De “Tele-ventas” al mercado literario


Abad Faciolince, Héctor. Basura. Madrid: Lengua de trapo, 2000.

Por Guillermo Andrés Castillo Quintana.


Del mismo autor de Asuntos de un hidalgo disoluto y del postre dulce “Abad” cuya receta aparece en el libro Tratado de culinaria para mujeres tristes -suerte de mermelada hecha a base de fresas tiernas y la popular “uchuva”-, quisiera, en este momento, aproximar algunas palabras a uno de sus productos más particulares que -en medio de posibles prescripciones médicas, columnas en la Revista Semana y el diario el Espectador, frustradas tentativas peripatéticas, traducciones del italiano al español de Umberto Eco, Gesualdo Bufalino, entre otros- ha sido merecedor de un premio de considerable prestigio.

Y es que yo pienso que se lo merece, especialmente por el talante, pujanza, ingenio y verraquera que sin duda como antioqueño que se respete, ha imprimido en la buena fortuna de sus negocios. Si ha pensado usted que me refiero a Héctor Abad Faciolince –médico, periodista, filósofo, escritor; preciso ejemplo de que en esta vida hay que “jalarle” un poquito a todo-, no se ha equivocado. Ahora, el mérito que le adjudico y demando hacer admisible ha sido el hecho de haber llevado al éxito mercantil uno de los más grandes proyectos de reciclaje jamás emprendidos hasta hoy, según mi parecer: Faciolince logró, para la posteridad de la noticia criolla y el agrado del ministro de medio ambiente, vender Basura literalmente a un jugoso precio desde el año 2000.

No hay por qué alarmarse, el producto es inocuo y no representará un problema de salud pública a futuro, siquiera para el que se considera su grupo consumidor mayoritario. En cuanto al modo de uso, las instrucciones son muy sencillas: Ábrase y léase de principio a fin. Una vez hecho esto, sin temor alguno –sospecho que es lo más justo y coherente que puede hacerse-, puede tirarle a la caneca. No hay por qué sentirse apesadumbrado con esta acción; recuerde que el producto de Abad Faciolince fue delicadamente extraído de la basura para su fruición y satisfacción, de modo que no hay problema si usted decide devolverlo a su lugar de origen, pues el artificio que hace productivo este negocio es precisamente el reciclaje del material que se descompone gradualmente en las bolsas negras de su casa. Si devuelve el producto a la basura, no estará haciendo otra cosa sino facilitar el trabajo de la casa Editorial Lengua de Trapo, encargada del proceso de reutilización de la materia prima y su correspondiente distribución.

Singularmente, Basura fue acreedor del primer premio Casa de América de Narrativa innovadora al participar como una novela. Sí, como una novela. Esto hace pensar en dos cosas: en el inagotable ingenio de esta sociedad nuestra, en cuanto a negocios y rebusque se refiere, capaz de convencer a fuerza de palabra que Basura puede también, cómo no, ser una obra literaria, y –atreviéndome a realizar un juicio difícil- que buena parte de los premios de literatura actualmente se conforman con recompensar el intento, el ensayo, el experimento, quizá, por qué no, muchas veces a falta de algo más contundente.

Quisiera entonces preguntar: Basura del autor colombiano Héctor Abad Faciolince, ¿representa el justo premio a una obra de arte que se agota en el mero atisbo de su realización, o en verdad sugiere una forma de literatura experimental contemporánea capaz de proponer nuevos derroteros creativos? No puedo negar que el pretexto es atractivo. El protagonista y narrador –casualmente un columnista amante de la literatura- encuentra por una contingencia frugal un manuscrito de Bernardo Davanzati en el depósito de basura de su edificio. Desde allí emprende la tarea de visitar periódicamente el basurero para recopilar nuevos documentos desechados sin atreverse nunca a entablar diálogo con su vecino y autor, citando textualmente fragmentos de varios de sus escritos. Davanzatí, escritor frustrado y olvidado, era un “grafómano diarreico”, como nos lo ilustra jocosamente el narrador-recopilador, escribía por una necesidad similar a la de ir al baño, descripción que en parte podría prever el destino similar de sus textos al de sus evacuaciones. Basura nos hace testigos de la actividad clandestina de este columnista, quien da cuenta de la incontinencia verbal de Davanzati, un escritor cuya sensibilidad literaria fue siempre incapaz de ratificarse en el ejercicio de la escritura; quizá por ello uno de sus manuscritos ponía: “Una escritura escrita no con tinta indeleble, sino todo lo contrario, con una tinta tan deleble que se desleía al mismo tiempo que se delineaba”. En síntesis, un hombre de intuiciones bellas pero de realización torpe.

Sin embargo, después de superar un buen número de páginas de lo mismo, la novela de Faciolince empieza a sufrir el mal que había previsto muy al inicio: “(…) Yo tenía intensiones de transcribir este ensayo, pero el editor de este libro me ha dicho que no lo haga porque el trozo es extenso, los lectores se aburren, se distraen de la trama principal y el libro no se vende”. Es entonces cuando la sutil relación biográfica de los manuscritos y el escritor empieza a salir a flote de un modo algo desesperado. Se descubre a través de los textos rescatados, por un lado, el pasado delictivo de Davanzati, quien pasó una buena temporada en la cárcel por esta causa, y por otro, las posibles razones de su permanente semblante huraño y solitario. Entran a la escena su ex-esposa, su hija y su nieta, como una suerte de aliento a la trama del libro que no podría sostener el mismo juego por más tiempo. Finalmente el texto se lee cabalmente de principio a fin como dicta el manual de uso, mas, en el camino, ha ido dilapidando la reciprocidad entre la forma y su contenido.

Debo admitirlo, Basura, como un juguete para armar, propone una entretenida sesión de narraciones fragmentadas -algunas de ellas abusando en exceso del mise en abyme- que, desde el punto de vista de la forma, parece prometedor. El asunto de la autocensura en la escritura como tema literario se dibuja también como un objeto brillante. Sin embargo, se percibe un hálito de frivolidad en el libro que, a mi parecer, lo hace semejarse tristemente más a un producto del mercado que a una obra literaria –perdonádme si aún soy de aquellos románticos que vislumbran una amplia diferencia entre los dos-. Es entonces cuando vuelvo a cuestionarme si, realmente, hoy en día se premia preferentemente el resultado de un intento, de un ensayo, salvaguardado y perdonado por el hecho que se trata de literatura experimental.

Quisiera preguntar entonces si proyectos literarios como el de Rabelais, Joyce, Proust, Cortázar, por no mencionar tantos otros, también han sido reconocidos únicamente por su atisbo innovador –por intentarlo al menos-, o más bien han sido justamente valorados por el resultado que su ingenio puso a prueba. Un escritor puede no ser comprometido política o socialmente con su realidad histórica como hubiese querido Sartre, mas, si su oficio es verdadero, no podrá faltar al compromiso inevitable que mantiene con la palabra hecha literatura, pues es este el talante febril e incorruptible que diferencia en buena medida sus libros de un producto más del mercado. Aconsejo leer de nuevo con más cuidado la descripción y el manual de uso de los productos que compra, no vaya y le vendan sofisticada literatura cuando usted iba simplemente en búsqueda de un buen libro.

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