Los ejércitos no son protagonistas
Sobre Los ejércitos de Evelio Rosero
Por Carlos E. Acuña Feijoo
Si revisamos las acepciones que la palabra ejército tiene en el diccionario de la Real Academia Española
(RAE), nos encontraremos con definiciones como las siguientes: [1] “Conjunto de
fuerzas aéreas o terrestres de una nación” o [2] “colectividad numerosa
organizada para la realización de un fin”. La diferencia entre ambas acepciones
parece radicar en el título de legalidad que está de base para la primera de
estas acepciones, pues se sugiere un carácter de representación nacional que
tendría el ejército. En la segunda
acepción, en cambio, sólo se hace referencia a una colectividad organizada que,
en principio, no tendría por qué ser reconocida por el estado. Colombia, país
marcado por diferencias ideológicas, sociales y culturales, ha sido la tierra de una guerra de más de 50
años y del enfrentamiento de varios ejércitos, unos enmarcados en la legalidad
y reconocimiento del estado (Ejército Nacional, Fuerzas Aéreas de Colombia y
Armada de Colombia) y otros, en cambio, constituidos como referente de protesta
y/o en un marco de ilegalidad (FARC, ELN, M19, Bacrim, grupos paramilitares en
general, etc.).
En la novela Los ejércitos,
Rosero nos muestra la complejidad que subyace al enfrentamiento de los
ejércitos colombianos. Nos introduce en un mundo de atrocidades, asesinatos,
crueldad, guerra y víctimas contraponiendo todas esas realidades con una imagen
de seducción, deseo y sensualidad que se ve impregnada, e incluso modificada,
por las fuerzas de la destrucción y la violencia. Es así como en el comienzo de
la novela somos transportados a un mundo casi de fantasía en el que la vida, la
naturaleza y los sueños priman sobre cualquier otra cosa. Sin embargo,
posteriormente, lo fantasioso de ese mundo se ve opacado por la toma del
pueblo. Ismael, protagonista de la novela, se encuentra en medio de una batalla
que tiene lugar en su propia casa y que acaba con el paraíso descrito al
comienzo de la novela. Ismael nos cuenta: “Encuentro la fuente de los peces –de
lajas pulidas- volada por la mitad; en el piso brillante de agua tiemblan
todavía los peces anaranjados, ¿qué hacer, los recojo? […] Reúno pez por pez y
los arrojo al cielo, lejos: que Otilia no vea a sus peces muertos”.
Los peces, las naranjas, los gatos, el huerto, la casa e incluso Geraldina
(la mujer que Ismael solía contemplar desnuda desde su casa), son reemplazados
por la imagen de un humo blanco creciendo desde el huerto, árboles incendiados,
naranjas reventadas, el gato muerto clavado en astillas, su mujer Otilia
desaparecida, los soldados que aparecen entre tanto y tanto y los disparos en
las calles. Todo lo anterior atraviesa la mirada de Ismael, un viejo profesor
que de un momento a otro, se encuentra sufriendo una experiencia amarga que se
termina siendo un abrebocas a lo que será su deterioro físico y mental.
Rosero, por medio de la voz de Ismael, tiene la capacidad de hacernos
representar un mundo en el que los ejércitos son silenciados. Los ejércitos no
son protagonistas, el poder no les pertenece a ellos. Aquí la voz es para las
víctimas, que son quienes gozan y sufren, aman y odian, viven y mueren en un
mundo que se pinta como lejano o ajeno al territorio nacional. La capacidad de
tomar consciencia de ese mundo, la nostalgia por lo no reconocido y el deseo de
recuperar lo construido, se perfilan como las razones más importantes para
recordar y asumir las consecuencias de nuestra guerra. Ahora, no necesitamos
una “definición” de los ejércitos
para reconocer y asumir el dolor de la guerra, no necesitamos una “definición”
de los ejércitos para escuchar la voz
de nuestras víctimas, lo que, en parte, puede verse ratificado por Rosero en su
novela, es que el problema no se centra en el hacer de “nuestros” ejércitos
sino en el comparecer de sus víctimas.
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Rosero, E.,
(2007) Los ejércitos. Tusquets
editores.
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