Reseña Jalisco pierde en Cali
Por Angie Paola Vargas
Arévalo*
“¡Los
tombos se tomaron la universidad!”, este fue el mensaje que fluyó por las
calles de Cali en febrero de 1971. El impacto de movilizaciones estudiantiles,
como la ocupación de la rectoría de la Universidad del Valle y la ‘toma sin
bolillo’ de la Plaza de Cayzedo, se celebraba en las voces de sus
participantes: parecían inminentes la renuncia del rector y un cambio en el
modelo colonial que, solapado en las inversiones de la fundación Kellog y el
BID, regía la universidad. Sin embargo, en la madrugada del 26, con el apoyo de
las fuerzas militares y el aval del rector, la policía decidió cercar la
Univalle para presionar el desalojo de los estudiantes.
Este
escenario es el punto de partida de Jalisco
pierde en Cali, una novela que explora desde los conflictos más íntimos de
sus personajes las asonadas que siguieron al intento de recuperación del
campus. Con una experiencia más contemplativa que militante, creí que avanzaría
en la lectura de esta novela con la confianza de conocer el relato común de los
levantamientos estudiantiles: habría policías que golpean e insultan
estudiantes, padres que pretenden atajar a sus hijos para que no se unan a la
marcha, y gente que se queja porque el bus no avanza… y claro, esto encontré.
Sí, esta novela nos acerca a la furiosa experiencia de los motines, vemos
piedras que pasan frente a nuestros ojos y llegan a alguna cabeza, acompañamos
en las ambulancias a los heridos, en el carro al que está en el trancón y,
obviamente, nos indignamos con el asesinato del estudiante Edgar Mejía Vargas,
conocido como Jalisco, a manos del ejército. Con todo, no se trató de una
lectura confiada, ni este es un relato común, sin sorpresas.
“La
memoria es una loca que atesora trapos de colores y desecha la comida” esta
cita de Austin O’Malley abre la novela y nos lleva a situarla más allá de la
crónica, pues la presenta como atravesada por una fuerte reflexión sobre la
memoria. Mientras algunos personajes ilustran el afán por esconder la historia,
por maquillarla y modelarla en pos de su serenidad; a través de otros, como
Cristina, una artista que asiste a terapia psicoanalítica, se nos muestra que
la memoria no se puede domesticar, que negarla es borrar lo que somos, que pesa
y que por eso mismo trasciende nuestra voluntad. En este mismo sentido, la
prensa, la radio, un diario personal, cartas, entre otros registros permiten
distinguir las formas en las que alrededor de un mismo recuerdo se imprimen
distintas subjetividades e intenciones. En suma, la novela hizo que me
cuestionara sobre mi concepción de la memoria como elemento estático.
Con una
articulación bellísima y fluida de las voces entrelazadas de sus protagonistas
y la rica descripción de la arquitectura de la Cali de 1971, esta novela nos
devela posturas radicalmente diferentes frente a la lucha social, y expone cómo
la marcada distinción de las clases sociales es lugar de conflicto entre padres
e hijos, entre militantes del movimiento estudiantil e incluso entre los
miembros de una comunidad religiosa. Una muestra de ello es la definición que dibuja
los límites entre Pance y el resto de Cali: “[…] el resto de gente que la
habita, compone una masa descolorida, apenas las aguas turbias en torno a las
islas de gente legítima, auténtica” (p.287). Asimismo, el detalle en la
descripción del paisaje caleño permite establecer vínculos históricos entre los
personajes, como es el caso del parentesco entre el esclavo Ceferino y un
policía que se resguarda tras la iglesia de San Francisco, lugar que el primero
fue obligado a construir. De esta misma suerte, al revisar las alteraciones más
modernas del panorama de Cali, delata la hipocresía velada en el desprecio de
la burguesía frente a los narcotraficantes, pues más allá del dinero mal
habido, el rechazo por los nuevos ricos se funda en su estética popular.
Caminar
–a veces afanosamente- por las calles de Cali a través de esta novela constituye
una apuesta por resignificar la memoria, por comprender que va más allá de un
conjunto de fechas y monumentos con nombres grandilocuentes. En este mismo
recorrido, Jalisco pierde en Cali invita
a explorar el gran entramado de conflictos a partir del cual creímos haber
construido nuestra historia.
Castellanos, Gabriela. (2015). Jalisco pierde en Cali. Cali: Programa Editorial Universidad del Valle. 332 págs.
*Licenciada
en Lengua castellana, inglés y francés de la Universidad de La Salle.
Estudiante de la maestría en Estudios literarios de la Universidad Nacional.
Intereses académicos: didáctica de lenguas extranjeras y literatura.
Contacto:
angiepvargas01@gmail.com
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