A la espera de la Primavera. La historia interminable: El problema de novelar el mundo

Reseña de:
Siempre fue invierno.
Piedad Bonnett

PRÓLOGO A LA RESEÑA DE SIEMPRE FUE INVIERNO

Una y otra vez. Las cosas no cambian y todo se siente como en un círculo, como en uno de esos sueños donde todo transcurre de nuevo, igual, sin que puedas mover un dedo y, por fin, halar un gatillo. La pantalla del computador, la memoria fresca y gastada de letras, la necesidad de escribir sobre esa disecada imagen, perenne, inmóvil, desocupada. Reseñar novelas se ha vuelto un ejercicio similar a los sueños repetitivos; la deducción es la misma en todos los casos: el problema de cómo contar la misma realidad invariable; el por qué las malas anécdotas continúan siendo el pan de cada día; el problema de los clisés usados y re[h]usados, y del olor a culebrón televisivo que dejan las más de las novelas recientes. Todo igual, con pequeños cambios, claro, pero empiezo a creer que es sólo para despistar; en un lado temas más deshilvanados, en el otro, personajes un poco más sólidos; en el fondo, igual: un intento de abarcar a profundidad que empieza y se queda en la mera extensión. Unas palabras más sólidas, un intento aceptable. El sudor, la dedicación, el optimismo creativo, la innegable solidez y recorrido del escribiente…entonces, ¿por qué este sabor ambiguo? ¿Por qué este no sé qué desasosegado? ¿Por qué este sueño de repetición? ¿Por qué el mareo del círculo interminable? La lectora no sabe. Esperemos algún crítico sea capaz de decírmelo. Empiezo a perder el equilibrio…a hacerme cosquillas el estómago; y en la cabeza «reconocer, reconocer, la lectura sin prejuicios, reconocer, reconocer, la tarea ardua, el sudor, la paciencia, el tiempo de cocción, reconocer, reconocer, abajo la academia, reconocer la buena letraaaaaaa» Salgo corriendo al baño.

A LA ESPERA DE LA PRIMAVERA

LA HISTORIA INTERMINABLE: El problema de novelar el mundo

Reconozcámoslo, en el mundo hay ricos, pobres, una sociedad disgregadora y una escasez de buenos hombres; en Bogotá, como en la no tan vasta inmensidad del globo, está el Norte colindando con el Sur, el exceso de deseos y la falta de oportunidades; la realidad desborda de desdicha y de falsas promesas, de paquetes inventados y facturados de la felicidad, de compradores y de ladrones justicieros; los héroes de nuestra ciudad prenden velas, matan hombres y tienen colgados en las cabeceras de sus camas el póster de Robin Hood, o de Bill Gates, de Gaitán, del Ché o de Uribe. Todo parece un mismo saco roto donde entran los sueños y se desvanecen en cualquier alcantarilla: un pub, una oficina, un cheque o un libro. La realidad sigue siendo igual de desgarradora, pero hay más agarraderos en las estanterías…El mismo mundo con la posibilidad de dormir tranquilos; la misma impotencia de decir cualquier cosa, de protestar cualquier cosa y después ir a la cama sin más, con alguna limosna hecha a la conciencia o con alguna droga en el cerebro, es lo mismo.

Cómo volver a las letras, ese campo tan mancillado, ese agarradero tan fértil, y no sentir que ya todo está dicho. Cómo hacer justicia del modo limpio, cómo aniquilar la vaciedad con la palabra. Hay que reconocerlo, cada vez es más complicado. Ya no basta pintar el mundo tal y como es para que los hombres se vean en un espejo y despierten; lo han retratado tanto que somos inmunes, cucarachas invencibles a la bomba de la página escrita.

Muchos escritores fueron buenos precisamente por eso, no porque se ensalzaran ahora o antes o después a razón de algún crítico; muchos libros son buenos porque lograron decir algo y dejarnos algo resonando; pero ante el paciente inmune, la droga no surte efecto; ante el hombre sordo, las palabras no son sonido, ni siquiera eco. Por eso este intento, Siempre fue invierno, de condensar el mal mundo y los malos hombres, los flacos de un lado y del otro, ya no es efectivo, por eso sigue sonando a historia gastada y repetida. Suena a mentira, a clisé, a realidad escueta, a pintura muerta.

El mundo frío de los ricos y una sub-heroína que intenta escapar de su mentira; el mundo frágil y sudoroso y lleno de rabia justa de los pobres con un sub-héroe que lo reconoce pero no avala los medios; Franca que huye de su marido ufano de poder y de golpes y de mentira y pose; Ángel echado de su terruño del campo, desertor de las bombas y la lucha infructuosa de las masas, intentando salvar el mundo con penicilina en un Hospital de la ciudad. Franca que se descontrola al probar la libertad, y se vuelve libertina y se pierde y se engaña con otro de los paquetes etiquetados de la felicidad (la vida bohemia, que colinda entre el arte y el libre amor, entre las caminatas y las aventuras inesperadas del mundo cosmopolita, esas que aparecen en cualquier esquina, en cualquier Willis). Ángel solitario que encuentra la posibilidad del amor y lo lleva hasta las últimas consecuencias, Ángel que deja de asistir a los enfermos y se enferma de sus propios sueños, de sus propios fracasos, de sus propias frustraciones. Hombres rotos son estos personajes, rotos por el mundo cara de mármol y rotos por sus cuerpos de vidrio, frágiles y vacíos de pura fatalidad. Así es el mundo y así son los hombres que el mundo produce, así, sin finales felices o posibilidades o esperanza de ellos. Ya lo sabemos y, sin embargo, el espejo literario no nos extraña, no nos conmueve, no nos sorprende.

Piedad Bonnett configura estos cuerpos sin alma del mundo desalmado de manera convincente; sacando adecuadamente las palabras de la estantería recurrente, dándoles un orden preciso, la a antecediendo a la b y estas dos, en fila india, detrás de la c. Juiciosas, ordenadas, las letras se enfilan para contar esta historia; la escritora letrada hace su trabajo pulcro y con pocas manchas, un buen trabajo, claro como el agua es este mundo; dicha, muy dicha, esta falta de hombres y esta realidad enmascarada, muy desenmascarada. Todo transcurre limpio, llano, liso…tal vez muy liso; y entonces el buen trabajo, no nos sorprende.

¿La falta está en el mundo que se ultra-reconoce o en las letras que no saben despabilarnos? Sin respuesta, sin que nos termine importando realmente si la hay, sin sorprendernos ya de nada, sin esperar tal vez ya nada, dejamos de ver cualquier telenovela y leemos cualquier novela de una editorial reconocida, la misma historia que sabemos y que no sabe a nada, como el agua que tiene la misma temperatura corporal. Sin extrañamiento, Piedad Bonnett tiene razón: siempre, siempre, siempre, ha sido, fue y será el mismo invierno.


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