Entrevista a Consuelo Triviño Anzola
Por Daniela Bedoya Vanegas
Daniela Bedoya Vanegas: Cuando leo a los
personajes de Transterrados, específicamente a Constanza y a Luis Jorge
y su intención de crear un libro sobre inmigrantes, no puedo dejar de pensar en
que este libro tiene mucho de autoficción. ¿Qué tanto de autoficción,
autobiográfico o metaficción hay en Transterrados?
Consuelo Triviño Anzola: Toda narración es una forma de autobiografía,
incluso si se escribe en clave fantástica, como los relatos de un Felisberto
Hernández, o de Frank Kafka. Pensemos en La
metamorfosis. Desde el punto de la vista de la lógica es imposible
convertirse en una cucaracha. En cambio, los sentimientos, que son verosímiles,
sí pudo vivirlos el autor y en ese sentido su relato podría considerarse
autobiográfico.
Transterrados tiene mucho de autobiografía porque se alimenta de la experiencia de la
emigración, del conocimiento directo e indirecto que he tenido de este fenómeno
en España. Yo misma soy “transterrada”, en cuanto he arraigado en una tierra
que se ha convertido para mí en una segunda patria. Este arraigo no se produce,
en la mayoría de los casos, en la novela. El dolor de muchos personajes se debe
a su desarraigo, a la resistencia interior a un proceso que entienden significa
arrancar sus raíces. Esto, a mi entender, limita a los emigrantes a la hora de
integrarse y ganarse con ello el derecho a ser tratados como iguales en la
sociedad de acogida. De ningún modo significa romper con las raíces, ya que la
tradición seguirá en ellos y en los suyos, si es profunda, sólida y verdadera.
DBV: ¿Existe algún trabajo periodístico detrás de
este libro?
CTA: No hay ningún trabajo periodístico, precisamente porque quise
evitarlo para no caer en el género testimonial. En el relato, los relatos,
beben de muchas fuentes: de amigos que cuentan historias, de personas cercanas
que relatan la experiencia de otros, de lo que he visto y sentido en las más de
tres década que llevo en España, de lo leído en la prensa y en las noticias,
naturalmente. He evitado cualquier sensacionalismo para llegar a la humanidad
de los personajes. A la hora de escribir
opté por dar mayor libertad a la imaginación,
para construir a partir de esa materia de vida unos seres más cercanos a
mis sentimientos e intuiciones. El resultado son unos seres que traen “de allá” experiencias más dolorosas de
las que les esperan en la orilla alcanzada y, en otros, vivirán “aquí” peores o más duras
experiencias de las que traen.
DBV: ¿Por qué no permitiste que cada voz hablara
por su cuenta y en su lugar usaste una narradora para guiarlas?
CTA: La construcción de la voz narrativa de Constanza obedece a una
estrategia de distanciamiento respecto al relato. Se necesita la mirada ajena
para sacar mayor provecho de detalles que podrían pasar desapercibidos para
quienes están inmersos en la realidad de la que pretenden dar cuenta. Lo que
ocurre es que el personaje Constanza se va transformando hasta llegar a
compartir los sentimientos de los emigrantes que conoce. Al final del relato
ella misma es una desarraigada que no encuentra asidero en su sociedad, que no
sabe cómo abordar los dilemas de pareja ni la educación de su hijo.
DBV: ¿Crees que culturalmente España ha
influenciado tu escritura? ¿Te ha alejado de lo que podrías escribir estando en
Colombia? (Pensando en Constanza y Luis Jorge cuando hablan de lo que significa
ser de allá y escribir acá).
CTA: Naturalmente, el hecho de haberme acabado de formar intelectualmente
en España ha influido en mi obra. Los escritores han hablado de la “perspectiva
distanciada”, del amplio horizonte que se abre cuando miran la patria en la
distancia. Pero no ha sido esta mi mayor influencia, ya que en la propia tierra
un escritor se debe exiliar para entregarse a la obra. La escritura es un
exilio, a veces forzoso, a veces gozoso.
Han influido en mi escritura, las lecturas, como le ocurriría a
cualquiera, tanto como la vivencia que tengo de los problemas de mi país, de
las relaciones con mis amistades y con mi familia, de los cambios a los que nos
ha sometido a todos el tiempo. También cuento con la experiencia del otro en
primera persona, el ser “lo otro”, “los
distinto”, y en lado opuesto, como observadora de “lo otro”, “lo diverso”, “lo
ajeno”, “lo extraño” e “inaccesible”.
Finalmente, tengo que incluir como variable algo muy práctico, como la
dificultad a la que se enfrenta un escritor no profesionalizado que pretende
vivir de la escritura. Sin una situación laboral estable, en mi caso, hubiera
tenido muy difícil entregarme a la escritura, no solo en Colombia, ya que nací
en un hogar muy modesto, sin fortuna familiar ni contactos en las redes de
poder. Así las cosas, lo prioritario en mi vida fue encontrar ese trabajo que
me permitiera pagar una habitación propia. La bohemia decimonónica, de la que
se alimenta la imaginación de los artistas pobres, para una mujer puede ser su
condena. En lo que ahora llaman industrias culturales, el escritor que no tiene
una profesión debe convertirse en gestor cultural, organizador de eventos o
asesor de algo o alguien, para optar a las subvenciones y sacar de qué vivir provisionalmente.
Además, lo que tiene que ver con las industrias del libro y la prensa ha
descendido la valoración de los trabajos (traductor, corrector, informador de
originales, escritor negro, o columnista)
a tarifas exiguas que dificultan cada vez más la dedicación a la
escritura.
DBV: ¿Por qué elegiste un asesinato como medio
para hablar de inmigración?
CTA: La clave policial me sirvió para, mediante un artilugio literario
como es perspectivismo, presentar el mundo novelesco como un prisma. De
distintas caras se construye la imagen del protagonista: un individuo
estigmatizado por la falta que comete, que se niega a redimirse y que encuentra
en la cárcel un reposo para su alma atormentada. La esquizofrenia es una
patología social que se puede desarrollar cuando el individuo está sometido a
realidades irreconciliables y debe saltar de un extremo a otro para sobrevivir.
No se sabrá de cierto quién es el verdadero asesino, pero los distintos
testimonios acercan a otra verdad, bien distinta de la que se dictamina en un
juicio. De esa forma surge un mundo diverso que presenta vidas y circunstancias
personales complejas y contradictorias.
DBV: ¿Por qué la palabra “transterrados” y no una
más común o más usada para los latinoamericanos en el extranjero? Teniendo en
cuenta también que el término “transterrado” fue creado por Gaos para referirse
a los españoles exiliados en México.
CTA: Es verdad, el término fue acuñado por Gaos que se “exilió” en México
donde se convirtió en uno más del lugar, es decir “se empatrió”, según aclara
él mismo, porque se integró en la patria de acogida cultural, laboral y
afectivamente. El texto que publicó sobre su experiencia en México es una forma
de agradecer lo que le ofreció este país.
DBV: Yo pienso en Transterrados como una
galería de retratos, cada uno hecho como mucho detalle y cuidado. ¿Cómo fue la
construcción de todos estos rostros?
CTA: Primero surgió Luis Jorge con sus manías, después Patricia con su
magnetismo: alegre, generosa, sacrificada, como muchas mujeres latinoamericanas
que sirven de sostén a la familia ante la ausencia del padre o del marido.
Luego aparecieron los demás, como parte de una red de conexiones que los
vincula a una y otra orilla. Constanza surge como hilo conductor, pero también,
como ya he dicho, surge de la necesidad de una postura distanciada y sin
prejuicios.
Bueno, en todo taller de escritura se dan las pautas para los perfiles de
los personajes y su evolución acorde con las acciones. Normalmente no tengo
presente estos procedimientos, que son muy útiles, pero que a mí me estorban,
ya que suelo dejarme llevar, en una primera, para después eliminar mucho de lo
escrito.
DBV: Este semestre decidí trabajar tu novela
porque considero que tiene rasgos de novela total, ejemplo de esto es el uso de
varias voces en torno a un mismo suceso, la intención de abarcarlo todo y la
multiplicidad de discursos. También llamó mi atención pensar en tu primera
novela Prohibido salir a la calle, porque allí también siento una
intención de totalizar muy evidente. ¿Crees que hay alguna conexión narrativa o
intencional entre ambas novelas o incluso en tu narrativa en general en
relación con el concepto de novela total?
CTA: Me imagino que entiende por “novela total” aquella que ofrece una
visión prismática del mundo. Lo que pasa en El
Quijote, por ejemplo, con su multiplicidad de historias y de estilos. Pero
la valoración que recibe la “novela total” equivale a toda obra que adquiera un
carácter de universalidad, que no sé si es un valor estético aplicado a las
obras de arte aceptadas como tales y reconocidas por lectores de cualquier
lugar del mundo. Muchos escritores del boom
se referían a la novela total, aquella que diese cuenta de la peculiaridad de
América Latina, de su diferencia respecto a otras culturas. Esto no tiene nada
que ver con El Quijote.
Al lado del concepto de “novela total”, tan utilizado en los años setenta
por ciertos escritores latinoamericanos, circula el concepto de novela que sólo
da cuenta de un trozo limitado de realidad. Esto ocurre porque la realidad se
reformula y se concibe como una construcción, como la misma novela también lo
es. No se puede dar cuenta de la totalidad de un mundo. De hecho, el argentino Macedonio Fernández ya
lo pone en duda en los años veinte. Evidentemente se produce una ruptura con el
Realismo desde mucho antes de las vanguardias europeas. Con la llamada
posmodernidad se recogen estas inquietudes y entran en juego conceptos como
autoficción, fragmentación, intertextualidad.
Un novelista no creo que deba concentrarse en este aspecto propio de la
teoría y la crítica. Cuando escribí Prohibido
salir a la calle sólo pensaba sumergirme en la infancia desde los ojos de
una niña que era yo, y que no lo era al mismo tiempo. Los hechos no ocurrieron
exactamente como se presentan en la sencilla trama: una vida modesta en un
hogar de clase media en la Bogotá de finales de los sesenta y principios de los
setenta. Pero los sentimientos son verdaderos y emergen del texto mismo,
gracias a la materia del lenguaje con su poder evocador y con la carga afectiva
de las palabras. Esta recuperación del idioma en la distancia geográfica y
temporal ha sido una de las experiencias más hondas de escritura que he
padecido.
Con Transterrados me ha
ocurrido lo contrario, no podía, me resistía a ella, era una novela que sentía
debía escribir, que me la debía a mí misma y a otras personas con las que he
compartido experiencias. Una inexplicable resistencia me impedía sumergirme en
este mundo, quizás el miedo a las heridas de los personajes, al fantasma de la
violencia que persigue a muchos compatriotas, a la conciencia de la injusticia
y al rechazo a la cultura de la pobreza, que muy bien mostró Oscar Lewis, que
se pega como una costra, que conspira contra todo proyecto de vida. Esta carga
era difícil de asumir. Se corría el peligro de caer en la novela de denuncia de
los cuarenta y los cincuenta. Fue
preciso luchar contra la rabia y la impotencia para llegar al corazón de muchos
personajes y compartir con ellos sueños y frustraciones, cada uno con su
historia, con sus personales circunstancias y con la fatalidad del medio al se
enfrentan desesperados.
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