La lectura del Colombiano



LINA MARÍA PÉREZ
MORTAJAS CRUZADAS
SEIX BARRAL
233 PÁGS.


LA LECTURA DEL COLOMBIANO:
No la muerte, no la política, no el amor, no la buena literatura, no la historia convincente, no…, no…, no…

Por: Tania Alejandra Intriago Niño

Un libro que se deja leer… Así es la novela de Lina María Pérez, cualidad o defecto, es la característica que hace que uno, por más desinteresado, por más aburrido e, incluso, ofendido que se sienta; no pueda dejar de leerla hasta el final; porque sucede que uno no queda tranquilo, que justo en el momento en que, decididamente se ha dicho « ¡Basta! » y ha cerrado el libro y, es más, ha preferido hacer algo que considere de mayor utilidad (abrir la alacena, ir al baño, pasear al perro o encender la televisión…); la trama inconclusa de Adolfo Valdivia y Oliviana Tascón le obliga a retornar, a que la mano indecisa vuelva allí donde usted –antes decidido- había abandonado la lectura, hasta que el ojo se rellene con sus letras, hasta la última gota.

Ahora bien, de entrada, pareciera entonces que este es un libro de esos que tienen un no sé qué que lo atrapa a uno, pero no; el embrujo de esta novela estaría más cercano al que tienen las de prime time de la televisión: una historia fácil, unos personajes reconocibles, un espacio común, una justicia veladora, un final “justo”; y lo que nos enamora, lo que nos atrapa, no es otra cosa sino el misterio de saber hasta dónde puede llegar Lina María, cuál es la última instancia del clisé exacerbado, del arquetipo encarnado, sin dejar atrás, obviamente, eso que tenemos todos, eso de chismosos y locales, eso de saber por saber si al final van a terminar juntos, si atrapan al malo…en fin; puro suspenso de barrio.

Adolfo Valdivia, en efecto, es el arquetípico escritor en decadencia que, para salir de la mala racha necesita otro buen golpe literario; para ello, su amigo (otro bohemio medio perdido y anacrónico –júzguenlo ustedes desde el nombre-, Plutarco) le presenta a su posible asistente, Oliviana Tascón, una estudiante de sociología de la Universidad Nacional, que –cosas de la vida…y de la novela que intenta pintar la vida- piensa más en sus calores de sábana y sus mundos tejidos a punta de crucigramas, que en lo que pensaría una estudiante de sociología de la Nacional; él –el escritor- más interesado en ella que en la novela –por ser un enamoradizo menos de las féminas almas que de las entrepiernas de las féminas- conjetura un artilugio para que se quede ella -que, al parecer, no tiene nada de atractiva (para un amante de las entrepiernas) pero sí mucho de interesante (para quien guste de los retos o la literatura, sí, por aquello de la extrañeza)-; de modo que ella se queda con el pretexto de hacer crónicas alrededor del tema de la muerte y los entierros corrientes y molientes de la capital colombiana. Ese es, más o menos el panorama de la historia de Mortajas cruzadas; a partir de allí, empiezan a aparecer otros clisés con momentáneos lapsos protagónicos, como la figura recurrente del gato como misterio y de una pintora loca que mata por venganza –y por loca-; la de los homosexuales que son ícono de una clase socioeconómica privilegiada y hasta envidiada; la de los actos formales de los entierros de los pudientes; la del estudiante indígena de la nacho que termina siendo un guerrillero tropelero al que, para tranquilidad del televidente –que en este caso es lo mismo que el lector de la susodicha novela- termina recibiendo su merecido; el ambiente capitalino y la inseguridad de los privilegiados; y la mujer interesada y arribista que vive a su celular pegada….

Los personajes, entonces, no nos sorprenden; la línea es unívoca para cada uno de ellos y el final se nos hace obvio; muchos de los sucesos que podrían ser un punto de giro dentro de la novela, como los robos en los entierros o el asesinato de Pablo, pasan inadvertidos ante la historia principal que es la escritura de esta novela fraguada por Valdivia y el amor de cada uno de los protagonistas. El espacio pues, compartido entre la escritora y los lectores potenciales, como el barrio Teusaquillo, la Universidad Nacional, el Cementerio Central, la Catedral Primada, pierden funcionalidad si de sentirse identificado el lector con sus personajes era la idea; porque pese a ello, los protagonistas siguen imbuidos en su mundo de fantasía, en su visión aislada del amor que, lejos de ser real, nos recuerda mucho al personaje caballeresco o cortesano que escribe sobre su Fulana sin ser capaz de dirigirse en modo directo a ella, y que, en medio de su ausencia, termina llevándolo al dolor gozoso neoplatónico en la catarsis de la escritura de una novela. Por otro lado, pero en la misma línea, está la estudiante universitaria que, como ya se citó, lejos de pensarse el mundo como una socióloga, de ver la muerte como eso, y de hacer crónicas respondiendo a este perfil; es una mujercita lujuriosa que hasta en los entierros no puede dejar de pensar en su amante furtivo, en sus anécdotas de sábana que, para ella, también están llenas de esas historias rosas de antaño: como en Rapunzel o cualquiera de esas otras historias, el amante llega en su corcel, la toma, la hace suya y se va, dejándola desvergonzadamente sola en la madrugada.

Bueno, una justificación de su historia –la de Lina María- podría ser que los espacios comunes son sólo una excusa literaria para la mente creadora del escritor y que los temas esparcidos y arquetípicos son pasados por alto porque el tema de la novela es el amor, incluso el amor rosa de caballeros y hadas o, para ser más cercanos, de escritorzuelos y ninfómanas idílicas; pero hasta en eso, la novela parece quedarse corta: no, en efecto, no es ni ése amor; pues al final de la historia y, pese a que no nos sorprenda, no es en pos del amor por los que los personajes resuelven quedarse el uno con el otro, o si no, que me diga quien de las cosas del amor sepa, si la escena en la que la desencantada amante traviesa descubre la identidad de su incógnito amante y decide abandonarlo por ello, es amor; o el hecho de aceptar la ambigua permanencia del amado, a sabiendas que la atmósfera huele más a resignación que a atracción, es amor.

En fin, una novela que atrapa prometiendo un montón de infinidad de posibilidades y, que no nos da ni una verosímil o completa…igualitico que en las novelas de la televisión, igualitico que la muerte en Colombia, que la política…en ese sentido, Lina María Pérez sí sería un ícono, un arquetipo del escritor colombiano –más por colombiano que por escritor-; lo peor, es que nosotros también nos convertimos en arquetipos del colombianismo, porque nos vemos la novela hasta el final, seguimos creyendo ciegamente en las respuestas que nos dan los noticiosos sobre las inverosímiles infinitas muertes, votamos ciegamente convencidos, y leemos hasta la última página libros como éstos; mucha trama y poca respuesta…muy colombiana la novela, definitivamente…

Comentarios

NTC dijo…
Buen blog. Felicitaciones! Los tres textos que publicaron sobre la novela "Mortajas cruzadas" los linkiamos en: http://ntc-narrativa.blogspot.com/2009_02_14_archive.html
Cordialmente, NTC ... http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com

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