El asesino es el bueno o por qué nunca leer con la ventana abierta o qué pasaría si Emma Zunz y Blas Cubas tuvieran un hijo
Por Alejandro Pérez *
“Dime
un chiste pervertido sobre ti mismo y seremos amigos”
Slavoy
Zizek
“Así como puede ser atributo del ser
excepcional, la posición escéptica, desconfiada, o un cierto tipo de
negativismo o nihilismo, también pueden representar, en otros contextos, la actitud
mayoritaria, manipulada por la sociedad de consumo y la cultura de masas.”
Diana
Diaconu, Caminos a la autoficción
La cuestión de cómo se
lee es siempre una cuestión histórica tanto como una cuestión ética. Es decir
que, en cómo se decide leer un texto, cualquier texto, se juega siempre algo
más que una interpretación o el conocimiento de un tema, se juega una posición
ética hacia los problemas de la propia época. Por lo mismo, cuando la ficción
decide enfrentarse a los problemas éticos irresueltos de su momento debe
necesariamente proponer nuevas formas de leer, así como nuevos tipos de lector.
Es lo que hacen esos dos linajes que traigo a jugar en el título, el linaje
borgiano, con el cuento Emma Zunz,
propone le lectura como problema de complicidad, pues, al poner en escena a una
obrera judía que diseña un laberinto de hechos falsos para llevar a cabo
impunemente una venganza, pone en aprietos al lector sesgado y tiende una
trampa al lector ingenuo. Por su parte, el linaje de Machado de Assís, con sus Memorias de Blas Cubas —que está en la
misma familia del Tristam Shandy de
Laurence Sterne— propone la lectura como un juego con las asunciones del lector
sobre el género autobiográfico: qué pasa si el narrador habla desde la tumba
con la desenvoltura que le da no preocuparse por llevar una linealidad en su
relato, y cuando por lo tanto le falta al respeto constantemente al lector
tanto como se falta el respeto a sí mismo. La primera es una lectura
laberíntica, desconfiada, precisa, que lidia con un problema ético, la segunda
es una lectura a saltos, juguetona, desestabilizadora que intenta darle la
vuelta al problema de cómo se narra uno mismo. Cuando se dan cita ambos linajes[1]
en la novela Memorias de un hombre feliz
de Darío Jaramillo Agudelo, el resultado es una novela-trampa, especie de campo
minado disfrazado bajo la forma domesticada de la autobiografía y el libro de
autoayuda (de ahí el prometedor título), pero que lidia con enorme lucidez con
un problema que era tan pertinente entonces como lo es ahora: por qué pululan
en nuestra cultura los relatos que buscan la complicidad del lector con los
asesinos. Ya en el año 2000 estaba de moda admirar a Pablo Escobar, y hoy en
día Netflix se desborda con los relatos del asesino tímido, genial,
psico-rígido, misógino, pero irresistible; desde Breaking Bad hasta la reciente You,
pasando por los documentales sobre O.J. Simpson y Ted Bundy. Con esos
materiales trabaja Darío Jaramillo Agudelo y los convierte en una novela capaz
de darle la vuelta, dos décadas antes, a un género que hoy en día está en
furor.
En
otras palabras, esta es la historia de cómo asesiné a mi esposa, si bien aquí
no se trata de una confesión y en términos oficiales no puede hablarse de
asesinato. Es más, existe un certificado médico que explica las causas
naturales que la llevaron a la tumba. […] Nadie sospechó, nadie sospecha, que
urdí un plan tan perfecto que, gracias a él, Regina García, mi esposa por más
de veinticinco años, abandonó este mundo. Ya le contaré.
La novela surge a
partir de una especie de chiste negro o anécdota que, según me cuenta Darío
Jaramillo, le contó a él Belisario Betancourt —“con la propiedad con que habla
un expresidente de la república”—, dice así: un tipo mata a su esposa, en
venganza, después de que ésta le sirve hígado al almuerzo a sabiendas de que el
marido no soportaba el hígado. La anécdota misma aparece dentro de la novela,
como idea inicial que Tomás, el narrador y protagonista, escucha en la radio
contada por un escritor en una tertulia. A partir de ahí, el personaje empieza
a escribir, solo los domingos, pues el trabajo de lunes a sábado es sagrado
para él, unas memorias, donde
explicará cómo llegó a trabajar como ingeniero mecánico en “La Empresa”, donde
conoció a la que sería su mujer, Regina García con la que tuvo dos hijos, y
cómo es que tuvo que matarla para volver a ser el Tomás real y feliz que yace
bajo la aplastante personalidad que le ha diseñado su mujer.
Estas memorias están escritas
en un tono reflexivo, de un humor juguetón, y a saltos, muy en el linaje de
Machado de Asís que mencionamos.
Tema
para una pesadilla y punto de comparación. La pesadilla consiste en descubrir —por
un accidente tonto, por una fisura en la página, por una indiscreción del autor—
que no existo en la realidad, que soy tan plano como un personaje de papel, que
alguien —en quien no confío— redacta mis pensamientos y actos, aún más, escribe
mis pesadillas, y que para mí no habrá
cielo o infierno, sino que el estante de una biblioteca será el nicho donde
yaceré olvidado.
Esto le permite a Darío
Jaramillo forjar un narrador que, al intentar disfrazar su cinismo en el tono
directo, breve y preciso, termina por traicionar una personalidad cínica y
aterradora, llena de contradicciones e ideas fijas. Ese tono, al mismo tiempo,
le permite hacer un diagnóstico despiadado de la banalidad y ridiculez de las
costumbres de la clase alta bogotana de entre 1970 y 1990. Sólo por esos
cometarios sueltos y certeros en los que deja ver lo más detestable de una capa
dirigente de la época más violenta del país, la novela valdría su lectura:
Si no
hubiera despreciado aquellas peroratas acerca de la grasa y sus contras, hoy
podría ofrecer a mi lector, como un irónico postre lleno de calorías, la
ordenada historia de las dietas y los tratamientos para adelgazar de moda en
Bogotá entre 1970 y nuestros días.
Pero la novela no se
agota en el comentario sociológico. En realidad va mucho más allá, la
estructura del libro es a la vez un mecanismo de relojería y una trampa moral.
El personaje, que va evolucionando del psico-rígido detestable al genio
criminal, agrega a sus críticas sociales unas reflexiones realmente profundas y
enigmáticas sobre el tiempo. Pues Tomás no es sólo un tecnócrata obsesivo del
trabajo mecánico, sino también un aficionado a los relojes de cuerda, ese es el
único “pasatiempo” que se permite. En su trabajo privado como relojero se llega
a preguntar por la naturaleza del tiempo, es decir, en sus palabras: cómo saber
que un minuto es igual a otro. De esta manera, en el centro de la novela, y
como una especie de espejo donde se reflejan todas las contradicciones del
personaje, hay unos fragmentos casi poéticos o filosóficos de reflexión sobre
la imposibilidad de medir y mucho menos de entender el tiempo. Estos
pensamientos son tan atrayentes que lo hacen a uno tambalear en su decisión
sobre si Tomás es un imbécil o un genio, un asesino despiadado y despreciable
o, como él dice, sólo la víctima de un sistema educativo que ignora la existencia
del mal en el centro del hombre, la imposibilidad de entender su experiencia de
la intimidad y del paso del tiempo.
La
imagen del aguamanil de la memoria, la visión del instante como una gota gorda
que cae, cae, cayó dejando círculos concéntricos y fundiéndose en un solo
tiempo, en una eterna simultaneidad: con esa imagen se puede entender la
reencarnación al contrario, en dirección opuesta a como siempre se ha
entendido. Aquí la pregunta no es: ¿quiénes fui en el pasado? o ¿en qué almas
estuvo mi alma en el pasado? Mirando a través del aguamanil de la memoria la
pregunta es, más bien, ¿a cuáles almas pasaré a completar?, ¿con quienes
fundirán las gotas de mi vida?
Y esta es realmente la
genialidad de la novela, su capacidad de poner en tensión la visión irónica y
la visión moral. Me explico: uno entra, por obligación, en un dilema amargo: si
se aceptan y se comparten las críticas continuas y cínicas que hace Tomás de la
sociedad bogotana y su banalidad, así como sus profundas reflexiones sobre la
naturaleza del tiempo, uno tendría que aceptar, por igual, como justo el
asesinato de Regina. Y no hay nada que Tomás ame más que trabajar: las máquinas
son su obsesión, por eso no puede simplemente divorciarse y perder su empleo.
Pero, en cambio, si uno califica de injusto el asesinato que comete Tomás (y
las páginas donde se narra el sufrimiento de Regina son harto explícitas)
tendría que aceptar que es necesario sentir algo de empatía (algo de afinidad)
con esa clase alta despreciable y mezquina.
Me parece que con esta
novela Dario Jaramillo nos ha regalado una metáfora magnífica sobre el
funcionamiento de la cultura colombiana en general, y de la lectura en
particular. El protagonista envenena a su esposa con un remedio al que ella es
alérgica, la aspirina, en dosis pequeñas, secretas y espaciadas. Este proceso
dura toda la mitad de un año, a través del cual Regina va perdiendo su poderío
sobre la casa y su salud inquebrantable, y por lo tanto va cediendo paso a la
personalidad “auténtica” del Tomás relojero, un Tomás consciente hasta la
complicidad de la debacle moral de su tiempo.
Todo este proceso, durante el cual Tomás ve sufrir a su esposa sin ninguna
compasión, germen secreto de sus memorias y de su felicidad, termina con la resignación
y la muerte de la antes todopoderosa Regina García, síntesis, ella, de una
pretensión de dominio absoluto, propio de una oligarquía que conocemos
sobradamente. Al final de este proceso de lectura, uno se da cuenta de que la
novela se trata menos de un cínico que envenena a la madre de sus hijos, con la
que ha convivido durante treinta años, como sobre un narrador que envenena al
lector, con el que ha convivido durante trescientas páginas, hasta hacerlo
cómplice, es decir, hasta destruir todas sus certezas.
Jaramillo Agudelo, Darío. (2000). Memorias de un hombre feliz. Bogotá: Alfaguara. 317 págs.
[1] En
entrevista, Darío Jaramillo me confesó que la lectura de El sembrador de tabaco de John Barth había sido una gran influencia
en la escritura de esta novela.
*Bogotá, 1992, Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional y candidato a Magíster en Historia de la misma Universidad. Mis áreas de interés son: la crítica literaria actual, las literaturas latinoamericana y norteamericana, la historia de las relaciones internacionales y la historia de la guerra fría cultural. Me pueden contactar en: alegaper@hotmail.com
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