Niños héroes

 Sobre Niños Héroes de Diego Zuñiga

Por Juan Pablo Franky



Resulta ingenuo pensar que los niños son seres que llegan a brindarle alegría y felicidad a una familia. Esta puede ser una verdad a medias, más acertado sería agregar que vienen a una guerra sin cuartel, a sobrevivir en un mundo donde el dinero es rey y el bienestar sin lucha una ilusión. En los cuentos que Diego Zuñiga reúne en su libro
Niños héroes, los personajes van descubriendo que viven en un campo de batalla, en donde el futuro es una imagen incierta colmada de una penetrante incertidumbre. En estos relatos, los seres humanos deben convertirse en héroes para poder sobrevivir lidiando con el peso de la desigualdad social y las falsas promesas de un capitalismo desatado. 


El escritor chileno nos ofrece diez cuentos donde niños y jóvenes se enfrentan a un mundo que no es para nada amable, a situaciones del día a día como buscar trabajo, conseguir un lugar para vivir, mudarse a una ciudad grande, pensar en el futuro…  soñar que es posible. Cada movimiento acomoda a los personajes en una trinchera donde el porvenir es una línea en el horizonte que no promete una luz al final del camino, sino un campo minado. En este contexto adverso, Zuñiga demuestra un gran cariño por sus personajes, que resultan ser hermosos perdedores. Todos caminan, se esfuerzan, continúan pedaleando, aunque terminen por estrellarse con un muro. El golpe siempre está esperando a la vuelta de la esquina. Algunos alzan la voz mediante gestos inesperados e inocentes, sin por ellos ser menos dicientes, como tomarse un colegio para exigir cambios sociales o gestar un robo en un parque para niños, otros tendrán que convivir con el sistema de salud pública o el peso de las expectativas no alcanzadas.


Son historias que se desdoblan sobre el cemento. La ciudad y sus estructuras en constante crecimiento aparecen para recordarnos que el crecimiento económico no implica bienestar social. Imágenes propias de ciudades que mutan mientras sus transeúntes las habitan defraudados, alejados de las promesas que brillan con colores vivos cuando la realidad es en blanco y negro. Cómo la protagonista de Tierra baldía para quien sus estudios no son suficientes para abrirse un camino digno en el mercado laboral y nos dice: “Me becaron también en esa carrera y luego, cuando terminé, cuando tuve dos cartones, salí a buscar pega y estuve muchos meses cesante, deambulando por distintos colegios y preuniversitarios en los que miraban mi currículum y luego de ver en qué lugar había estudiado, me decían que me llamarían, pero nunca lo hacían.” O el protagonista de Un mundo de cosas frías quien deambulando sin hogar ocupa ilegalmente departamentos con su pareja, antes de que estos sean vendidos, hasta darse cuenta, que, en todo caso, no es posible vivir toda la vida así: “desde hacía unas semanas venía diciéndome que quería encontrar un lugar donde instalarse, estaba cansada de tener que dormir todas las noches en un departamento distinto. Ella no se merecía eso, me dijo, y yo no supe qué responderle, porque la verdad es que no tenía nada para ofrecerle.”


En este mundo los padres y las madres les recuerdan a sus hijos no estudiar Literatura o Historia porque de eso no se vive, anunciando que desde el momento en el que comenzamos a crecer, el tablero del juego está frente a cada uno invitándolo a jugar un juego que nunca ha traído instrucciones. 


Dos cuentos en particular, Niños héroes y Lorrie Moore le lee un cuento a Catalán, resultan provocadores en el entramado de relatos, ostentan una estructura más compleja que los demás y están conectados por un mismo personaje, un prospecto de escritor llamado Catalán, un joven que lee Bukowski y sueña con viajar a Wisconsin a conocer a Lorrie Moore, pero sin dinero todo se quede en sueños. Estos relatos bien podrían ser capítulos de un texto más ambicioso en su extensión y desarrollo, dibujan una vida de la que deseamos saber más, conocer más sobre sus aventuras, se sienten extraños en el conjunto, pero en ningún momento evitan el común denominador del libro: sobrevivir no es fácil.


Invitado al Festival Filba en Buenos Aires, Diego Zuñiga leyó su manifiesto titulado ¿Cómo no vamos a querer salir a quemarlo todo? un texto en el que encontramos no solamente una postura clara frente al mundo, sino sus intereses a la hora de elegir sus personajes, delimitar sus historias y construir los derroteros de sus relatos. En una parte de su manifiesto declarará que aquellos que gozan de privilegios están siempre ahí “haciéndote saber que el lugar de origen —en un país como Chile, al menos— lo determina todo, o casi todo: tu futuro, tu vida, lo que vas a hacer y, sobre todo, lo que no vas a poder hacer”. Y es justamente aquello que los personajes de estos cuentos no pueden hacer, pero desean, lo que los convierte en héroes sin medallas, héroes que viven luchando y, quizá, tendrán que luchar toda su vida.


Sobre Juan Pablo:


Programador de festivales de cine, periodista y docente cinematográfico. Estudió cine en la Escuela de cine Black María, crítica de cine en El amante (Bs As) y Literatura en la Universidad Nacional de Colombia. Trabajó como jefe de prensa del FECIVE (Festival de cine venezolano de Bs As) y dirigió y programó la sede de Buenos Aires del shnit Worldwide Shortfilmfestival durante sus primeros cinco años. Actualmente trabaja como consultor de programación del Festival latinoamericano de cine de Vancouver (VLAFF), coordinador del Festival de cine de Al este Colombia, programador de la MIDBO y coordinador de publicaciones de Cinemancia Festival Metropolitano de Cine (Medellín, Antioquia).


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