella la que debe abandonar su puesto de trabajo para dedicarse a su rol de madre. Por otro lado, las mujeres siguen estando mayoritariamente a cargo de las tareas domesticas, pues ese es ante todo su espacio por excelencia, si bien es cierto que desde el siglo pasado se están redibujando nuevos mapas de la dicotomía interior (doméstico)-exterior (virilidad-guerra-trabajo-fortaleza); véase, por ejemplo, el papel de Playboy al respecto en Pornotopía de Beatriz Preciado.

Estas digresiones de Despentes orientan la discusión hacia la actitud política del feminismo temprano, ¿y de algunos sectores del actual?, pues es allí donde se muestra que, a pesar de todos los cambios históricamente devenidos por causa de la revolución feminista, “la organización de la colectividad sigue siendo una prerrogativa masculina”, principalmente porque “nos falta legitimidad para irrumpir [con nuestras exigencias y necesidades] en lo político” (cf. 22).

En último lugar, este capítulo ofrece claves de lectura sobre el régimen estatal contemporáneo de producción de los cuerpos y de las identidades al mostrarnos que este puede ser considerado como una prolongación del poder de la madre –que siempre sabe qué es bueno para sus hijos– , y que, por ende, evidencia la regresión a un Estado que infantiliza a los individuos que forman el cuerpo social, lo que le permite ejercer exitosamente a este la confiscación de los cuerpos, el masculino, en tiempos de paz para la producción y en tiempos de guerra para el combate, y el femenino, para la atención del hombre (el cuidado) y la reproducción. La suposición sobre la que reposa este análisis de la regresión a un orden estatal que infantiliza, o régimen fascista, es que la confiscación del cuerpo femenino por parte del hombre tiene el costo de que el cuerpo del hombre le pertenece al Estado y que, por ende, esta supuesta soberanía masculina no es más que otra trampa, como lo es la feminidad, ya que “[e]l capitalismo es una religión igualitarista, puesto que nos somete a todos y nos lleva a todos a sentirnos atrapados, como lo están todas las mujeres” (26).

En el siguiente capítulo, “Imposible violar a una mujer tan viciosa”, Despentes echa una mirada al tema de la violación y plantea desde una óptica a medio camino entre la anécdota y la teoría una nueva forma de asumir este “hecho” que puede ocurrirle a cualquier mujer, precisamente por su condición de mujer. En este apartado la autora analiza la relación de la violación con la pornografía y la guerra y sostiene que, contrario a lo que se cree, la pornografía no acrecienta el número de violaciones como sí lo hace el que no haya guerra, pues durante los tiempos de violencia las violaciones colectivas son un mecanismo de debilitamiento del bando enemigo y, por tanto, están justificadas por la “buena causa”. Esto lleva a la autora a analizar cómo vive el violador con este hecho en su conciencia. Termina por concluir que los hombres victimarios, al igual que las mujeres violadas, no enuncian la agresión con la especificidad que le da su denominación (no dicen: he cometido una violación o he sido violada), sino que la encubren haciendo que pierda su especificidad, “mientras no lleva su nombre la agresión pierde su especificidad, puede confundirse con otras agresiones” (34). Este hecho se debe, en buena medida, a que la mujer ha sido educada para reprimir la acusación contra el hombre: históricamente la palabra de la mujer que acusa al hombre ha sido vista como falsa. Pero también, por otro lado, a que la mujer que ha sido objeto de violación es estigmatizada socialmente y se encuentra manchada, pues su supervivencia a ese hecho es más una prueba que habla en su contra que a su favor: si no le hubiera gustado habría preferido la muerte.

En la violación siempre es necesario probar que no estábamos realmente de acuerdo. La culpabilidad está sometida a una atracción moral no enunciada, que hace que todo recaiga siempre del lado de aquella a la que se la meten más que del que la mete. (38-39)

En frente de esta “política del silencio”, Despentes propone, siguiendo a Camille Paglia, una “política del riesgo”, que consiste en asumir que si debo ser violada para poder acceder al ejercicio de mi libertad estoy dispuesta a correr el riesgo. Quisiera hacer algunas precisiones para que no se mal interprete esta afirmación. La violación es un riesgo para la mujer porque actualmente aún se construye socialmente la masculinidad, la mística masculina, de la que por cierto no sabemos mucho porque no se escribe casi nada al respecto, como peligrosa, animal e incontrolable por naturaleza. En este sentido, la violación sigue siendo un código de construcción de esta masculinidad que fuerza, por oposición, a configurar un cuerpo femenino disponible, abierto. Es importante esta precisión, pues con la “política del riesgo” no se trata de defender el abuso sexual, ni menos aún de justificarlo, sin duda este debe ser penalizado, pues, seguramente, si los hombres tuvieran castigos más severos moderarían su libido, supuestamente inmanejable, con más éxito. Pero, tal y como señala Despentes, no es deseable políticamente que el cuerpo femenino deje de ser inaccesible por la fuerza, pues es necesario construir el carácter viril como asocial, pulsional, brutal, destructivo, es decir, como cuerpo e identidad para la guerra. Estas consideraciones resultan de suma importancia en un país como el nuestro en donde, según las estadísticas de Sisma Mujer publicadas en medios, cada 30 minutos una mujer es abusada sexualmente. Necesitamos crear nuevos programas de educación sexual que enseñen a nuestros jóvenes a que configurar masculinidades no agresoras, no autoritarias, que enseñen a todos aquellos que han sufrido abuso sexual que pueden y deben reponerse de este suceso y seguir su camino, que la mejor manera de revertir tradiciones nocivas y que destruyen es levantando la cabeza y enunciando la agresión: “dust yourself” (sacúdete el polvo).

Dos palabras por P de las que no te gusta hablar a todo volumen: la prostitución y el porno, dos tabúes

En los siguientes dos capítulos, “Durmiendo con el enemigo” y “Porno-brujas”, Despentes elabora su lectura del trabajo sexual tanto prostitucional como pornográfico. Al igual que en las demás secciones del libro la autora va a caballo entre la vivencia personal y la teoría contemporánea o feminismo pro-sex. La prostitución resulta muy problemática en nuestras sociedades porque saca a la luz que el contrato matrimonial es, en el fondo, un intercambio económico y social y subraya, al respecto, que la única diferencia entre este y el contrato celebrado por el trabajador sexual y su cliente es que en el último caso se recibe remuneración (se la exige explícitamente) por lo que, en el primer caso, la mujer, la casada, da gratis. Otro elemento que contribuye a la marginación del ejercicio de la prostitución tiene que ver con la configuración de la mística masculina, de la que ya se han dicho algunas cosas, como algo “problemático y violento”, pues la satisfacción del deseo masculino no puede ser un intercambio transaccional sencillo en que ambas partes se favorecen, sino que debe ser algo humillante, perverso.

Por el lado de los trabajadores sexuales también quieren imponerse restricciones, pues una mujer que decide ejercer la prostitución adquiere gran libertad económica y asciende en la escala social sin necesidad del matrimonio, pero esto problematiza, como es fácil de ver, las bases mismas de la straight-mind (mente heterosexual o heteronormatividad), y, en consecuencia, debe reprimirse y marginarse para que sea difícil de llevar a cabo. El feminismo temprano defendía la abolición de la prostitución porque esta atentaba contra la dignidad de la mujer, sin embargo, nunca llegó a problematizar la relación entre las condiciones para su práctica y la dignidad con la que puede ser ejercido, sino que:

a partir de imágenes inaceptables de un tipo de prostitución practicada en condiciones asquerosas [la prostitución callejera, sin condiciones de salubridad mínimas a la que se ven forzadas inmigrantes ilegales, drogadictas, etc., en buena medida a causa de las condiciones que el Estado impone para su ejercicio], [acabó] extrayendo conclusiones sobre el mercado del sexo en su conjunto. [Lo anterior es] tan pertinente como hablar de trabajo textil mostrando únicamente imágenes de niños sin contrato en sótanos. (67)

En nuestro país, aún hay varios grupos que defienden la censura de la práctica de la prostitución y propugnan por valores familiares obsoletos, en virtud de ello, alimentan la marginación y la violencia estatal contra los trabajadores sexuales que se ven obligados a vivir en condiciones paupérrimas, lo que es completamente contrario al supuesto objetivo abolicionista de dignificar a los trabajadores sexuales. Lastimosamente en Colombia aún estamos lejos de un debate serio por las reivindicaciones laborales de los trabajadores sexuales, unos que auténticamente puedan llamarse tales.

El segundo de los capítulos que estamos abordando trabaja sobre la pornografía, este es, a mi parecer, uno de los más ricos y prolíferos del libro porque Despentes plantea no solo un análisis de las representaciones pornográficas y del por qué ellas causan tantas y tan diversas respuestas, sino que también crítica la visión simplista y poco creativa que se le atribuye a la creación pornográfica como género cinematográfico. Del mismo modo que la prostitución la industria del porno ha estado sometida durante años a la persecución, a la censura, ese es según Despentes, el elemento que tienen en común todas las cintas porno existentes. Durante muchos años la visión masculina dominó la realización de la pornografía, la mujer es en el porno mainstream un objeto mudo y disponible, representa a la mentalidad masculina en un cuerpo de mujer, es lo que haría un hombre si fuera mujer. Por fortuna, pese a la estreches de miras que se le atribuye al género, los realizadores trans, lesbianas, gays, intersexuales, BDSM existen y han logrado crear, sobre todo después de los 80’s, una pornografía múltiple que cuestiona los valores y las representaciones hegemónicas y, además hay, literalmente hablando, para todos los gustos.



La pornografía siempre ha sido vista como una especie de placebo que no conduce a ninguna reflexión o autoconocimiento. La óptica contemporánea difiere radicalmente de esto, la pornografía es, como género cinematográfico, técnica de ilusión, una realidad paralela en la que las cosas salen de maravilla, todos quieren follar, todos saben cómo hacerlo y conocen sus fantasías, para un espectador esta es, sin duda, una ocasión fantástica de descubrirse a sí mismo, su cuerpo y sus placeres, incluso aquellos con los que no será capaz de reconciliarse y, por ende, aquellos que no practicará ni reconocerá en público. Precisamente por esto la representación pornográfica ejerce un influjo tan poderoso sobre la configuración de nuestras identidades sexuales y, en este sentido, es un arma poderosa que tiene también enormes peligros. Sin embargo, hay otra óptica desde la cual abordar el problema, esta tiene que ver con la condición laboral de los actores de la industria, pues al igual que los trabajadores sexuales que se prostituyen (muchos deben hacer ambas cosas, por ejemplo, aquí en Colombia en donde la industria porno es incipiente), y por las mismas causas, no cuentan con condiciones para trabajar que les permitan vivir dignamente de su trabajo. Aunque en los últimos 20 años se han efectuado cambios significativos en las garantías laborales de los actores y actrices, estos se han dado principalmente en la industria porno desarrollada, por ejemplo, en EU o Alemania.

Como hemos visto Teoría King Kong se suscribe en sus líneas generales de argumentación a una larga tradición del feminismo pro-sex y pro-pornografía. Pero ofrece un novedosa, sencilla y provocadora aproximación al feminismo-queer, a su necesidad viva, que, como señala la autora en el último capítulo del libro, ya no es solo un campo de resistencia y crítica para las mujeres, sino que es, ante todo, “una aventura colectiva”, pues la deconstrucción de la “mujer”, de su “feminidad”, es, también, y sobre todo, la liberación del “hombre”, de su obligatoria “masculinidad”. La obra de Despentes es un paraje obligatorio para todo aquel a quien hoy le dé que pensar su cuerpo, su sexualidad y la de los otros.

1 El concepto de frontera, de cuerpo marginado social y políticamente, está en el corazón de este libro que se inscribe en los esfuerzos de visibilización de los “anormales” de las políticas Queer. Véase al respecto Preciado, B. “Multitudes Queer”. Nombres, revista de filosofía XV.19 (2005): 157-166.

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