Contando agujeros


ROBERTO RUBIANO VARGAS
CINCUENTA AGUJEROS NEGROS
PANAMERICANA, 2008

CONTANDO AGUJEROS:
Uno, dos, tres, quince, cincuenta cuentos negros
Por: Tania Alejandra Intriago Niño

Lo impresionante de los agujeros negros es que pese a ser una verdad científica no pueden dejar de lado lo que de mito, de chisme, de leyenda para asustar a los que interrogan el universo tienen. Desde la cuántica la verdad se ha hecho tan irreal que circula en fascículos especializados y enciclopedias para bachilleres un montón de historias fantásticas que conquistarían a todos los estudiantes de secundaria y los convertirían en amantes de la ciencia si se les enseñara con la pasión, la magia, la brujería, que per se contienen. Y es que uno no puede terminar de creer que exista algo como un chupacabras espacial que, debidamente explicado, no sea otra cosa sino una región de espacio-tiempo que concentra una gran cantidad de densidad, tanta, que ni la luz puede escapar de ella…y existe.

Lo impresionante de la literatura es que pese a que puede contar los hechos fehacientes, tal y como sucedieron, constatados con sus debidas pruebas históricas, no pueden dejar de lado lo de demiurgo, de creador, de fantástico, de ficción tiene. Desde la novela histórica, desde la novela realista –por referenciar unos de los ejemplos más extremos- se recrean un montón de hechos concretos de la vida real cargados con la ficcionalidad que les dota del embrujo característico que poseen los libros y que definitivamente, hace de la lectura de éstos algo mucho más interesante que la de una enciclopedia. Así, uno no puede creer en esa ya revaluada separación entre historia y literatura, pues la una contiene a la otra y la última, catalogada durante muchos años como el espacio donde la imaginación gobernaba; donde lo que se contaba era pura mentira, puro mito, pura fantasía; nos ha demostrado a pulso que está cargada de realidad, una realidad desbordante, quizá más real que la que nos muestra la Historia.

Es así como hoy resulta muy ingenuo separar estas dos nociones; todo nos demuestra, nos corrobora que lo más real no deja de ser fantástico y que lo catalogado como fantástico puede contener más visiones reales que la realidad misma…Unos tigres que se apoderan de un edificio de gente decente, un oficinista atrapado en su escritorio por una secretaria-monstruo, un ángel que consulta al médico por el vértigo a las alturas, un hombre que muere por la fiebre de oro en un apartamento capitalino…uno, dos, tres, cuatro, cincuenta…el mundo citadino, la urbe que absorbe con su maquinaria, la realidad destruida por la televisión, el merecido castigo del asesino, la vida de mierda que nadie quiere prolongar y menos si se la pintan eterna, el mundo perfecto del fusil y un solo hombre…¡pum!: Cincuenta agujeros negros.

Eso es lo que hace Roberto Rubiano con los cuentos de este libro: condesar mundos enteros, complejidades contradictorias, el absurdo de la vida humana en brevísimas líneas, «en una región espacio-temporal» muy compacto; traspasando el campo de lo cotidiano, de lo real, de lo palpado, a lo ultracotidiano, a lo soberanamente increíble y paradójico, a lo irónico y pateaculos de la ficción. Tarea nada fácil. Continuando con la analogía –rogando no llegue al punto de sonar forzada- una estrella, para ser agujero no sólo necesita crecer y crecer durante millones de millones de años luz hasta ser supernova, sino que además necesita explotar, qué digo, más difícil aún, necesita hacer implosión, para poder ser finalmente, agujero negro. Pues bien, recrear un agujero negro literario tampoco resulta una tarea que se pueda hacer instantáneamente; definitivamente requiere de una mano creadora avezada en eso de la literatura, que tenga cierta madurez en su proceso de escritura, que, palabras menos, conozca el material –la palabra, el acto mismo de contar- como máquina y como órgano; para moldearlo de tal forma que la intención de condensar sea efectiva, y para poder darle movimiento, vida, y hacerlo literatura.

Roberto Rubiano, con este trabajo, no sólo demuestra que puede ser uno de estos conocedores de la máquina viva, como me he tomado el atrevimiento de nombrar aquí a la literatura, al acto de contar cuentos, sino que lo hace muy bien. Pese a que no todos sus cuentos logran atrapar de la misma manera –ya saben, vuelvo al recurso, gravedad extrema-, los hay que configuran un vasto mundo en tan breves líneas que, no sólo por ser ficción, sino por lo maratónico de la misión, no se cree que pueda ser posible. Y hay agujeros no sólo negros, sino de todos los colores y texturas, pues aunque la mayoría pareciera rondar la misma esfera del salto de la cotidianidad urbana a la ficción absurda como giro de la narración; los cortes, los cambios, los recursos, logran sorprender al lector de cuento a cuento; de ese modo, el aburrimiento, la monotonía, parecieran ceder…-esos terribles peligros de los libros de cuentos: te lees uno; los has leído todos-

Así, habrá quienes se sientan atrapados por el humor político, otros, por la comodidad de la lectura breve, otros por el giro absurdo, otros por los personajes fantásticos, por las referencias reales, por…por…por…infinidad de agarraderos como estrellas en el cielo –para continuar, insistentemente, con el tema que nos convoca-; lo único cierto que nos deja este libro –además de la habilidad del maquinista Rubiano- es que contar un cuento no sólo es una técnica ejercitada, sino un misterio, una brujería que nos termina embelesando…como un agujero negro. Bien escogido el título, definitivamente.

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