Más allá del lenguaje: metamorfosis, desobediencia y resistencia

Por Paula  Daniela Cruz González
Casi Perra. Leila Sucari. Buenos aires: Tusquets Editores, 2023. 88 páginas.
¿Qué pasa cuando el lenguaje se quiebra, cuando las palabras ya no alcanzan para nombrar lo que late en el cuerpo? ¿Qué queda cuando el cuerpo envejece y ya no responde al deseo social? ¿Qué hacer con esa furia interna que quema, con ese aullido que no encuentra forma? Estas preguntas atraviesan Casi perra de Leila Sucari, donde una mujer sin nombre lo abandona todo –trabajo, vínculos, lenguaje– para retirarse a un lugar remoto y entregarse a la transformación. Una transformación que se revela en la propia voz de la narradora, que reconoce: «me incendio cada mañana porque no sé hablar. Nuestro lenguaje ya no me representa» (p. 16). A partir de ahí, el cuerpo toma la palabra: gruñe, muerde, reclama con furia «quiero morder, morder, morder. Arrancarte la piel hasta que seas pura» (p. 62). Y estas escenas no funcionan como metáforas de un estado interior, sino como la experiencia misma: la protagonista no simboliza lo animal, lo encarna. Lo que late en la novela no es un lenguaje figurado, sino un cuerpo que busca, en su animalidad, decir lo que ya no cabe en palabras.

La novela se construye en breves fragmentos narrados en primera persona y tiempo presente, con frases cortas, repeticiones y espacios en blanco que funcionan como respiraciones. La protagonista no piensa demasiado; más bien olfatea, gruñe, lame. Es una voz que, al perder las palabras, gana sentido. Una voz que quiere morder antes que explicar. Ese ritmo fragmentado genera una sensación de inmediatez: no hay distancia entre pensamiento y acción. Cada frase funciona como un latido, marcando un pulso que organiza la narración.

El espacio cumple aquí un papel fundamental. La cabaña aislada donde se encierra la protagonista no es un simple escenario, sino el laboratorio de la metamorfosis. El aislamiento del mundo social –del trabajo, de la pareja, de la maternidad– permite que el cuerpo se vuelva centro. Lo remoto y lo natural se convierten en cómplices de esa animalidad que despierta. Es significativo que la transformación no ocurra en la ciudad ni en lo cotidiano, sino en un espacio apartado que la obliga a enfrentarse con su vulnerabilidad y su furia. En ese sentido, el espacio natural no es un simple fondo, sino un agente activo en la metamorfosis: la incita, la empuja, la incomoda.

Esa naturaleza que la rodea –salvaje y sin concesiones– encuentra su correlato en la prosa de la autora. Sucari escribe con crudeza y precisión, sin adornos ni exageraciones. Su estilo es directo y por eso resulta tan inquietante. Hay momentos en los que lo poético y lo salvaje se funden en imágenes que no buscan agradar, sino sacudir. Por ejemplo, cuando escribe: «Extraño tus huesos. Me lamo el puño como si fuesen tus costillas» (p. 56), hay una intensidad animal, íntima y feroz. Esta tensión entre lo íntimo y lo salvaje es el corazón formal de Casi perra: escribir desde el cuerpo y no sobre el cuerpo. Hacer que la sintaxis, el ritmo y la respiración del texto funcionen como extensión de la metamorfosis de la protagonista. No se trata solo de describir lo animal, sino de que la propia escritura adopte su impulso. Frases cortas, repeticiones, silencios que parecen respiros. La novela no narra una transformación: la ejecuta en su forma.

La apuesta estética se entiende mejor si miramos a la propia autora. Leila Sucari (Buenos Aires, 1987) se ha movido entre la poesía, el periodismo y la narrativa, y ha construido su obra desde un lugar visceral, donde el arte, la filosofía y la rebeldía se cruzan. En Adentro tampoco hay luz (2017), su primera novela, ya se insinuaba una voluntad de desarmar la forma narrativa tradicional y acercarse a lo indómito, pero es en Casi perra donde esa búsqueda se radicaliza. En una entrevista para Página/12, la autora afirmó que piensa «con la panza, la lengua, los dedos» y que la escritura nace de allí, del cuerpo como nervio, como superficie viva (Sucari, 2023). Esa afirmación es el eje mismo de su escritura y se refleja en la novela. La narradora habla desde la boca que muerde, desde la lengua que lame, desde el hambre que recorre las entrañas. No hay distancia entre escritura y cuerpo, porque la prosa misma se comporta como músculo, como respiración entrecortada, como jadeo. Esto se percibe en fragmentos donde la palabra parece encarnarse: «Mi alma, una esfera cruda y virgen. Abierta. Tomame. Des-inventame. Usá tu voz y haceme otra. Cambiá mi lengua. Mordé mis sujetos y predicados. Disolvelos en tu boca. Escupime. Volvé» (p. 54). Allí, la frase no describe una transformación: la ejecuta. La cadencia quebrada, los verbos imperativos y la sintaxis que avanza en embestidas convierten la escritura en un acto físico. Para Sucari, escribir con la panza no es metáfora, sino práctica material. Por eso la novela no avanza como un relato, sino como un cuerpo que se contrae y se expande. Cada fragmento es un impulso, una descarga, una sensación que empuja a la siguiente.

La narradora es más impulso que biografía: su identidad no se construye desde un pasado o una historia personal, sino desde la inmediatez de las sensaciones, desde un presente que arde. Es un cuerpo que se desborda, que prefiere masticar, gruñir y lamer antes que explicar, y cuya metamorfosis consiste justamente en abandonar las formas dóciles del lenguaje y de la vida social. En ese proceso de animalización, la voz principal no se define tanto por lo que recuerda, sino por lo que experimenta en carne viva. Los recuerdos aparecen como destellos que arden en el cuerpo, pero que no organizan el tiempo ni la vida de la protagonista. La narradora es puro presente sensorial, puro desborde.

Diamela, la única figura que irrumpe en la soledad de la protagonista, aparece como presencia de ternura y erotismo. Pero su función va más allá de ser un personaje secundario: Diamela es amante, cuidadora y a veces también domesticadora; acaricia como si amansara, pero también marca límites, trata a la narradora como perra y la contiene en su voracidad. Así, funciona como coprotagonista, un espejo o alter ego que condensa las tensiones del relato: vínculo y encierro, ternura y posesión, maternidad y canibalismo. Su presencia no desplaza a la voz principal, pero sí la transforma, porque introduce la experiencia del vínculo: el cuerpo y el lenguaje ya no se piensan en soledad, sino en relación con otra, en un «nosotras» que es tan erótico como amenazante, tan tierno como voraz.

En esa relación entre la protagonista y Diamela, la metamorfosis deja de ser una experiencia íntima y aislada para volverse también un tránsito compartido, marcado por el deseo, el cuidado y la violencia. La transformación no solo atraviesa el cuerpo de la narradora, sino que se contagia, se multiplica, se vive en el contacto con otra. Y es aquí donde la novela abre un diálogo con una tradición más amplia: la de la transformación en la literatura clásica. Pero mientras en el mito antiguo la mutación suele ser castigo o destino impuesto desde afuera, en Casi perra la metamorfosis se reapropia como experiencia encarnada y radical, como un acto de afirmación corporal.

El texto dialoga explícitamente con Ovidio, pero subvierte su lógica. En un pasaje clave, la narradora dice: «¡Ay! ¡Aproxímate a mí antes de que me haya transformado del todo!» (p. 56), citando un verso ovidiano. Pero más adelante corta de raíz la tradición con su acto de apropiación: «No es Ovidio el que te habla. Soy yo» (p. 57). Esta declaración condensa el gesto de Sucari: se apropia de un linaje clásico para desbordarlo, para volverlo carne, saliva. Este gesto encuentra ecos en otras autoras. Clarice Lispector, en La pasión según G.H., narra también una transformación radical que ocurre en la soledad y el silencio, donde el lenguaje se quiebra y lo animal irrumpe como símbolo de lo reprimido. G.H., frente a una cucaracha, pierde las coordenadas de su yo social. En Casi perra, esa ruptura va más allá: la protagonista no contempla lo animal, lo encarna. En esa diferencia con Lispector radica también la fuerza y el riesgo de la novela. La decisión de llevar la animalidad hasta sus últimas consecuencias le da a la obra una potencia única, pero al mismo tiempo abre la puerta a sus límites formales y narrativos.

La misma radicalidad que potencia la novela puede también limitarla. En algunos tramos, la repetición se vuelve redundancia. El ritmo fragmentario, que en un comienzo resulta sugestivo, hacia el final puede producir cierta fatiga. Aquí el tiempo juega un papel clave: la narración transcurre en un presente absoluto, sin pasado ni futuro que ordenen la experiencia. Esa elección refuerza la urgencia y la fisicidad, pero también genera la sensación de estancamiento, como si la protagonista quedara atrapada en un bucle de deseo y dolor. El tiempo de la menopausia –ese umbral entre lo fértil y lo marchito– también se convierte en telón de fondo: no es casual que la transformación ocurra justo allí, cuando la sociedad pretende invisibilizar el cuerpo femenino. Algunas escenas, además, caen en una abstracción excesiva que dificulta el vínculo emocional o sensorial con el texto, y esto debilita el impacto de ciertas imágenes.

Pero incluso con esas fisuras, Casi perra no deja de ser una novela que rehúye las formas dóciles. Escribe desde el cuerpo, desde la herida. No es una lectura sencilla y en ocasiones exige más de lo que entrega, pero deja algo: una inquietud física, un querer saber. ¿Qué quedaría en nosotros si dejáramos de nombrar el mundo como se nos enseñó? ¿Si, por un momento, dejáramos de organizarlo con palabras, con gestos domesticados, y nos atreviéramos a pensarlo con la lengua, con el hocico, con las uñas? Esta novela no ofrece certezas y sí deja una pregunta difícil de soltar: ¿qué queda en nosotros que todavía no ha sido domesticado?

Sobre Paula:

Paula Daniela Cruz González (2003). Es estudiante de doble titulación en Estudios Literarios y Medicina en la Universidad Nacional de Colombia. Sabe un poquito de todo y a la vez no tiene idea de nada. Aspira a ser dermatóloga, pero sueña con una vida que le permita seguir aprendiendo, admirando y creando.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

Tres miradas en torno a Pájaros en la boca de Samanta Schweblin. Parte II

Reseña El gato y la madeja perdida