Entrevista al escritor Gustavo López Ramírez, alrededor de su libro Los dormidos y los muertos (2018)

Por Jesús Tobar Guerrero*                                       

Gustavo López Ramírez nació en Aranzazu, Caldas. Trabaja como médico anestesiólogo en Manizales, ciudad que aparece en muchos de sus libros. En 2001 ganó el Concurso de Cuento Ciudad de Barrancabermeja con Una casa morada al doblar la esquina, y en 2011 el X Concurso Nacional de Novela y Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín con el libro De cómo Johny el leproso se anticipó a la muerte. Los dormidos y los muertos es su primera novela.


Jesús Tobar Guerrero: En varios cuentos de su primer libro, De cómo Johny el leproso se anticipó a la muerte, ganador en el año 2011 del X Concurso Nacional de Novela y Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín, está presente el tema de la violencia y del conflicto en Colombia. ¿Cuál es su interés al escribir sobre este tema?
Gustavo López Ramírez: La violencia, como tema recurrente en mi libro de cuentos refiere al cotidiano y al presente. Seres marginales que sufren alguna clase de discriminación: desde el chofer transvestido de La Kenworth, hasta los basuriegos que entran a una casa por error y se encuentran en una situación sui generis con una mujer que a su vez ha sido dejada por el esposo. En cambio, en Los dormidos y los muertos, la violencia remite a una época muy específica de nuestra historia, la época de la Violencia, con mayúsculas, ese espacio de muertos que va entre 1930 y 1965 y que enfrentó a los dos grandes partidos y dejó más de 250.00 muertos. Es una violencia, nuestra violencia, contada desde distintas épocas y distintas perspectivas. Mi interés al contar la violencia, o las violencias si se quiere, es porque yo la veo como un signo que se hace un sistema, una cultura más que un rasgo del ethos nacional. En esa mirada clínica la violencia puede ser referida como una pathobiografia nacional en donde el rasgo distintivo está marcado por una gran incapacidad de resolver los desacuerdos a través de la comunicaciónen ese sentido nuestra sociedad es una sociedad radicalmente incomunicada, y hemos decidido resolver las diferencias desde lo meramente factico, es decir, excluyendo y eliminando al otro. Esa es la raíz de nuestra violencia cotidiana.
JTG: Después de esos cuentos, ¿por qué se decidió a escribir una novela sobre la historia política colombiana y el periodo de la Violencia como trasfondo?
GLR: Me interesa la historia porque significa la posibilidad de contar los hechos del pasado desde una nueva mirada. Pero no la mirada que campea sobre el gran entramado de la historia sino la mirada que escruta la tras escena y descompone la versión dada en otra realidad, transformada, si se quiere transgredida; porque lo que el escritor revisa y cuenta no es la historia como memoria sino la historia como distorsión. La novela histórica parte de un conflicto entre historia y ficción, así como toda ficción parte de un conflicto entre realidad y lenguaje. Al moldear estos insumos, el escritor se mueve entre dos líneas del tiempo: el tiempo mortal y el tiempo cósmico, el tiempo marginal y anónimo en que discurren nuestras vidas, y el tiempo central y denso en el que transcurre la gran historia. Ahora bien: ¿por qué la historia de Colombia y específicamente la historia de la Violencia? Porque la historia todavía tiene mucho que decir acerca de lo que somos y de lo que no hemos podido ser. Porque hay muchas circunstancias dramáticas, mucha infamia y horror en esa historia que no ha sido contado: la historia de cómo Rojas Pinilla bombardeó con napalm zonas del Tolima es cierta; la guerra de Villarrica que se ha contado muy pocas veces; la tramoya de la creación del Frente nacional, en fin, tantas historias que han tenido apenas una versión oficial aquí tienen la oportunidad de tener una contra versión subvertida.
JTG: ¿Cree que la novela como género literario puede llegar a crear una realidad totalizadora como representación de la realidad colombiana?
GLR: La primera respuesta, una respuesta provisoria, es que sí. Miremos Cien años de soledad. Esta novela puede leerse como una saga familiar del caribe. Pero también puede leerse en clave de historia, la historia de nuestra violencia secular, la que procedió desde la Patria Boba y se extendió por todo el siglo XIX hasta la guerra de los mil días. También puede leerse como una novela de la violencia, la novela totalizadora de nuestra violencia. Finalmente, hay quien será capaz de hacer una lectura de Cien años como una novela al estilo de los grandes libros canónicos del antiguo y nuevo testamento: desde la creación hasta el apocalipsis pasando por el diluvio y las grandes narrativas bíblicas. No pretendo mistificar aquí esa novela; lo que pasa es que, a mi modo de ver, es la gran novela. Por eso, después de Cien años ha sido tan difícil escribir una novela en Colombia que consagre una realidad de manera tan concluyente y totalizadora como Cien años de Soledad.
JTG: Desde los años cincuenta se ha venido hablando de la ‘literatura de la Violencia’ en Colombia. ¿Existe esa tradición? ¿Se podría incluir a Los dormidos y los muertos dentro de ella?
GLR: La novela histórica es un producto del romanticismo europeo y, a su vez la reemergencia de la novela histórica en la posmodernidad es producto del desencanto del sujeto en el post capitalismo. El individuo de la posmodernidad es ahistórico, descentrado, disperso, al margen de cualquier proyecto histórico común. Esa sensación de no pertenencia al mundo físico, probablemente genere un movimiento hacia la recuperación del pasado como exorcismo frente a la sinrazón del presente y por ello y ante ello, la novela de la violencia, un periodo especialmente conflictivo de nuestra historia, puede permitirle al escritor y al lector, recuperar un trozo perdido de una historia común y dramática.
Cuando me senté a escribir la novela, partí de un par de ideas y un par de premisas; una de las premisas decía que la novela de la violencia si existe como subgénero y que no se ha agotado en el subgénero de la novela del narco o del paraco. Es decir, que esa violencia de los cincuenta está viva y merece todavía mucha más atención de la que se le ha dispensado. Por ejemplo: casi toda la novela de la violencia se ha escrito desde el campo y hay muy poca atención a la esfera urbana, salvo tal vez Cóndores no entierran todos los días de Álvarez Gardeazabal y Estaba la pájara pinta de Alba Lucia Ángel. El resto es el campo, desde La mala hora hasta la obra de Daniel Ferreira. Pues bien, yo me propuse escribir una novela que se viera desde la ciudad, en este caso una de provincias, pero a la vez también desde el centro del poder político. Ese es, si hay alguno, el mérito de esta novela: indagar en las secretas intenciones que llevaron a nuestros prohombres a desangrar el país como lo hicieron entre 1930 y 1965, que es el espacio temporal donde discurre Los dormidos y los muertos.
JTG: Los dormidos y los muertos es una novela que tiene una importante fundamentación histórica y sociológica. Desde su perspectiva, ¿se debe establecer una relación entre historia y literatura, entre el hecho histórico y el hecho literario?
GLR: Juan Gabriel Vásquez escribió en un ensayo, El arte de la distorsión, que la manipulación de la verdad histórica por el novelista “conduce a la revelación de verdades más densas o más ricas que las unívocas o monolíticas verdades de la historia”. Ahora bien, siguiendo esta propuesta literaria lo que hice con esta novela fue una revisión del pasado no en clave histórica o historiográfica sino más bien como lo pretende Paul Ricoeur “inventando variaciones imaginarias relacionadas con la fisura que separa dos perspectivas del tiempo: el tiempo mortal y el tiempo cósmico” O, dicho a la manera de Antonio Muñoz Molina, “la novela histórica campea sobre una confluencia del tiempo público y privado”.
El narrador, el ficcionador, se aparta conscientemente del método del historiador para escribir, en los márgenes de los grandes momentos, las pequeñas historias, la historia de una familia en este caso, para recordarle a los historiadores de oficio respecto de esa dimensión del pasado y del presente en la que lo imaginado y lo posible es tan históricamente relevante como lo acaecido y lo real. Milan Kundera escribió, a su vez, en El arte de la novela: “No hay que confundir dos cosas: de un lado está la novela que examina la dimensión histórica de la existencia humana, y del otro está la novela que es la ilustración de una situación histórica, la descripción de una sociedad en un momento dado, una historiografía novelada 
JTG: Estamos acostumbrados a concebir el discurso histórico desde una mirada centralizada que olvida las pequeñas realidades. En su novela usted invierte esa relación. ¿Por qué contar la historia política del país a través de la experiencia de una familia como los Almanza y de una ciudad como Manizales?
GLR: Toda ficción es parte de nuestra historia personal. Hay preguntas que nos interrogan desde siempre, incluso esos episodios de la infancia que vuelven a nosotros como fórmulas del pasado que el escritor trata de exorcizar. Los dormidos y los muertos exorciza algunos recuerdos y desentraña algunas historias. Yo, que soy hijo del Frente Nacional, justo cuando la violencia liberal conservadora comenzó a declinar y el país vivió el coletazo final de los bandidos que se quedaron sin causa para defender: Sangrenegra, Chispas, Desquite, me preguntaba una y otra vez por qué sucedió todo aquello, por qué hubo un periodo de tanto odio y tanto encono y, si esas desgracias no se estarían repitiendo ahora, en la otra violencia, la que se recicló y continua aturdiéndonos. En ese sentido esta novela es respuesta a esas perplejidades. Hay un elemento adicional: nuestras violencias se han vivido desde la periferia, tanto desde la Colombia profunda como desde la Colombia provincial. Esta novela trata de demostrar también ese hecho: lo verdaderamente importante en cuanto a la violencia se refiere, acaeció lejos del ruido de la gran ciudad, en la provincia, en los pueblos desperdigados de las cordilleras, en el campo abandonado de la mano de dios y los gobernantes de turno.
JTG: ¿Qué tanto de su propia vida y la de su familia está contenida en la historia de los Almanza?
GLR: Mi papá era peluquero y laureanista como Deogracias Almanza. La mía también era una familia numerosa y vivía pendiente de las noticias que desgranaba hora a hora el noticiero radial, el Repórter Esso y por esa razón, también, la radio se siente como una presencia permanente en la novela tanto en los debates parlamentarios como en las radionovelas como El derecho de nacer. También, como la familia Almanza, los hijos menores decidimos romper con los partidos tradicionales y su herencia de odio y nos afiliamos a las nuevas militancias de la izquierda. En la novela pretendo que quede claro un hecho: que la familia que se dibuja al principio de la novela, cuando muere Laureano, no es la misma que se resuelve trágicamente al final después de la muerte de Camilo Torres, 217 días después. Esa parte es la paráfrasis de la historia: entre la muerte natural del Monstruo y la violenta caída de Camilo hay apenas siete meses, y, sin embargo, hay mucho más que una temporalidad cambiante, hay todo un cambio de piel. Esa sería también la parte de la historia de mi familia que se dibuja en las 482 páginas de Los dormidos y los muertos.
JTG: Destacan los personajes de León Décimo Almanza y de Eccehomo Almanza en la novela. Jóvenes que se alejan de una educación conservadora basada en la religión, la familia y las ideas políticas tradicionales. ¿Cómo se construyeron esos personajes? ¿Por qué hablar de ellos y de sus realidades?
GLR: La novela puede ser leída también como una novela de formación o novela de aprendizaje, lo que se ha dado en llamar Bildungsroman. Es decir, cómo a partir de una sociedad patriarcal y muy conservadora, dos jóvenes se oponen a repetir esos patrones ideológicos y culturales y rompen con ellos para dar lugar a la eclosión de nuevas realidades. Desde el nacimiento del Frente Nacional en 1958, el país comenzó lenta y dolorosamente a cambiar en su estructura física y en su estructura social: aparecieron la revista Mito y se conformaron nuevos grupos que desde el arte y la literatura confrontaron al sistema; se gestó la revolución cubana y centenares de jóvenes comenzaron a adherir a la violencia como partera de la historia; muchos de los nuevos intelectuales difundieron el pesimismo esencial de los existencialistas, en fin: frente a la declinación física e intelectual de Laureano Gómez y los partidos tradicionales, se irguió la figura de Camilo Torres y su oposición férrea al sistema. Ese cambio de mentalidades es parte de la urdimbre con la que se tejió esta novela.
JTG: Llama la atención la frase que León escribe en su diario, citando a Walt Whitman, y que luego es retomada por Eccehomo: “De la terrible duda de las apariencias / De la posibilidad de que, después de todo hayamos sido / engañados”. ¿Cuáles son las apariencias en las que vivimos los colombianos y quiénes son los que nos engañan?
GLR: Es bueno preguntarse si hay verdades absolutas o si solo son provisorias o imprevisibles. Muchas veces nos dejamos cautivar por una afirmación que muestra al cabo de los años su verdadera naturaleza ilusoria o francamente infame. Creo que Whitman define muy bella y poéticamente esta teoría que se entrelaza con la teoría Popperiana de la falsación y la reinterpretación de los discursos. Los colombianos hemos sido muy dados a los discursos totalizadores y unitarios, a la interpretación de la realidad desde una perspectiva única: la patriarcal, conservadora, reaccionaria y cerrada que han planteado los partidos tradicionales. También, desde la otra orilla se nos ha propuesto una perspectiva de mundo totalizadora, unívoca y absoluta. Lo que propone Whitman es afinar el juicio y el discernimiento para no caer en el juego de espejismos, polarización y falacias tóxicas en que ha caído la discusión política en este país de retóricos sin final.
JTG: La novela se construye a través de un tejido de voces amplio que incluye el discurso oficial de los políticos, el extraoficial de guerrilleros y bandoleros, el de la izquierda, y el discurso íntimo y familiar. ¿Cuál fue su intención al involucrar todas esas voces y presentar múltiples versiones de los hechos?
GLR: Me interesaba escribir una novela que fuera como un collage. Quería que fuera una novela que abordara las historias desde muchos ámbitos y muchas voces. No diría tanto que es una novela coral sino más bien una polifonía textual, usando un término afín a Bajtín. Creo en la novela de múltiples técnicas, creo en el intertexto, creo en el dialogo de géneros y discursos. Si la vida no discurre en apenas una linealidad de tiempo y espacio, la novela debería buscar esos fractales de la existencia que se forman en las fisuras del espacio-tiempo y tratar de describirlos como texto literario. La vida no discurre como una sucesión lineal de hechos: la vida es caótica y si se quiere rizomática. Ese es el desafío del escritor de la posmodernidad.
JTG: Uno de los personajes de su primer libro de cuentos habla de la justicia poética. En De cómo Johny el leproso se anticipó a la muerte, se dice que la poesía y en general la literatura, es superior a la historia, puesto que nos permite creer en el mundo tal y como debería ser o como queremos que sea, no como realmente es. ¿Es este el papel que debe cumplir la literatura en un país como Colombia?
GLR: Yo no creo que la literatura deba buscar representar un papel específico en la sociedad, salvo ser notario de la vida social. Por extensión no creo en el compromiso del escritor sino consigo mismo. Eso lo decía Onetti y yo lo suscribo, decía: “El escritor no desempeña ninguna tarea de importancia social. La literatura jamás debe ser “comprometida”. Simplemente debe ser buena literatura. La mía sólo está comprometida conmigo mismo”.
JTG: ¿Cómo ve el panorama de la literatura colombiana en la actualidad? ¿Se debería seguir escribiendo sobre la Violencia?
GLR: No tengo una respuesta para esta pregunta. ‘Ver’ el panorama de la literatura es más una función de los críticos que de los escritores. Sé que hay muchos escritores y que los hay buenos, regulares y malos.


* Pasto, 1993. Estudié Sociología en la Universidad de Caldas. Actualmente curso la Maestría en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. La literatura y el cine colombianos son mis áreas de interés. Contacto:  jesus.tobarguerrero@gmail.com

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