Una Bogotá, de tantas que hay. Reseña de la novela Según la costumbre de Gonzalo Mallarino Flórez
Por Tito Samuel Martínez Torres
Pero quizá uno de los temas centrales de la novela sea
el amor. Por un lado con Calabacillas actuando como representante de la
ausencia total de este, que convierte al sexo en un acto ególatra y desprovisto
de la complejidad de la conexión humana; y por el otro Anselmo, quien se
enfrenta al amor como una experiencia que se escapa por completo a sus intentos
de racionalizarla, una experiencia que le resulta contradictoria y trágica,
pues desencadena los sucesos que terminan por destrozar su mundo. Pero quizá es
únicamente esto lo que es capaz de curar el alma de los personajes y lectores,
pues en esta novela es el amor el que se convierte en catarsis para un mundo
oscuro y al borde del hundimiento.
Querer a Bogotá no es fácil, eso es cierto. El cariño
hacia la ciudad parece muchas veces reservado a candidatos a la alcaldía
capitalina, bandas distritales agradeciendo sus 15 minutos de fama en Rock al
Parque e hinchas de Santa Fe. Bogotá crece como un organismo vivo, cansado de
intentar escalar las montañas del oriente con nuevas sedes universitarias, y se
extiende hacia el norte, el sur y el occidente; esperando a que el esqueleto de
estaciones de Transmilenio, que la sostiene en pie, logre alcanzar los nuevos
barrios marginales que ceden a su jurisdicción.
Para los foráneos es demasiado fría y, aunque
intentemos negarlo, para los que hemos vivido toda nuestra vida en ella también
lo es. Pero hay algo de metrópoli de los años 50 en ella, un no-se-qué que
inspira a quedarse, una cierta promesa de que todo es posible viviendo entre
los cartones que hacen de cobijas para los desamparados.
En Según la
costumbre, primera novela de Gonzalo Mallarino Flórez y primera parte de lo
que se convertiría en una trilogía, asistimos precisamente a esa Bogotá.
Situada en el siglo XIX, cuando la ciudad no había alcanzado ni la mitad de su
monstruoso tamaño actual, la novela narra la historia de dos personajes que
terminan convirtiéndose en presencias contrarias en el transcurso de esta. El primero, un médico obsesionado con no perder más pacientes ante la
enfermedad que ataca a todos desde la intimidad del sexo. Y el otro, un
proxeneta administrador de dos de los prostíbulos de la ciudad, quien
lentamente se convierte en el propagador principal de la epidemia. A través de
la enfermedad que infecta sus calles, Bogotá lentamente se transforma en una
figura protagónica. Es precisamente la ciudad quien se encuentra al borde de la
muerte, quien durante el transcurso de la historia oscila entre la salvación y
la perdición; Bogotá, la ciudad oscura que parece tragarse las esperanzas de
ambos personajes, aunque al mismo tiempo parece motivarlos a seguir
intentándolo.
La novela intercala los capítulos entre la narración
de Anselmo Piñedo, el médico, y
Calabacillas, el proxeneta, para profundizar en los motivos que mueven a ambos
personajes. Descubriéndonos así que aquello que hace actuar a Anselmo, lejos de
ser una bondad magnánima, es la angustia de la muerte de su último paciente, y
los sentimientos que empieza a desarrollar por la esposa de este. Mientras que
el deseo de ser finalmente aceptado en los altos círculos, sin importar su
deformada figura, es la razón que determina las acciones del Calabacillas. Así
es como Mallarino nos lanza a los lectores a un mundo donde los deseos más
egoístas pueden mover intenciones filantrópicas y donde los deseos más humildes
pueden resultar en los actos más destructivos.
Quizá nada exprese mejor esa Bogotá donde nada puede
ser calificado de bueno ni malo como el proverbio francés que decora la contra
portada del libro: En la medicina como en
el amor, ni jamás ni siempre. Este hecho no debe aplicarse solo a estos dos
factores, pues en la Bogotá de esta novela no existen tales cosas como jamás ni
siempre. El mundo destrozado que relata Según
la costumbre es uno donde nada “es” bueno ni malo, donde estas dos cosas
resultan tan parecidas que es difícil discernirlas.
La prosa utilizada por Mallarino complementa las
mentes atafagadas de sus dos narradores. Evita los puntos aparte, las comas y
los guiones de diálogo para hacer de cada capítulo un bloque de ideas e
historias contadas por el médico o el proxeneta. Esto podría resultar abrumador
para algunos lectores, pero la brevedad de los capítulos ayuda a dar un respiro
a la lectura.
La novela es de una lectura agradable y grotesca a la
vez, casi como la Bogotá que nos relata. La ciudad que escribe Mallarino es
sórdida y vil, aunque la poca esperanza de la que se alimentan sus personajes logra iluminar de
vez en cuando aquel mundo. Tanto el doctor obsesionado con salvar a la ciudad,
como el proxeneta afanado por ser reconocido por ella (aun si es necesario
condenarla), resultan personajes ricos y con una voz propia; lo que es de
resaltar en esta novela pues la narración entera depende de ambos.
Gonzalo Mallarino Flórez |
El amor es lo único que hace brillar las calles de esa
ciudad de sombras, lo que evita su destrucción y la de sus habitantes. Y sí, la única forma de amar la Bogotá
hiriente de Mallarino es con uno de esos amores de los años 50, un amor de esos
de “no importa que tanto me pegue, él me quiere” pero, al fin y al cabo, por
más dolor y sufrimiento que traiga, el amor es la única forma de salvarse y
salvarla.
Mallarino, G., (2010). Buen Viaje General. Casa de Libros.
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