Dos relatos en tiempos de genocidio
Por Nicolás Moreno Romero
Un hombre camina por Berlín. Antes de la guerra había comenzado
sus estudios en diseño gráfico. Ahora este tipo de profesión no es necesario. Para
evitar ser deportado debe conseguir un trabajo. Se dirige a la fábrica en la
que trabaja su madre como costurera. Le pide trabajo a su jefe. Esta es su última
opción, y sabe que de no conseguir el trabajo, aunque no sabe coser, pronto lo
deportarán. El jefe no necesita costureros. De todas formas lo contrata como
supervisor del trabajo de la fábrica. Recibió un trabajo que un judío no debería
desempeñar. Pero su aspecto le favoreció: no tiene ningún rasgo que un oficial
busque en un judío. Su nuevo jefe le advierte que nadie debe conocer ese
secreto que ahora comparten. El nuevo empleado despierta sorpresa en los
trabajadores de la fábrica. Un alemán que trata tan bien a los empleados judíos
no es común.
Otra situación. Los indígenas un poblado en el Valle del
Cauca están bajo el control de un encomendero. Deben pagar impuestos a la
corona, y difícilmente podrán reunirlos junto con lo que necesitan para
sobrevivir. Además, su relación con los españoles empeora cuento estos reclaman
la propiedad de los territorios que habitan. Están expuestos a trabajos
forzados y a las epidemias que diezman la población. La guerra está fuera de
sus posibilidades. En esa situación una pareja española se instala en un lugar cercano
y les ofrece buenas condiciones de trabajo. Se comunican con esta a través de
una traductora del poblado y la relación resulta benéfica para ambas partes. Aunque
a la pareja no le resultan cómodas tales circunstancias, pues las autoridades
desaprueban que a los indígenas se les trate de ese modo. Lo que piden es más
rigor en el trato con el fin de que estos no lleguen nunca a representar un
peligro para las leyes y el sistema que instauran. Entonces, ¿Cómo puede esa
pareja seguir con esa relación con los indígenas sin que las autoridades logren
condenarla por su acto que parece ir en contra del bien de la corona?
Estas situaciones provienen de dos novelas contemporáneas,
el falsificador de pasaportes y la Isabela, respectivamente. Lo que me lleva a
escribir este texto y a relacionar libros tan distintos es una idea que
encuentro en ambas novelas y que está expuesta en las dos situaciones
anteriores. Me refiero a la idea de presentar un relato en el que la ideología de
los personajes históricos no corresponde con la que esperamos de alguien de su época.
Como dice Schönhaus, su obra es, sin por eso dejar de ser una denuncia a la
Alemania de la Segunda Guerra, un “monumento a los alemanes que están dispuestos
a dar su vida para salvar a judíos” (236). De igual forma, con el relato de la
pareja española que llega al Valle del Cauca, La Isabela nos confronta con una
concepción, si bien compartida por una inmensa minoría de los personajes de la
novela, de un proceso de conquista que respeta la vida y la dignidad de los indígenas.
Aunque los relatos no sean ejemplos de las acciones más
comunes de la época, y por lo tanto no sea su objetivo el presentarnos una
historia oficial, es precisamente el hecho el que motiva su lectura. Es, especialmente,
en el momento en el que reconocemos una parte de nuestra identidad en la de los
personajes históricos cuando podemos apreciar el carácter humano (ligado
inevitablemente a lo inhumano) que persiste el paso del tiempo. Así la historia
nos recuerda las deudas que tiene nuestra sociedad con los eventos del pasado.
Pero no entiendo acá esos eventos como al abstracto, sino como un evento
concreto que sigue teniendo repercusiones, como por ejemplo la segregación que,
incluso después de cuatrocientos años de los eventos de La Isabela, padecen los
grupos indígenas en Colombia.
Schonhaus |
Al final, ambas novelas han despertado en mí el deseo de
conocer más sobre las personas de esas épocas. Después de todo, es al
encontrarse con el otro cuando se hace patente nuestra identidad, pero estos
dos relatos no representan al otro de forma muy distinta, incómodamente vemos
reflejados rasgos de nuestra sociedad que desearíamos fueran de ese otro, y nos
damos cuenta de que son propios. Es esa incomodidad lo que siento al leer esas
historias de sufrimiento desde una posición privilegiada. Considero que eso
incomodo es el resultado de que las novelas trasladen el concepto de justicia
al plano de las acciones cotidianas de los personas y, por extensión, de los
lectores. Este es el gesto que este escrito quería resaltar.
Uribe M.J.(2010). La Isabela. Bogotá: Editorial La Serpiente Emplumada Ltda.
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