Fragmentación

Sobre Vagabunda Bogotá de Luis Carlos Barragán


Por Juanita Porras Sepúlveda*
     
Imaginemos el monolito de 2001: Odisea del espacio formado por el vidrio en vez de la roca; tan duro como frágil, tan transparente como enceguecedor. Rodeado de monos embriagados por el sonido que emite que se acercan a tocar su superficie perfecta. Imaginemos que no son monos sino hombres, hombres que cuando acercan la cara contra el vidrio escuchan, dentro de él, el coro de ancianos de Agamenón cantando: “todo está como está y acabará tal como se ha fijado”, y los hombres se doblegan entonces ante el dios del destino. Pero una roca informe se lanza y lo destruye en pedazos. La voz del coro desaparece. El monolito ya no es monolito, sino vidrio roto y fragmentado.
       Vagabunda Bogotá es esa roca, es esa novela que se niega a tener contornos, que destruye la ilusión del destino y nos asesta el golpe final de la incertidumbre. Sus capítulos, cual vidrios rotos, se astillan en nuestras manos cuando intentamos encontrar una forma que encaje en otra forma, como si de un rompecabezas se tratara, pues sus fragmentos hacen parte de la memoria ajena de un hombre solo, Luis; y la memoria, la que está fuera del mundo ficcional, sucede así, de forma arbitraria, rota e irreal.
       Con la destrucción del monolito, la roca ha creado un nuevo mundo, a partir del fragmento, la contingencia y el caos. Es el mundo de Luis, protagonista de la novela, sin Mario, un físico chileno del que se ha enamorado y que lo ha dejado en la Tierra para ir a estudiar en la Estación Urano. Es el mundo del «vagabundeo» de Luis por una Bogotá afectada por la enfermedad del olvido, que contagia, a través de la mirada, la pérdida de la memoria y, por tanto, de la identidad; un mundo en el que gracias a la física «poscuántica» se puede ser humano, servilleta o nevera, asesino o punk, travesti volador.
De repente, nos encontramos como monos o como hombres gimiendo frente a los fragmentos de nuestro dios y nos preguntamos si acaso puede haber un sentido en la arbitrariedad, si seguimos siendo lo que creíamos que éramos, o si podemos llegar a ser lo que realmente queremos ser cuando tenemos la libertad de ser todo, cuando el dios que se nos impone es el azar. En el libro solo hay silencio, un silencio sospechoso como respuesta, ese mismo que rodea a nuestra era inaugural, la posmodernidad.
Ante el mutismo, yo propongo una respuesta, que escuché precisamente en el silencio del libro mientras intentaba unir los pedacitos con desazón; luego, la encontré escrita como a mí me gustaría haberla escrito, pero en la palabra de Carolina Sanín: “(…) el hombre ha sido consciente siempre, aunque sea inconscientemente, de que el continuo cambio es el sello de la inexistencia del cambio”. En Vagabunda Bogotá encontramos la prueba: Luis Carlos Barragán, el protagonista, aunque puede elegir en qué convertirse, en humano, servilleta o nevera, sigue atribulado por su condición, porque es falible y mortal, porque dicha condición está signada por la soledad. Luis Carlos Barragán, el autor, aunque elige escribir sobre la Estación Urano, Beta Ganímedes y una Bogotá sumida en el olvido, habla sobre este universo, este país y esta ciudad, sobre la excentricidad y la locura patológica que solo puede reconocerse caminando por las calles de Bogotá.
En esa tensión entre el cambio y el no-cambio, la realidad y la ficción, subyace la paradoja y la genialidad de la ciencia ficción. Y es que por más que intente entregarse a lo improbable, a lo visionario, a lo surreal, no se entrega por completo, porque aún en un mundo sin límites no puede huir de su único límite: su humanidad. Sigue siendo la creación de un hombre mortal, atado al tiempo y al espacio, al amor y al desamor, a la pérdida y al duelo. Dave, el protagonista de 2001: Odisea del espacio, después de orbitar en Júpiter y experimentar un viaje intergaláctico de estiramiento de la dimensión tiempo-espacio llega a la habitación de un hotel. No podría llegar a otro lugar más que a uno conocido. Así, la palabra en Vagabunda Bogotá deja una estela de lo real, como si fuera un cometa, y el monolito, que había destruido, se reconstruye.


Barragán, Luis. (2017) Vagabunda Bogotá. Colombia, Medellín: Angosta.


*Periodista graduada de la Universidad del Quindío. Actualmente estudia el máster en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Ha escrito en Revista Icónica y La Expuesta. Entre sus interés se encuentra el cine, la literatura y la escritura. 


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