Los otros ojos de la niñez


Por: Miguel Alejandro Acosta Hernández

Según cuenta Rosero esta obra fue concebida un día en el metro de Paris, cuando vio a dos niñas de diez años, sentadas y tomadas de la mano, mirándose. ¿Qué es lo que estarán viendo? Tal vez eso fue lo que se preguntó, o al menos es lo que yo me suelo preguntar en esas situaciones. Creo que todos tenemos una pequeña venita de escritor cuando contemplamos a algún desconocido en la calle e intentamos adivinar el mundo posible en el que habita. Deseamos descubrir la esencia del otro a través de una sola mirada; y aunque no podamos conocer en profundidad la realidad ajena, siempre podemos intentar imaginarla. De aquella visión parisina nació en el autor el germen de esta “novela de amor”, como él mismo la define. La necesidad de ponerse en los zapatos del otro se traduce en la creación literaria en el momento en el que el escritor se introduce en la perspectiva de sus personajes para componer un universo a través de unos ojos ajenos.

¿Los niños ven una realidad distinta? Representar la perspectiva infantil es un proceso complejo. Es erróneo pensar que la óptica de la niñez no es sino un vacío de conocimientos y experiencias; es, más bien, una forma distinta de experimentar el mundo, un universo con sus propias reglas que con el tiempo deja de ser, se trasforma. Rosero lleva razón en su representación: lejos de esos lugares comunes edulcorados, los niños en esta novela tienen la capacidad de comprender todo lo que ven y oyen, solo que lo hacen de forma distinta. ¿No solían ser más especiales las cosas cuando no sabíamos cómo nombrarlas? El terror y la atracción por lo desconocido, esas primeras sensaciones que no podíamos entender, el misterio y la exploración. Al crecer terminamos por olvidar el mundo en el que solíamos habitar, y esa amnesia nos lleva a imponerle categorías del presente al recuerdo del pasado. Es un error común fabricar en nuestra niñez un idilio que nunca existió, olvidamos que detrás de los ojos inocentes se perfilaban las sombras de un mundo que no sabe de edad, pureza o ética. Si la infancia es mucho más que inocencia e ignorancia ¿cómo podemos llegar a pensar que la sexualidad, la violencia y la podredumbre de la sociedad son ajenas a los ojos vigilantes de la niñez?

Juliana los mira es la consecución de una perspectiva de la niñez por fuera del lugar ameno. En la novela conocemos el mundo de Juliana a través del prisma de su punto de vista: ella pinta con palabras lo que ve, nombra sin conocer el nombre de las cosas, intenta entender un mundo que no le devuelve la mirada. Traducido en este lenguaje de extrañeza infantil se presenta la oscuridad del ambiente de la familia de Juliana, pertenecientes a la típica clase alta latinoamericana corrupta; en un espacio donde se reúne lo peor de los sectores adinerados, la política y la iglesia. En una fiesta de drogas y excesos, abandonada a su suerte, Juliana encuentra la compañía de Camila, una niña un tanto mayor; solamente ella la mira de vuelta dentro de aquel caos. A lo largo de la novela la desatención de los padres de ambas les da vía libre para explorarse mutuamente, desde la perspectiva de Juliana podemos asistir a la creación de un universo simbólico entre las dos. Este contacto íntimo lleva a la protagonista al descubrimiento y desencuentro con el sexo, referido siempre por medio del lenguaje infantil. Me parece prudente advertir, al lector escrupuloso, que la carga erótica de esta novela podría parecerle algo desconcertante e incluso chocante en primera instancia (en mí caso ciertamente fue bastante incómodo). Pero es importante señalar que el acercamiento que plantea Rosero no es una apología de ningún tipo, por el contrario, pretende precisamente poner en cuestión esa noción habitual por la cual solemos separar tajante, e irresponsablemente, todo lo que tenga que ver con la sexualidad de la “pureza de la infancia”. La historia de Juliana los mira narra lo que pasa cuando un niño es dejado a su suerte en un mundo indiferente, pero no desde una posición moralizante para que digamos “no pues terrible”; sino desde la propia mentalidad de Juliana, para que nos escandalicemos de verdad y comprobemos lo ingenuos que somos en cuanto a nuestra concepción de la infancia.

Por otro lado, un lector escéptico podría señalar que, a pesar del lenguaje infantil, las imágenes que Juliana nos pinta son tan poéticamente dinámicas que se las podría acusar de artificiosas. Ciertamente no se puede ignorar que la complejidad del universo interior de Juliana excede con creces las posibilidades de su edad. Aquí sí podemos sentir la presencia de Rosero, del poeta oculto tras los ojos que intenta imaginar. Sin embargo, lejos de malograr la representación, yo creo que todo lo que tiene este libro de literario lo hace más digerible. Sin ser del todo realistas, esas excelsas imágenes, esas metáforas rebuscadas, o esos juegos retóricos ininteligibles entre Camila y Juliana, toda esta riqueza de lenguaje no desvirtúa la autenticidad del discurso infantil, sino que nos permite imaginar con Rosero la inventiva propia de la niñez. Un espacio tal vez imposible de recuperar en el recuerdo, pero reconstruible mediante la literatura. La apuesta de Rosero confronta el idilio poético con la turbia realidad de Camila; una apuesta mucho más auténtica que las estériles imágenes idílicas habituales de una niñez inmaculada. Tras el filtro de Juliana el turbio mundo que la rodea se dibuja claramente, con todas sus implicaciones. Lejos de crear una realidad ficticia yo creo que el punto de vista de la niñez en este libro le confiere una mayor autenticidad al mundo que Juliana ve: lo revela al desnudo, sin los prejuicios y sesgos del adulto.

Es una lástima que Rosero decidiera remover la última parte de la novela en las ediciones más recientes, tal vez pensó finalmente que era demasiado (si lo leen podrán intuir a que me refiero). Sin embargo, este corte quirúrgico que el autor consideró necesario, para evitarse polémicas innecesarias supongo, atenta en última instancia contra la unidad de la novela. Yo le recomendaría, al lector interesado que sepa apreciar esta obra con todas sus implicaciones, que busque y lea el final extirpado. Se puede prescindir de él, pero no es lo mismo: me parece que para el conjunto de la obra este final es más un pulmón que un apéndice. Tal opinión podrá ir en contra del criterio del escritor, pero no contra el mío. ;)

 

Rosero, Evelio (1987). Juliana los mira. Barcelona: Anagrama.

 

Sobre Miguel Alejandro Acosta Hernandez:

Bogotá, 2001. Estudiante del pregrado de Estudios literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Tengo un especial interés por la narrativa visual, el diseño y los procesos editoriales. Actualmente soy miembro de la revista Escuela Editorial Ex-libris. Contacto: macostah@unal.edu.co 

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