Cien años de olvido y soledad

CIEN AÑOS DE OLVIDO Y DE SOLEDAD

Por: Laura Milena Rico

Hablar de Cien años de soledad no debería ser tan difícil si recordamos que esta obra ha sido pensada como la segunda mejor novela en habla hispana, después del Quijote, y ha conseguido infinidad de publicaciones y de traducciones a diferentes idiomas. Con la historia de Macondo y de sus fundadores, la saga de los Buendía, ha dado la vuelta al mundo y ha consagrado a Gabriel García Márquez como uno de los mejores escritores del siglo. Además se han escrito un sinnúmero de críticas y de reseñas alabando o desprestigiando a la novela o a su autor. Hablar de Cien años de soledad no debería ser tan difícil, pero si luego de tres lecturas (hechas cada una en una época distinta del tiempo; con distintas referencias en la memoria y con distintas ideologías) uno se encuentra a cada pagina con diversas temáticas, entonces es razonable reconocer que es poco lo que se puede decir de semejante obra en una reseña; y si es mucho lo que se tiene para escribir sobre la obra, ya lo ha escrito el resto del mundo y lo ha hecho en todos los idiomas. Sin embargo vale la pena sentar una voz “opinante”, que descarada y desprevenidamente a la vez, recoge otras voces y se alimenta de ellas.
Empezaré por decir que esta novela se ha convertido para mí en todo un misterio sin resolver y además inacabable. En ella he encontrado la magia y la fantasía que caracteriza las creencias y saberes de la gente de mi país; que se ve envuelta en velos de realidad, de los que brotan rezagos de la historia violenta de Colombia que casi nadie recuerda. También entre estas líneas de violencia se mezclan muy armoniosamente las travesías del amor, rodeado funestamente por ríos de sangre, por incestos, y por mujeres que se entregan a los hombres “por rebeldía”. El amor como una manifestación de la violencia y, aunque el último Aureliano halla sido el único de la estirpe engendrado con amor, está destinado a morir devorado por las hormigas. Triste realidad, pero “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.
Desde su publicación en 1967, la crítica literaria ha ubicado a esta novela dentro del boom latinoamericano, nombre que recibe la generación de escritores de América Latina que publicaron grandes obras en los años 60, y con ellas se arriesgaron a experimentar con la forma e intentaron escribir la novela total, que se trataba de la novela que lo contuviera todo en sí misma y a un mismo tiempo, como una suerte de Aleph borgiano. No es una catalogación demasiado descabellada pues en Cien años de soledad se dan la fundación y el apocalipsis de un Macondo que parece estar detenido en el tiempo, un tiempo de cien años que míticamente transcurre para siempre en forma de círculos; lo que produce cierta sensación de hermetismo, como si estuviera cercado por el destino y la soledad. En Macondo todo ocurre pausadamente, las cosas van llegando de a poquitos desde afuera: las costumbres europeas, los inventos, la religión, la política, la guerra, el olvido e incluso la muerte. En esta novela se condensan todas las sensaciones del ser humano y por esto da la impresión de totalidad
También la vemos catalogada dentro del Realismo mágico, término acuñado al parecer por el novelista cubano Alejo Carpentier al formular la siguiente pregunta: '¿Qué es la historia de América Latina sino una crónica de lo maravilloso en lo real?'. Así afirma que lo maravilloso es parte constitutiva de la realidad. Y en Cien años, vemos como los sucesos que aparecen como maravillosos: la asunción al cielo en cuerpo y alma de remedios la bella, el hilo de sangre que recorre todo el pueblo anunciando la muerte de José Arcadio, la lluvia de mariposas amarillas, el diluvio de cuatro años etc., se enredan y se convierten en la realidad cotidiana de Macondo. Así mismo los sucesos que nosotros como lectores reconocemos como reales: la guerra de los mil días y la masacre de las bananeras, se convierten en hechos maravillosos ya que nadie en Macondo puede recordarlos ni creerlos. Gabriel García Márquez reconoce que Cien años de soledad, es una condensación del mundo caribeño, de sus mitos y costumbres; lo que se vuelve extrañamente un espejo de la realidad vivencial colombiana.
Cien años de soledad también es una novela sobre la violencia, no es gratis que desde el primer párrafo nos ubique en la escena de un fusilamiento, escena que más tarde volverá a nosotros para dar inicio a los episodios sobre la guerra. No es gratis tampoco que Rebeca llegue a Macondo y con ella traiga la peste del insomnio; excusa perfecta para dar la entrada magistral al olvido, ya que de tanto no dormir, se empieza a olvidar. Y el olvido se queda en Macondo para siempre. Esta es la peor de las pestes y la peor de las plagas. Por el olvido estamos condenados a repetir nuestra historia y es por esto que en la saga de los Buendía se repiten los nombres y se repiten las situaciones. Úrsula es la única que lo advierte al ver cómo José Arcadio Segundo está a punto de emprender una travesía para descubrir el galeón español, a lo cual ella exclama “Ya esto me lo sé de memoria (…) Es como si el tiempo diera vueltas en redondo y hubiéramos vuelto al principio”.
El olvido se me aparece como un presagio funesto que aqueja a Macondo, y si estamos de acuerdo con que Cien años de soledad representa realidades del latinoamericano, ese presagio se extiende por toda Latinoamérica. El olvido nos sume en el sopor de los acontecimientos que se suceden uno tras otro infinitamente sobre el tiempo y nos pierde inevitablemente en la soledad. En él viven, los amores, las guerras y las repeticiones. Por él estamos condenados a permanecer en “un mundo construido por las alternativas inciertas de los naipes”, hundiéndonos en el fango espeso de una memoria que no sabe lo que somos en este mundo.

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