Las mujeres que te habitan

Por Carolina Gómez Pulido

Si volviera a nacer me gustaría ser hombre. A ver si me libero de una vez por todas de la carga histórica impuesta sobre mi sexo. La carga que condenó a mi bisabuela, quien nació en el campo y se escondía con mi abuela en una trinchera de la finquita mientras pasaban los ejércitos que lo arrasaban todo; la misma carga que trajo a mi abuela a la ciudad y la única oportunidad que le dio fue la de casarse, se convirtió en la madre de nueve hijos, su cuerpo y alma se entregaron a la maternidad hasta el último de sus días; la misma carga que reposó sobre los hombros de mi madre a quien mi abuelo no dejó ir a la universidad a estudiar artes, y sobre los de mis tías que fueron maltratadas por sus esposos y cuando lograron divorciarse se quedaron sin nada porque el matrimonio las obligó a entregarlo todo; la misma que llamaba por teléfono a la señora que trabajaba haciendo el aseo en mi casa y que mientras limpiaba se aguantaba los gritos del padre de sus hijos, y quien después ponía una y otra vez las mismas rancheras y las mismas baladas que hablaban de desamor, se las sabía de inicio a fin aunque ninguna contara su historia.
Por mi parte, a veces siento que nací con la libertad que le quitaron a cada una de ellas, y que por eso puedo quedarme horas en la biblioteca, en mi habitación propia, como diría Virginia Woolf. Sin embargo, cuando me miro en el espejo escucho una voz en mi cabeza que me repite lo que nos han dicho por generaciones a las mujeres en Colombia, que "los hijos para el cielo, esa es la noble tarea de la mujer", y que aspires a convertirte en una "mujer hecha y derecha. Hecha y derecha".

Desde sus primeros escritos elaborados en la década de los 60, Albalucía Ángel Marulanda, una escritora pereirana nacida en 1939, emprende una hazaña en su proceso de creación artística: la reflexión sobre el ser mujer en un país como Colombia, de donde salió a temprana edad pero sobre el que han girado algunas de sus mayores angustias y disertaciones. Su reflexión, que esbozó en novelas como Los girasoles en invierno (1970) y Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón (1975), termina plasmada en Misia Señora, su cuarta novela, publicada en 1982. En la novela es evidente que hacer consciencia sobre la experiencia femenina es un proceso de autoconocimiento difícil y a la vez doloroso, tanto en lo individual como en lo colectivo. 

La novela está construída sobre las tensiones y disputas que se producen entre el imaginario de lo que debería ser la mujer y los deseos y actos de las mujeres que van en contravía de esa norma. Los personajes, especialmente Mariana, la descendiente más joven de un linaje de marianas, alrededor de cuya experiencia gira la novela, evocan la sumisión pero también la rebeldía, independencia y una genuina ansia de libertad. Mariana nace y crece en el seno de una familia tradicional, entre sus amigas y en un colegio de monjas. Su voz interior se cuestiona lo establecido, pero esto no es suficiente para librarse de ese "deber ser" que se le impone.

A lo largo de las tres partes que componen el libro, Albalucía Ángel denuncia una sociedad hecha por los hombres y para ellos. Pone en cuestión las instituciones, la iglesia y su moral, por ejemplo, pero especialmente el matrimonio como un contrato hecho en beneficio del sexo masculino, de su placer y la consolidación de su poder sobre el cuerpo femenino, obligado al sometimiento, la obediencia y el servilismo. Como el matrimonio, la sexualidad es otro de los temas principales de la novela: la violencia sexual, el acoso, las violaciones, la virgnidad, la actitud complaciente, entre otras, son situaciones que le permiten a Albalucía explorar desde lo más íntimo, el cuerpo, la violencia que se ejerce sobre las mujeres. 

Estos temas aparecen en la novela como un relato íntimo, como una conversación entre mujeres, hay una voz interior que salta entre varias conciencias y también un discurso que habla en segunda persona, que le susurra a Mariana y a nosotras mientras leemos. Una voz que le dice por un lado lo que debe hacer y por el otro de lo que es capaz, que la impulsa a la rebeldía pero que no la libera de la culpa, ni de la tristeza ni de la locura. La novela es un relato colectivo que nos indica que la historia de Mariana y de su familia es la de muchas generaciones de mujeres y que, asimismo, sus resistencias a lo establecido desde lo más íntimo también pueden ser colectivas. 

Leer esta novela es un ejercicio de mirar en un espejo la propia experiencia y los propios sentires que a veces son difíciles de poner en palabras, de explicar o si quiera de reconocer. Es una batalla contra una misma y contra esa voz que viene del exterior, de una sociedad como la nuestra, pero que inevitablemente se vuelve una voz de la propia consciencia que nos autolimita, que nos dice que someternos es nuestro destino y que no somos ni podemos ser libres. Sin embargo, al mismo tiempo resulta conmovedor encontrarse con experiencias transversales, colectivas, que nos interpelan en lo más íntimo, que me han hecho pensar en mi madre y mi abuela, a quien poco conocí, y cómo lo que fueron y lo que hicieron me atraviesa en el presente. De seguro te permitirán a ti, lectora o lector, una experiencia con la novela sin precedente alguno.

Sobre Carolina Gómez Pulido:

Bogotá, 2000. Estudiante de Estudios Literarios. Respiro palabras, me interesa todo lo relacionado con la memoria y con lo que se ha escrito en Colombia. Contacto cgomezpu@unal.edu.co


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