Entre sospechas y aguaceros: una tarde de misterio
Reseña sobre La señora Pinkerton ha desaparecido
Por: Laura Gabriela Vargas Medina
| La señora Pinkerton ha desaparecido. Bogotá D.C., Norma, 2021, 95 páginas. |
Siempre me han causado gracia las coincidencias. Son inesperadas, insólitas y, ya sean gratas o no, su aparición me deja una leve sensación de incredulidad. Algunas veces desafían por completo las probabilidades y eso las hace aún más impresionantes. Pero, otras veces, son solo coincidencias chiquitas: no lo suficientemente impactantes como para dejarte con la boca abierta, pero sí lo justo para hacer que un recuerdo sea un poco más memorable. Precisamente esto último me ocurrió con la lectura de La señora Pinkerton ha desaparecido (2021). En medio de una tarde bogotana cargada de nubes y lluvia torrencial, me encontraba sentada en el sofá de mi sala, cubierta con una cobija y con el libro en mano. Mientras el cielo se oscurecía y las gotas golpeaban con insistencia el vidrio de mi ventana, la tormenta que se desataba en la novela comenzó a confundirse con la del mundo real. El sonido del agua, el gris de la tarde y el avance inquietante de la trama crearon la atmósfera perfecta: el suspenso no estaba solo en las páginas, también flotaba en el aire. Fue como si la ciudad me hubiese prestado su clima para intensificar mi experiencia de lectura.
Esta novela me llevó a acompañar a la señora Pinkerton, una anciana orgullosa y de mal carácter que, aterrorizada, asegura que su vecina es una bruja. Su hijo, que ha ido a visitarla, la escucha desconcertado y —como a mí misma me sucedió— no sabe si creerle o preocuparse por su salud mental. A partir de esa extraña confesión —que bien podría ser delirio o una advertencia real—, la madre empieza a relatar un par de historias en una dinámica de relato dentro del relato. De este modo, el tiempo de la narración se expande más allá de esa tarde, mostrándonos un pasado remoto correspondiente a su juventud donde afirma haber conocido a su vecina y un pasado mucho más cercano donde, inesperadamente, aparece esa misma mujer con la apariencia joven y deslumbrante de años atrás. El clímax de la narración llega cuando la señora Pinkerton cuenta el terrible destino que tuvo una de sus amigas en el pasado por haberse involucrado con esa “bruja”. En ese momento, el sonido de un trueno acompaña el apagón que se produce y su hijo no sabe qué hacer porque, aunque no quiere dejar a su madre sola así de alterada, debe ir a recoger a su hija del colegio.
La duda que me persiguió durante toda la narración fue si la aterrada anciana tenía fundamentos sólidos para su acusación, o si todo era producto de una fuerte paranoia —mezclada también con algunos tintes de envidia por la belleza y juventud de la vecina—, aunque debo admitir que en cierto punto ya empecé a intuir por dónde iba el desenlace. Si bien el final puede parecer predecible para los lectores más experimentados, el camino hasta llegar allí está bien construido y mantiene el interés. Los personajes están bien caracterizados y cumplen la función de sostener un entorno constante de incertidumbre en el relato.
Conocí al autor de esta novela, Sergio Aguirre, gracias a un libro que me recomendó mi hermano: Los vecinos mueren en las novelas (2000). Mi hermano, que es ingeniero mecatrónico, nunca ha sido particularmente aficionado a la lectura —a diferencia de mí—, por lo que me llamó la atención el entusiasmo con el que me habló del libro. Me dijo que había sido uno de los pocos que realmente lo habían enganchado. Primero me lo recomendó, y poco después me lo regaló, convencido de que también me iba a gustar. Efectivamente no se equivocó: me atrapó desde sus primeras páginas y no me soltó hasta el final. De hecho, fue tal el entusiasmo que generó en casa que terminamos leyéndolo en voz alta entre los tres: mi papá, mi hermano y yo nos turnábamos entre capítulos. Fue una de esas raras lecturas compartidas que, además de ser muy entretenida, se convirtió en un recuerdo entrañable.
Desde entonces, el nombre de este autor quedó asociado en mi mente con el buen suspenso, por lo que no dudé en buscar más sobre él y sus libros. Aguirre, además de escritor, es psicólogo y ha recibido varios premios por sus obras, especialmente en el ámbito de la literatura infantil y juvenil. Al comenzar La señora Pinkerton tenía altas expectativas, las cuales, afortunadamente, no se vieron defraudadas. Sin embargo, debo confesar que en un inicio no sabía que esta novela estaba dirigida principalmente a un público infantil, pero lo pude sentir al adentrarme en la historia ya que tiene una trama menos compleja y con menos giros que Los vecinos. Con esto no quiero decir que haya sido una lectura aburrida, al contrario, creo que muchas veces le damos valor únicamente a los textos “profundos”, difíciles e intrincados y olvidamos el deleite que puede ofrecer una historia sencilla bien contada.
En relación con su escritura ambas novelas comparten algo que permite que su lectura sea fluida y entretenida: un estupendo ritmo; y es que Sergio Aguirre definitivamente posee una gran habilidad para mantener al lector inmerso en la historia y con ganas de seguir leyendo. Tiene un buen manejo de los diálogos y el movimiento constante entre lo que se dice en la conversación y las historias que estos personajes cuentan es bastante fluido. Además, su manejo de la información es preciso: entrega lo justo para despejar algunas dudas, pero también lo necesario para conservar la intriga y sostener la tensión narrativa.
Es destacable su estilo narrativo, sencillo y eficaz. Aguirre no se excede en descripciones ni en adornos: cada palabra parece puesta para avanzar en la historia o mantener el ambiente enigmático. Además, dosifica el humor y la ironía de una manera tan hábil que no interrumpe en ningún momento la atmósfera inquietante.
La historia de esta novela transcurre en el lapso de una sola tarde, y el relato avanza principalmente a través del diálogo entre dos personajes: la anciana y su hijo. Aguirre utiliza los elementos de la naturaleza a su favor para potenciar el crescendo que se va produciendo en la trama. En Los vecinos mueren en las novelas, por ejemplo, hay un juego muy interesante con la luz: cada vez que se regresa del relato contado a la escena del diálogo, descubrimos que ha oscurecido un poco más. El paisaje se va llenando de sombras y los rostros se van haciendo más difíciles de divisar, hasta que finalmente cae la noche. En La señora Pinkerton ha desaparecido lo que tenemos es la lluvia, una que va arreciando poco a poco hasta convertirse en una feroz tormenta que nos deja, por un momento, en completa oscuridad. Estos elementos ambientales reflejan en cierta medida el suspenso creciente y contribuyen a crear un propicio clima de misterio.
Hasta este momento he mencionado los elementos que hacen que la lectura de Aguirre sea tan placentera para cualquier lector. Sin embargo, desde mi perspectiva como estudiante de literatura interesada en la escritura creativa, sus libros también tienen un valor adicional: funcionan como pequeñas lecciones narrativas. Leerlo me ha permitido observar con atención cómo dosifica la información, cómo sostiene la tensión, o cómo emplea recursos en apariencia sencillos —el clima, la luz o el diálogo— para producir los efectos que desea. En su escritura hay una naturalidad y una perspicacia que admiro y que me ha hecho pensar en herramientas que podrían enriquecer mi propia forma de narrar.
Por otro lado, las ilustraciones a blanco y negro de Santiago Carusso son la cereza del pastel del libro. Su estilo dark contemporáneo, con rostros sombríos y texturas que hacen querer tocar las páginas, aporta una dimensión visual que complementa perfectamente la narración. Hace mucho tiempo que no leía algún libro ilustrado y había olvidado lo fascinante que resulta encontrar, cada ciertas páginas, una imagen que materializa lo que las palabras han venido evocando, y poder contrastarla con aquello que había imaginado. Las ilustraciones son espectaculares por sí mismas, pero su impacto es aún más profundo al entrelazarse con la historia porque su estilo combina magníficamente con el tono de la narración. Todas hicieron que me detuviera a admirarlas por un buen rato, pero la última imagen es, por mucho, mi favorita. Sin duda, es un acierto editorial que convierte la experiencia de lectura en algo más inmersivo y sensorial.
La señora Pinkerton ha desaparecido no es una novela compleja ni con grandes sorpresas, pero logra lo que promete: brindarnos una historia atractiva, con toques de misterio y una ambientación bien lograda. Es una lectura muy corta, ideal para niños que se acercan por primera vez al género o para quienes, como yo, disfrutan de una buena y sencilla historia en una tarde de lluvia. No necesita grandes giros ni estructuras complejas para atrapar: su fuerza está en la atmósfera que construye, en el ritmo que no decae y en el placer de dejarse llevar por una narración que, sin ser ambiciosa, avanza como una niebla que se desliza, se expande y finalmente nos envuelve.
Sobre Gabriela:
Bogotá, 2001. Estudiante de Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Apasionada por la música, la literatura y todo tipo de arte. Bailarina en mi tiempo libre, con un gran interés en la escritura creativa, la corrección de estilo y los idiomas, aunque siempre ávida por explorar nuevos campos y adquirir nuevos conocimientos.
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