Cincuenta agujeros negros


Rubiano, Roberto, Cincuenta agujeros negros. Bogotá: Norma Editorial, 2008. 236 págs

Por Lorena Andrea Panche

Decir que la literatura tiene el poder de transportarnos a lugares recónditos, asombrosos y desconocidos, y de esta manera crear ante nuestros ojos una infinidad de mundos fantásticos a los que jamás podríamos acceder de otra manera, es ya un lugar común. Cuando nos adentramos en los dominios de la ficción, nos encontramos en un espacio regido por otra mecánica dentro de la cual todo es posible; no obstante, todos los universos que pueden recrearse en este vastísimo espacio, delimitado tan sólo por el pacto establecido entre autor y lector, no son más que máscaras de mueca aterradora o convulsa que distorsionan, desdibujan o reafirman el rostro de la realidad, evidenciando su carácter multiforme e inaprehensible.

El último libro de Roberto Rubiano nos muestra la realidad desde el envés, desde ese lado que permanece oculto la más de las veces. El agujero negro como el “no-lugar”, como el espacio en el que se subvierten las leyes de lo físico, se convierte en el consecuente escenario de estos breves relatos que muestran una suerte de realidad invertida, de signo negativo, pero que, pese a su carácter desconcertante e inexplicable, no se encuentra tan alejada de nuestra realidad.

A lo largo de Cincuenta agujeros negros de los que el lector no puede evadirse con facilidad, el autor presenta una serie de historias que desarrollan situaciones cotidianas y triviales, como puede ser una cena, un viaje de vacaciones o la compra de una prenda de vestir, pero que se “solucionan” de forma inesperada, aunque atendiendo siempre a una férrea lógica: la lógica del absurdo.

El pacto narrativo que Rubiano plantea al lector es el de proponer una salida inexplicable, extraña, irracional, en últimas, a hechos completamente normales que no parecen necesitar de explicación alguna. Una vez que el lector acepta la convención, puede adentrarse en un mundo en el que una camisa devora a quien la usa, donde los biólogos exterminan sistemáticamente su objeto de estudio, y en el que la vida de una ama de casa no es menos ficticia ni superficial que su telenovela favorita.

Todos estos relatos, en los que se hace imposible cualquier distinción entre lo real y lo irreal, entre lo racional y lo absurdo, están construidos con el “cuidado y la precisión de un relojero” que los convierten en unidades perfectamente ensambladas cuyo funcionamiento no podemos comprender del todo pero sí explicar en alguna medida. La brevedad de los cuentos, que nunca exceden las dos páginas, no sólo hace la lectura ágil y fácil, sino que también le confiere a los relatos una gran fuerza, una contundencia que cierra la estructura sin dar explicación alguna, dándole vuelta a los principios que regulan nuestra concepción del mundo.

Podría decirse que los cuentos que conforman Cincuenta agujeros negros no son susceptibles de compararse con fotografías, sino con negativos de fotografías en donde observamos aquello que no podemos percibir a simple vista, en donde podemos identificar formas, siluetas que nos son familiares, pero que están rodeadas de una atmósfera enrarecida, adquiriendo colores y expresiones que las hacen extrañas. Al crear este mundo visto desde el envés en el que los acontecimientos se desarrollan de forma ininteligible, absurda, Roberto Rubiano nos enfrenta con cuanto hay de absurdo y desconcertante en nuestra propia realidad, a la que la lógica y la razón no siempre pueden explicar de manera satisfactoria.

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