Cuando las palabras quedan cortas

 Por Sara Jimena Alfaro Castañeda                               

Fiebre de carnaval. Yuliana Ortiz Ruano.
Bogotá: Himpar Editores,
2025. 176 páginas. 

Escribo llena de preguntas y sinuosidades. Soñando, tal vez, inventarme otra lengua.
Yuliana Ortiz Ruano

Una de las experiencias más vívidas que tengo de la niñez es el silencio. Durante la infancia me encontraba con palabras que no se pueden decir, preguntas que no se pueden hacer y temas de los que no se puede hablar. La infancia es inexplicable, un periodo donde podemos sentir que los colores son más vivos, los objetos más grandes y la música más estridente. Mientras crecía me encontraba con muchas cosas que sentía, que veía o que sucedían que no podía nombrar, tampoco explicar, porque las palabras siempre quedaban cortas. Aquellos sentimientos volvieron a mí, cuando leí la novela Fiebre de Carnaval de la escritora Yuliana Ortiz. La protagonista, Ainhoa, es una niña de ocho años que, encima del árbol de guayabas en la casa de su abuela, no solo se enfrenta a esta situación, sino también a otra que me resulta muy familiar: no tener con quien hablar. Ainhoa intenta comunicarse con los adultos y con otros niños, pero solo se siente cómoda cuando le habla a los gusanos de las frutas. A pesar de sentirse limitada por el lenguaje, encuentra la manera de expresarse a su manera: mediante la música, los árboles frutales, y las mujeres de su familia.

Yuliana Ortiz nació en Esmeraldas, Ecuador, donde también transcurre la historia de su primera novela Fiebre de carnaval. En el epílogo de la novela, Ortiz nos cuenta que, al igual que la pequeña Ainhoa, su infancia estuvo marcada por la vida en la orilla del mar, en las ramas de los árboles y al son de la salsa o la champeta de moda. Un sentimiento que marcó a la autora, fue la de vivir en la orilla, en la margen, en el vaivén de estar al mismo tiempo en la tierra y en el mar. Mediante la poesía, puede explicar ese sentimiento, como podemos ver en los poemarios: Sovoz (Hanan Harawi, 2016), Canciones desde el fin del mundo (Libero, 2020) y Cuaderno del imposible retorno a Pangea (Libros del cardo, 2021), que publicó antes de escribir Fiebre de carnaval. Aunque esta es su primera obra en prosa, la poesía sigue siendo un elemento crucial dentro de la novela, a medida que avanza la historia se vuelve más evidente. Ortiz acompaña la narración con canciones, rezos, poemas de amor y hasta alabanzas, que construyen una lírica que combina elementos populares costeños, con la mirada infantil caótica y auténtica de Ainhoa.

La música, puesta en toda la novela como un elemento que a veces está de fondo y otras veces es principal, nunca desaparece, porque nos recuerda uno de los acontecimientos importantes en la novela: el carnaval. Es posible escuchar la secuencia de canciones que aparecen en el libro en la playlist en Spotify que hizo la autora con el mismo nombre. Recomiendo reproducirla, bien sea durante la lectura, o después, porque sirven cómo el ambiente perfecto para la lectura: son estridentes, bailables, algunas muy alegres, pero la mayoría de los sucesos en la novela son todo lo contrario. Esta es la misma lógica del carnaval, un lugar donde lo festivo y lo peligroso conviven. Las canciones, desde la perspectiva de Ainhoa, no solo representan la rumba, sino que sirven de banda sonora en los horrores que pueden suceder en la vida de una mujer durante su infancia.

            El carnaval sirve como el eje del que se desprenden los eventos más importantes de la vida de Ainhoa. La historia comienza con la noticia de la muerte de su tío, y entre la mala noticia y el luto que todos en la casa viven, el carnaval hace aparición y contagia a Ainhoa que siente una gran necesidad de bailar salsa en la mitad de la calle. Es así como inicia el desvarío que trae consigo la fiesta del carnaval, el que Ainhoa siente y llama la fiebre: en una calle, la gente haciendo bulla en el carro del papi Manuel mientras bailan al ritmo de Aquí el que baila gana de Los Van Van.

Ainhoa vive en la casa de su abuela, que ella llama la mami Nela, con su mami Checho, sus tías “el ñañerío” , y ocasionalmente con su abuelo y su padre. La configuración de un mundo casi en su totalidad femenino es uno de los aspectos que construyen la comprensión que tiene Ainhoa sobre las cosas. Ella ve el comportamiento de las mujeres de su casa cuando están solas, que es la mayor parte del tiempo, y lo contrasta cuando llega el papi Chelo, el abuelo: “Para mí, los papis son seres que ni se puede decir que adornan la casa, sino que la joden. Sobre todo, el papi Chelo jode a todas las mujeres de la casa solo con su presencia.” (Ortiz 96) En otros significados de conceptos como el amor, Ainhoa tiene en cuenta la vida femenina en la que habita, y la hostilidad que supone el mundo masculino, que usualmente es narrado como una amenaza constante. La autora logra adentrarnos en ese mundo conformado solo por mujeres, llega a volverse una oda al mundo femenino que crea la ausencia del padre y que posiciona a la madre como la cabeza del hogar y la única que puede detener el desmoronamiento del mismo. Una oda que está basada en la admiración y el respeto, pero también en el miedo. La figura que representa esto es La Mama Doma, la bisabuela de Ainhoa y “la mujer que nos parió a todas” (Ortiz 28) Una mujer que para la niña es una diosa, y se pregunta constantemente por qué rezarle a jesucristo y no a La Mama Doma.

    La narración de Ainhoa entra en consonancia con su mundo propio, no el de los demás, narra las cosas como las siente y no como se dicen. Mediante la voz infantil que utiliza para contarnos la historia, Ortiz nos arrastra, cual ola a la orilla del mar, a la perspectiva de Ainhoa, a sus propias reglas, pero también al mundo objetivo en el que vive. Ainhoa se enfrenta a la inquietante situación de no poder relacionarse plenamente con otras personas mediante el lenguaje: “Los árboles, en especial los de guayaba, entienden mi lengua que no comunica una sola cosa con sentido” (Ortiz 85) y es aquí donde encuentro la parte más valiosa de esta historia, que narra para aquellas mujeres que fuimos niñas silenciadas y que no teníamos amigos con quienes hablar.

La locura, que Ainhoa llama la fiebre es una forma de expresarse mediante su cuerpo: se enferma, se acalora, se orina, empieza a dar vueltas frenéticamente. La fiebre que siente Ainhoa no quiere decir que esté enferma, es un desespero que viene de otro tiempo, de otro lado. “La fiebre parece nacer del fondo del patio, de afuera de mi cuerpo” (Ortiz 109) La fiebre llega con el carnaval, y no es solo propia de Ainhoa, las mamis y las ñañas como poseídas se olvidan del mundo exterior que no es la música o el baile y los papis viven borrachos y pegados a toda mujer que tienen cerca. La forma en que el carnaval consume a los niños es muy distinta: ellos tienen que cuidar de sus mamis, tienen que llevar a sus papis borrachos a la cama, y por supuesto, se tienen que callar, porque igualmente sus gritos quedan ahogados por la bulla y el zapateo, que es lo único que importa.

Ortiz en su novela Fiebre de carnaval escribe sobre una niña que ni el lenguaje la puede contener. Un personaje que resulta un consuelo para las niñas que nunca se sintieron entendidas, que se acaloraban y sufrían de una fiebre inexplicable. La novela es difícil de encasillar en un género, pasa por la poesía, por la música, el monólogo, y hasta la denuncia. La narración infantil es única, pero logra visibilizar a las niñas que no siempre son pulcras, tiernas y felices, sino que también son obligadas a vivir situaciones que no entienden y nunca entenderán. La historia no trata de embellecer la infancia, que en la novela se siente como un pálpito constante en lo más profundo de las entrañas que amenaza con explotar si no se muestra al mundo. Es una lectura cruda, a veces incómoda, pero reconfortante, sobre todo, para las que fuimos niñas incomprendidas, que nacimos en la orilla, en el límite entre la tierra y las olas y que siempre sentíamos una necesidad enorme de lanzarnos al mar.

Sobre Sara:

Sara Alfaro Castañeda (2006), Duitama-Boyacá. Estudiante de pregrado de Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia. Apasionada a cualquier tipo de arte, en especial a la literatura. Se ha empeñado en encontrar con la escritura algo para decir.




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