El Estado y la literatura: máquinas creadoras de ficciones

Piglia, Ricardo. (2003). La ciudad ausente. Barcelona: Anagrama, 168 págs.
Por: Carolina Rojas
No hay poder capaz de fundar el orden con la sola represión de los cuerpos con los cuerpos. Se necesitan fuerzas ficticias.
Ricardo Piglia. Crítica y ficción.
La ciudad ausente puede ser analizada desde múltiples ángulos, pero hay una pregunta que constituye su eje: “¿de qué modo la novela reproduce y transforma las ficciones que se traman y circulan en una sociedad?” (93). De acuerdo con Piglia, la novela lo hace mediante la representación de la contra realidad, pues “la novela no expresa a la sociedad sino como negación y contra realidad” (123). La ciudad ausente representa una realidad alterna. En esta el discurso estatal-opresivo y el literario-subversivo tienen acceso a medios masivos de comunicación sin restricciones. Y construyen mundos imaginarios a partir de sus ficciones, que transforman la memoria e identidad de los ciudadanos. Así pues, La ciudad ausente puede leerse como una respuesta en clave estética a la pregunta que Piglia se hace por la representación, que a fin de cuentas es una pregunta acerca de ¿qué es la literatura y cómo se relaciona con el discurso estatal, entre otras ficciones que circulan en la sociedad?
Piglia regresa a Argentina en medio de una dictadura militar, que inicia el 24 de Marzo de 1976 con el golpe de Estado al gobierno institucional. Las juntas militares denominarían al período de la dictadura Proceso de reorganización social. Allí, Piglia se encuentra con los signos de la represión: las marcas de la persecución política y la censura en la vida cotidiana. Las librerías se han clausurado. Incluso los círculos intelectuales que propiciaban la crítica se han dispersado o cerrado. La ciudad que conocía ya no está allí. En su lugar el Estado ha construido una versión imaginaria de la ciudad. Esta pérdida es la génesis de La ciudad ausente.
En la novela, Junior, periodista de El mundo, investiga por qué el Estado quiere desactivar una máquina que difunde narraciones por toda la ciudad. A medida que realiza su investigación clandestinamente, diferentes personajes le entregan narraciones de la máquina. Intenta reconstruir un eje de sentido oculto en ellas, pero falla. Según sus fuentes, la máquina fue construida para traducir relatos. Sin embargo, traduce de manera desviada. El primer relato que la máquina tradujo fue “William Wilson” de Poe. Sorpresivamente no lo tradujo a una lengua distinta, construyó una variante del cuento: “Steve Stephenson”.
Así pues, la máquina construye anécdotas a partir de núcleos narrativos que conoce. Por medios desconocidos, la máquina transmite sus relatos a las mentes de los ciudadanos. Sus dos últimas narraciones “Los nudos blancos” y “La isla” han sido censuradas por el Estado, porque en ellas ha empezado a contar su propia historia. Al final de su búsqueda, Junior se dará cuenta de que el afán de desactivar la máquina se debe a que pone al descubierto “la historia de la violencia sobre los cuerpos […] y las historias que se cuentan para ocultar esa violencia sobre los cuerpos” (23).
Junior consigue dar con el inventor de la máquina: Russo. Macedonio Fernández, después de la muerte de su esposa, le pide a Russo que construya una máquina para preservar el recuerdo de ella, una réplica de Elena. Sin embargo, la construyen con una intención adicional. La máquina es un mecanismo de oposición y resistencia frente a la opresión. Mediante las narraciones de la máquina, quieren transformar el criterio de realidad que ha construido el Estado. Este ha suplantado la memoria de los ciudadanos por una memoria artificial. Según Russo, “tienen todo controlado y han fundado el Estado mental, que es una nueva etapa en la historia de las instituciones. El Estado mental, la realidad imaginaria, todos pensamos como ellos piensan y nos imaginamos lo que ellos quieren que imaginemos” (144). El Estado ha tergiversado los valores, según su conveniencia. El deber ahora es obediencia ciega y servidumbre. Por lo tanto:
Había que influir sobre la realidad [e] inventar un mundo donde un soldado que se pasa treinta años metido en la selva obedeciendo órdenes […] deje de ser un ejemplo de convicción y del sentido del deber reproducido, en otra escala, por los ejecutivos y los obreros y los técnicos japoneses que viven esa misma ficción y a quienes todos presentan como los representantes ejemplares del hombre moderno (142).
¿Cómo transformarán con la maquina el criterio de realidad que el Estado ha implantado en la mente de los ciudadanos? Mediante sus mismos mecanismos. La máquina, dice Russo, construye mundos virtuales. Construye recuerdos que la gente cree propios y verdaderos, “relatos convertidos en recuerdos invisibles que todos piensan que son propios” (154-155). Hasta el encuentro con Russo, la historia de la búsqueda de Junior se alternaba con las narraciones de la máquina. “La grabación”, “El gaucho invisible”, “Una mujer”, “Primer amor”, “La nena”, “Los nudos blancos” y “La isla” eran introducidos en la novela conforme llegaban a las manos de Junior. Ahora la historia de Junior se superpone a las narraciones de la máquina. Es probable que pertenezcan a un mismo plano. ¿Acaso su investigación, el encuentro con los testigos y su conversación con Russo son recuerdos propios o recuerdos implantados en él por la máquina?
En La ciudad ausente hay signos que evidencian una latente opresión estatal. Las patrullas transitan las calles sin descanso. Los vigilantes insomnes miran fijamente en el circuito cerrado los monitores, atentos a cualquier alteración del orden establecido. Los policías encarcelan a los corruptos y subversivos. Se construyen fosas comunes para “los desaparecidos”. Las vías de hecho, como la censura, el espionaje, la persecución y los asesinatos, no son los únicos métodos que el Estado utiliza para controlar a los ciudadanos en La ciudad ausente. Se instaura una nueva forma de manipulación: el estado mental. Su herramienta para manipular es el discurso.
En La ciudad ausente los miembros del Estado profieren un discurso que legitima sus acciones y deslegitima a cualquier grupo disidente. Los policías, por ejemplo, legitiman la persecución e injusto encarcelamiento, porque, según ellos, actúan en nombre de La verdad. En medio de la investigación, Junior se encuentra clandestinamente con una mujer, Julia Gandini, que puede facilitarle información relevante sobre el físico Russo. Los policías la interceptan y pretenden recluirla en un hospital psiquiátrico. Un policía le asegura a Junior:
Pensar que en este país está escondido un físico de fama mundial es una idea inofensiva y la ayuda a sobrevivir. Pero es falsa y no debe ser divulgada. Vive en una realidad imaginaria […] La policía –dijo– está completamente alejada de las fantasías, nosotros somos la realidad. Solo estamos atentos a los hechos. Somos servidores de la verdad. (95-96)
El discurso estatal emula las fórmulas del discurso religioso. Así, se muestra como una entidad superior, cuyas acciones no deben ser cuestionadas. La mayoría supone que actúa en favor del bienestar de la Nación, o al menos eso predica. Y, al fin y al cabo, su autoridad resulta similar a la voluntad divina, porque sus acciones no parecen humanamente justificables.
Además de legitimar sus acciones, mediante el discurso, el Estado deslegitima a sus oponentes. Los descalifica por ser interlocutores indignos. Esto es evidente en el diálogo que la policía sostiene con Julia: “Estás enferma, nena –dijo [la policía]–. Vas a un hospital. Te van a hacer una cura. –¿A qué hospital? –dijo la chica. –El neuro psiquiátrico de Avellaneda” (94).
Tildan a sus oponentes de locos, de enfermos mentales, porque no perciben la realidad tal y como es, o, mejor dicho, tal y como el Estado la presenta. Los locos merecen ser recluidos en una cárcel o en una institución mental, por su propio bien y por el bien del resto de la comunidad. Sus ideas falsas no deben ser difundidas. El ciudadano tiene derecho a acceder a una información objetiva, a “La verdad”. No pueden ser incitados a la subversión por fantasías. Los locos obstaculizan el cumplimiento de la ley y actúan en contra de la población civil.
Cuando el Estado impone una visión del mundo, dispone cómo los ciudadanos perciben la realidad, (su pasado, presente y futuro) y cómo se enfrentarán a ella. Así, construye una memoria artificial que implanta en los ciudadanos, determina la perspectiva desde la cual contemplarán el mundo, asigna el lugar que ocuparán en el orden establecido, y controla la manera en que actuarán. En una de las narraciones, “Los nudos blancos”, Elena que cree ser la máquina, es intervenida por un psiquiatra que intenta desactivar su memoria. El psiquiatra afirma: “–Hay que actuar sobre la memoria– dijo Arana” (71). “–Tenemos que desactivar neurológicamente” (79).
Así se representa el discurso estatal en La ciudad ausente. En oposición, se representa a la literatura como un discurso alterno al discurso represivo estatal. Mientras el Estado, por su poder económico, tiene acceso a los medios masivos de comunicación. Los discursos disidentes no oficiales son reproducidos y transformados por la máquina de Macedonio. Las versiones de los ciudadanos ya no tienen restricción. Se establece una relación de oposición y resistencia en igualdad de condiciones. En contra del unívoco y unidireccional discurso del Estado, reproducido por sus miembros, se escucha la polifonía de voces en las narraciones de la máquina. No solo la máquina narra las historias, “La grabación” es narrada por un obrero y “La isla” por un exiliado.
Las narraciones de la máquina pretenden subvertir el orden establecido por el Estado. Con este fin, construyen un criterio de realidad opuesto, o como diría Piglia, un criterio de contra realidad. Y así, al igual que este, construyen la memoria e identidad de los ciudadanos. Una de las narraciones, “La nena”, trata precisamente sobre el poder del relato. Una niña que no almacenaba las estructuras de la lengua en su memoria y no podía comunicarse más que con gruñidos, aprendió a hablar después de escuchar a su padre contarle mil y una versiones de la misma historia:
Todos los días, al caer la tarde, el padre le contaba la misma historia en sus múltiples versiones. Al año la nena ya sonríe, porque sabe cómo sigue la historia y a veces se mira la mano y mueve los dedos, como si ella fuera la estatua. Una tarde, cuando el padre la sienta en el sillón de la galería, la nena empieza a contar ella misma el relato […] Esa tarde por primera vez la nena se fue de la historia, como quien cruza una puerta salió del círculo cerrado del relato y le pidió a su padre que comprara un anillo de oro para ella. (57-58)
Este es el poder del relato. Construye una memoria y una identidad alterna a la impuesta. Rompe con el silencio y hace posible expresar deseos propios. En medio de la represión la difusión de múltiples voces propias con deseos propios constituye una subversión. Esto convierte inmediatamente a la máquina de Macedonio en opositora del Estado.
Frente al silencio del Estado, la máquina narra. Mientras el Estado encubre, la máquina pone al descubierto. La primera narración que Junior lee cuenta la historia de un hombre que pierde un ternero en lo que cree un pozo de molino. El pozo resulta ser una fosa común donde han enterrado a “los desaparecidos”.
Había cualquier cantidad de cosas terribles adentro, cuerpos amontonados, restos, incluso una mujer hecha un ovillo, sentada así, con los brazos cruzados, hecha un ovillo, joven la mujer, se ve, la cabeza metida en el pecho, todo el pelo para abajo, descalza, el pantalón arremangado, para arriba había como otra persona, yo pensé que era una mujer también, caída, con el pelo para adelante, los brazos, así, retorcidos atrás, parecía, no sé un osario […] Lo lavé [al ternero], me acuerdo, con una manguera y me mojaba la cara yo, con el agua, para que Maradey no notara que estaba llorando […] y le digo qué vamos a hacer, nada, me dice, dejar todo y no decir nada. (34-35)
El Estado no solo ha ocultado sus intereses y los medios ilegales e inhumanos que ha utilizado para llevarlos a cabo. También ha ocultado el resultado: los cuerpos. La máquina narra el horror, nombra lo innombrable, divulga lo que los hombres han callado. La realidad criminal resulta develada. Los testimonios del horror ahora tienen acceso a un medio masivo de reproducción de la información. Así, se exhiben las maquinaciones del Estado.
En La ciudad ausente Piglia no opone política a literatura. Opone Estado a literatura. A pesar de que ambos utilizan mecanismos ficcionales para hacer creer, solo la literatura acepta su carácter ficcional. Inclusive el Estado declara a la literatura opositor inválido, incapaz de reconocer su propia naturaleza ficcional. Aunque el discurso no necesariamente debe ser “real” para ser político. Piglia así lo demuestra: La ciudad ausente no pretende corresponder con la realidad y aun así contiene una gran carga política e ideológica. Mediante la representación de la contra realidad o la utopía⃰1, en ella se “reproducen y transforman las ficciones que circulan en la sociedad”, pero también se hace una crítica a la “realidad” dictatorial y opresiva que propicia el Estado.
La ciudad ausente presenta la literatura como un discurso alternativo y muchas veces en oposición al discurso estatal de la siguiente manera: en “La grabación” se pone al descubierto el horror cometido por el Estado. En “Los nudos blancos”, se muestran las historias que cuenta para ocultar dicho horror y “el mecanismo formal de construcción de [estas] historias” (Tres propuestas para el próximo milenio… p. 24); también se reproduce y transforma el alegórico relato médico, difundido por la dictadura en Argentina2. Desde la distancia, en la ciudad se escuchan las disonancias de las voces de los vencidos y sobrevivientes. Desde la orilla del lenguaje, (su límite), Piglia representa su versión de la realidad.




Bibliografía
Manheim, Karl. Ideología y utopía: introducción a la sociología del conocimiento. México D.F: Editorial Fondo de cultura económica, 1987.
Piglia, Ricardo. La ciudad ausente. Barcelona: Editorial Anagrama, 2003.
Piglia, Ricardo. Crítica y ficción. Barcelona: Editorial Anagrama, 2001.
Piglia, Ricardo. Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001.
Sarlo, Beatriz. “Política, ideología y ficción literaria”. En Balderston, Daniel y otros. Ficción y política: la narrativa argentina durante el proceso militar. Buenos Aires: Alianza Estudio, 1987.
Teun A. Van Dijk. Ideología: una aproximación multidisciplinaria. Barcelona: Editorial Gedisa, 2006.


1 Concepto de utopía según Manheim. “Rompe los lazos del orden prevalente” (169, Ideología y utopía).

2Ese era el núcleo del relato: un país desahuciado y un equipo de médicos dispuestos a todo para salvarle la vida. En verdad, ese relato venía a encubrir una realidad criminal, de cuerpos mutilados y operaciones sangrientas” (Crítica y ficción, p.106).

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