La Colombia apartada, como yo, ¿como tú?

Por Alejandra Moreno

¿Alguna vez has empezado a leer un libro y has tenido que parar la lectura porque no entiendes nada? Bueno, ya somos dos. Como lectora que se enfrenta a muchos tipos de textos, esto me suele pasar con cierta frecuencia, más de la que me gustaría admitir, pero nunca me había pasado como con Albalucía Ángel. No sé si tuvo que ver con mi estado emocional, la presión del tiempo, el mundo pandémico o el estilo de la autora. Tal vez fue un poco de todo. Es difícil encontrarse con palabras que se entremezclan, dichos extraños, cambios de ritmo, monólogos caóticos; sobre todo cuando tu propia realidad no tiene orden, cuando de repente todo lo conocido ya no lo es y todo tu mundo se ha reducido a cuatro paredes por el monstruo invisible del virus aquel. Así, en las circunstancias menos convencionales posibles, empezó mi lectura de la escritora nacida en Pereira, conocida por desvirolada, por su escritura rara y poco convencional.

A Albalucía la conocí leyendo ¡Oh gloria inmarcesible!, un volumen de 34 cuentos organizados como Colombia. Colombia tierra querida, tierra de dos mares y tres cordilleras. Himno de fe y armonía donde se encuentra la biodiversidad más rica, diferentes climas, diversidad de aves, anfibios,culturas y reinados de belleza. Llena de ríos míticos como el Magdalena, de historias de nuestros grandes héroes nacionales y, claro, de nuestros villanos. El país de la gente echada pa’lante, que vive del rebusque, que no se vara. El país “más feliz del mundo”.

¿Cómo no ser felices? Tenemos pueblos, regiones y territorios privilegiados que la autora usará para hilar sus cuentos. Andando este territorio desandado por las historias oficiales, se dedicará a hablar de las zonas apartadas del país. Hago énfasis en apartadas, porque así es como parecieran estar. Lejos del centro, del orden, de Bogotá, de lo conocido para mí. Distantes del lugar en el que se habla “el mejor español del mundo”, muy diferente al español que habla la minoría, o sea, el resto del país. Un español no muy de España del que hace uso Albalucía.

Y así, con ese estilo, realza la Colombia apartada de la patria, nos llena de un júbilo inmortal. ¡Oh júbilo inmortal! Por los muertos que Dulces Colombina lleva a nuestras bocas. Por los estudiantes a los que le dedican un párrafo mientras a Gloria, esa gloria nuestra y también el gran barco cargado de coca, le dedican días enteros de noticias que sólo muestran lo honradas que son nuestras fuerzas militares, esos héroes que sí existen. Como Capax, al que se le celebra mientras, por la ineficacia institucional, los pueblos se caen a pedazos y, por la indiferencia, las personas se mueren. Júbilo que nos llega al saber que San Andrés es el paraíso para los turistas y el infierno para su gente.

Entonces, sus cuentos dejaron de ser un horizonte extraño para mí, se volvieron una crítica mordaz, una que pegaba justo en el punto. En estos cuentos Albalucía utiliza las palabras para crear un país donde la ciudadanía de segunda clase tienen voz. Su creatividad pareciera no tener límites: usa recortes de periódico, narra un cuento a modo de obra de teatro, las voces internas de los personajes se confunden con los comerciales de televisión. Con picardía, sagacidad y una voz fuerte pinta a la otra Colombia, la grande.


El problema deja de ser de clases para ser algo humano y fue eso lo que conectó con mi mundo desordenado, con mi ser violentado e insertado en la pandemia. Con un ojo capaz de capturar los detalles de todo este paisaje, su prosa deja de ser rara para convertirse en el compás del corazón. Los cuentos de una mujer enamorada de un guerrillero o de mujeres siendo cosificadas, acosadas, violadas se acercan a mí y reflejan ese sentimiento de ser y estar alejada de una sociedad de hombres.


Ahora este libro de cuentos ya no es un paisaje ajeno para mí. Su voz me susurra al oído, mientras entre lágrimas y desconcierto leo, y me encuentro con un manifiesto de humanidad. Ahí está lo enorme de su obra, responde a los problemas más íntimos de nuestra sociedad, no sólo la colombiana, sino esa sociedad humana tan desigual, llena de heridas, dolores y un folclor hipócrita. Su obra se hace un aporte al construir y deconstruir, y, más que eso, al invitarnos a conocer el poder de nuestros recuerdos.


¿Será fácil leerla? Creo que con lo que te he contado, deducirás que no. Es un reto para la mente y para el corazón, pero, si me lo permites, te invito a recorrer una parte de la historia del territorio colombiano de la mano no sólo de Albalucía, sino de quienes nos hablan en sus cuentos: las personas apartadas. Acercarse a la experiencia humana y a su profundo dolor nunca es fácil; pero nos une, nos permite conectar, así que ¿qué dices?

Sobre Alejandra Moreno

Bogotá, 1999. Estudiante de Español y Filología Clásica, y Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. No hace otra cosa que amar y busca hacer el mundo más bello para todas las personas con ayuda de las palabras. Contacto: mmorenoma@unal.edu.co

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