El adulto nace cuando muere el niño y la adolescencia es la larga agonía de esa muerte

Por: Luis Fernando Vergara Upegui

Pocos, realmente pocos libros u obras consiguen que los devore en cuestión de una tarde o mañana, sin embargo, la novela Albeiro Echevarría lo consiguió en poco menos de dos horas. Esa primera lectura fue un viaje rápido y vertiginoso sobre la complejidad de la novela y sobre, el aún más complejo, momento histórico que la envuelve. Por supuesto, no puedo ocultar que, en esas primeras páginas, mientras conocía a Leopoldo y conversaba con su vívida subjetividad, tuve la impresión de que estaba en una novela costumbrista debido al gran compromiso que veo en la narración por reflejar los usos y las costumbres de la tierra de Yarumal. Allí, por poco paro mi lectura en seco, porque las novelas costumbristas más escueleras, tienden a centrarse en mostrar una tierra y sus peculiaridades, en consecuencia, la trama se subordina a la intención de mostrar el sabor local, no a desarrollar la historia, los personajes o realizar una evaluación de la sociedad. Ese costumbrismo crea una tierra atrapada en el pasado y sin tiempo, una exaltación a la naturaleza que por momentos se parece más a una égloga que una novela.

Afortunadamente, aquí no fue el caso y lo entendí mejor en una segunda lectura, todo el esfuerzo de Albeiro Echevarría por recrear las particularidades de Yarumal: el acento tradicional sirven para crear una especie de paraíso, una arcadia enriquecida paisa montañero, las panelitas que vende mayita, los paisajes y hasta la música pronto, los llama Leopoldo, mientras regresa a Yarumal y los recuerda, junto a por la nostalgia de una infancia dorada. Tiempos más simples que terminaron muy la tragedia que los terminó. Tres tragedias cambian la vida de Leopoldo y si bien no lo matan a él, matan su niñez en una larga agonía llamada adolescencia. 

La primera tragedia es solo un abrebocas de lo que viene, empieza el divorcio de sus padres, ocasionado por una aventura del padre de Leopoldo con la esposa del barbero. Si bien ganas no le faltaron al barbero para matar a los amantes, que se vieron obligados a huir, lo que termina muriendo es el hogar de Leopoldo. Mauricio, hijo mayor de ese hogar corre en búsqueda de su padre y gracias al chisme, que hace de todo pueblo chiquito un infierno grande, termina por ser confundido con los muchachos (paramilitares) y cuando es llevado para ser interrogado por la fiscalía, se concreta la tragedia: el barbero es asesinado en “limpieza social” en frente de la casa de Leopoldo. Leo, el niño testigo del homicidio sabe que acusarán a Mauricio por la tensión entre las familias y los rumores sobre sus supuestos nexos con los muchachos. El miedo impulsa a Leo a tomar una decisión que no tiene vuelta atrás: para proteger a su hermano de una falsa acusación entierra el cadáver del barbero en el solar de casa.

Desde allí, cambia el tono de la novela porque cambia su narrador. Leopoldo es víctima constante de miedo y paranoia, cada día vive con el terror de que descubran el cuerpo y se desate el pandemonio. Mauricio se va de Yarumal, obligado por el peso de los rumores que lo acusan de matar al barbero y las limpiezas sociales que desaparecen personas con mala reputación. En ese momento pude ver como el niño Leo empieza a morir, producto de la agonía y los inicios de una tormentosa adolescencia que presagian cómo será su vida por un buen tiempo.

Sin darle descanso a Leopoldo y agudizando la agonía, se prepara la segunda tragedia, Mayita comienza a sentirse débil y anuncia su muerte. Por supuesto Leo no le cree y trata de calmar lo que él piensa son miedos irracionales. Mayita muere y con esto Leopoldo se queda sin hogar en Yarumal, la familia que le queda no le proporciona un calor propio del hogar, la tía Lucía se irá a un convento y vivir con el abuelo no le parece a Leopoldo la mejor de las opciones. Entonces, sucede la tercera tragedia, y el tono nostálgico de una infancia dorada, que casi había desaparecido con la muerte de Mayita, es completamente reemplazado por la incertidumbre de la novela contemporánea. Siguiendo a su hija Mayita, muere el abuelo, y Leopoldo queda en el aire, sin saber quién lo va a sostener, porque hasta entonces el abuelo se encargaba de todos los gastos. Entiendo este momento como el de mayor incertidumbre de Leo, preocupado por: si se quedaba sin casa, sin forma de sostenerse o salir adelante, por supuesto, también estaba aterrado que su tía vendiera la casa dónde estaba enterrado el muerto y lo descubrieran. Aquí sentí que necesitaba terminar la novela lo antes posible, porque estas incertidumbres en una vida tan golpeada por tragedias debían ser resueltas de alguna forma, y yo necesitaba saber cómo.

Con la ida de Leopoldo a Bogotá me sentí identificado, también fui un joven de pueblo, obligado a vivir solo en una gran ciudad. Traté como Leopoldo de tener un nuevo inicio y algo de paz después de un pasado turbulento.  Sin embargo, no esperaba que la agonizante adolescencia de Leopoldo terminará con el viaje a Bogotá, y la novela no me decepcionó. La agonía llega al punto más álgido cuando Leo ve a uno de los hijos del barbero en el bar que trabaja; esa fue la gota que derramó el vaso, no puede más, la culpa y el miedo lo hacen hablar. Esa conversación fue todo lo que esperaba, terribles silencios, la sorpresa y molestia Federico, hijo del enterrado en el patio, y su incapacidad de darle una respuesta a Leopoldo me parecían los ingredientes para una tragedia final, podía ver a los hados tensando el hilo de Leopoldo para cortar su libertad y ser malentendido o acusado ante la autoridad. 

Admito que paré brevemente de leer en ese momento y me pregunté cómo quería que fuera el final: ¿Deseaba ver una vida tan marcada por la tragedia en la cárcel? No, no quería, no después de todas las injusticias que he visto en el país, no después conocer que la capacidad de Leopoldo para atraer a los problemas está ligada a su necesidad casi compulsiva de ayudar a las personas. No quería ver, otra vez, al bueno castigado injustamente, y la llamada del hermano de Federico fue soplo de aire fresco que inicia la reconciliación. Si la adolescencia es la larga agonía de cómo muere en nosotros el niño, el nacimiento del adulto debe estar acompañado de una reconciliación con el fantasma del niño interior. Leopoldo consigue lo que siempre anheló, la oportunidad de hablar, seguir adelante y ser perdonado. Y, en un desenlace quizás demasiado utópico, todas las víctimas de Yarumal hablan y encuentran que la violencia los ha hecho hermanos de dolores y compañeros de esperanzas. 

No puedo evitar pensar que el final de la novela me parece demasiado optimista, después de todo, estoy acostumbrado a una realidad de tragedia e injusticia sin remedio como la colombiana, raras veces encuentro finales tan felices. Pero, quizás este tipo de finales es lo que necesitamos en la literatura de la violencia y colombiana en general, el optimismo de que no toda muerte acaba en más muerte y de que aún puede salir algo bueno después de los años más complejos. La niebla no pudo ocultarlo, a mi parecer, es en últimas la invitación de desenterrar los muertos y aceptar el pasado con una mirada en el futuro. Porque la larga agonía que es la violencia y tragedia, inicia con la muerte de los tiempos simples, y debe terminar con el nacimiento de un futuro brillante.

Echeverría, A. (2016) La niebla no pudo ocultarlo. Bogotá, Colombia: Distribuidora y editora Richmond S.A.

Sobre Luis Fernando Vergara Upegui:

Lorica, Córdoba, 1995. Estudiante de pregrado de Estudios literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Me interesan en gran medida la investigación literaria y la historia de la literatura nacional.  Contacto: lfvergaraup@unal.edu.co

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