Haiku pintado a cuatro manos



Rivera, Iris y María Wernicke, Haiku pintado a cuatro manos. Buenos Aires: Editorial Calibroscopio, Colección Líneas de arena, 2009. 32 págs.


Por Clara Inés Giraldo Mejía


Cuando alguien ve en un estante de una librería un objeto rectangular, de colores llamativos, con dibujos que gritan “¡cómprame!”, es inevitable pensar que está atrapado en la sección de libros infantiles. En algunos casos, estas sospechas se confirman cuando el incauto sujeto mira a su alrededor y nota la presencia de seres tan pequeños que tienen que empinarse para alcanzar los libros del último nivel del estante, o porque los muebles y la decoración de las paredes están diseñados para niños.

Los teóricos y los promotores de lectura se han preocupado por clasificar y ordenar las producciones literarias por fecha, tema, disciplina, género de la obra, género del autor a tal punto que, para que un libro como Haiku esté en la sección correcta de la librería, sería necesario que se exhibiera en dos, tres y hasta cuatro de ellas. Haiku, como todos los libros ilustrados excelentes, es una obra de arte en sí mismo. Las palabras dicen lo que callan las imágenes, y las imágenes cuentan lo que no está escrito. El lápiz de Rivera y el pincel de Wernicke caminan de la mano, como las dos niñas que protagonizan Haiku, “a la hora en que las sombras se estiran”.

La naturalidad que caracteriza esta obra es el resultado de la cohesión del proceso creativo de ambas. Iris Rivera es profesora, promotora de lectura y escritora bonaerense especializada en narrativa para niños desde 1991, con más de quince títulos publicados. María Wernicke es ilustradora, también de Buenos Aires, y su obra abarca veinticinco títulos de diversos autores, su trabajo la hizo merecedora del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil La hormiguita viajera 2010.

La clave es que, durante el proceso de creación del libro, las dos son una sola. María Wernicke dice: “este libro lo hicimos Iris Rivera y yo, a dúo de verdad, metiéndonos cada una en el mundo de la otra, jugando con imágenes y palabras, compartiendo, festejando hallazgos, reculando y volviendo a hacer”. Bajo esta misma idea y proceso de creación, publicaron El cazador de incendios con la editorial Edelvives.

Haiku es una historia sencilla: un perro, su sombra, dos niñas, un encuentro y una despedida. Sencilla y abordada con bastante frecuencia en la literatura, sin embargo, es la construcción de las metáforas y lo sutil de la narración lo que convierte esta historia mínima en el máximo evento que estas dos niñas sin nombre y un perro llamado Haiku representan, encarnan y viven. Un evento que permanecerá por mucho tiempo en el recuerdo el lector.

La obra entera exuda un aire oriental exquisito, tanto en las ilustraciones como en las palabras, con las que construye metáforas sólidas y acertadas. La acción podría suceder en cualquier lugar, excepto en el país de los dragones, cuyos habitantes no escriben kanjis, sino con pájaros patas de tinta. De ese lugar lejano proviene la dueña de Haiku, que interrumpe y transforma el mundo de la que narra la historia.

Cada detalle se presenta y se desarrolla de una manera orgánica, íntima, fluida. Es un libro que, a pesar de mi aversión a las etiquetas, debo admitir que huele a mujer. Una mujer lo escribe, otra lo ilustra. Ambas escogen una estética sutil, palabras y colores cálidos, que esconden más de lo que muestran: callan y otorgan, también se contradicen. Develan desde el título, las dedicatorias y el epígrafe la fuerte influencia de la poesía de Bashô: abusan del pastiche, pero de inmediato ocultan sus referentes. Pasa todo y no pasa nada.

Pasa todo y no pasa nada, parece un día en la vida de un niño. No resisto la tentación de decir… “tal vez por eso Haiku siempre está en la sección infantil”, pero la verdadera razón por la que este libro está en esas estanterías más pequeñas es que los libreros, los teóricos y los adultos asumen automáticamente que si un libro tiene bonitas ilustraciones interiores, textos de dos o tres líneas por página, narran las aventuras de un niño y, además, su encuadernación es tapa dura, es exclusivamente infantil.

La lectura de Haiku y los comentarios de los seguidores del blog de la ilustradora sugieren que ni Iris Rivera ni María Wernicke piensan así. Por eso proponen metáforas inteligentes, metonimias oportunas, omisiones y diálogo permanente entre la imagen y la palabra, recursos que un niño sí puede entender y, si un adulto siquiera lo intenta, también. Sólo si lo intenta.

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