Pasión según G. H.


Lispector, Clarice. Pasión según G. H. [1964]. La Habana: Casa de Las Américas. 1982.

Por Laura Acero Polanía


Desde el mismo título, Pasión según G. H. plantea varios de los problemas más abordados por la literatura desde la segunda mitad del siglo XX: ¿por qué escribir? ¿Qué es escribible? ¿Cómo, acaso, la escritura puede convertirse en una tabla de salvación, o no? Pasión... está poniendo de plano la racionalización o, por lo menos, sistematización en el papel de una experiencia que se convierte en escritura desde un punto de vista: según, «visto desde». Tan sólo una mirada que intenta comunicar, que es susceptible de comunicar en algún momento, pero, no obstante, hacerlo le es cada vez más difícil y le aleja cada vez más de una visión objetiva. En esta reseña sólo introduciré algunas características que abordan el tema de la escritura y otras cualidades primordiales de los primeros capítulos de esta novela, en donde se puede ver la exposición de los «principios filosóficos» que de algún modo guiarán el discurso narrativo.

La protagonista de la novela es G.H. La experiencia que quiere contar, a pesar de lo que pretende ella misma, es distinta de la que contará. A diferencia de los escritores que suponen la escritura como una creación artística que se pone por encima de la vida, la realidad, en este caso, es aún lo que se busca, y la conciencia de su plasmación en un texto es total pero no por ello alegre. Se vive un verdadero desprendimiento de la letra: no quiero quedarme con lo que viví, lo que escribirá es otra cosa, pero no será bello, no en el sentido que normalmente se le da a la belleza. Por otro lado, la escritura es una separación en el tiempo: es una certeza del paso del mismo y de los cambios que operan en una persona. La G. H. que cuenta no es la G. H. que vivió esa experiencia, no es aquella mujer que está perdiendo su polo a tierra, su visión humana; por el contrario, ya la ha perdido, y lo que nos dice es otra cosa. Ella tiene esa visión del cambio, sabe que no puede considerarse verdadera porque no hay dónde engastar mi nuevo modo de ser.

Esta visión humana que ha perdido es la que ella llama la tercera pierna, que hacía de mí una cosa hablable. La desilusión acompaña la imposibilidad de un regreso a ese mundo de la lógica e, incluso, el mundo donde las palabras pudieran verse como la salvación, donde las palabras transmitieran la imposibilidad de la verdad, es insuficiente; el desgarramiento tampoco tiene su salvación en la palabra, ella no llegará al final… No obstante, existe una necesidad de darle forma a lo que ocurrió (probable necesidad de racionalización, así ya no sea posible): Y sin dar una forma nada existe en mí. Ese esfuerzo que haré ahora para dejar emerger un sentido cualquiera que sea, ese esfuerzo sería facilitado si fingiese escribir para alguien. No por saber que la escritura no será salvación, ella deja de intentarla, paradoja de la palabra a fin de cuentas, pues es el único elemento que se deja mover, para luego, en muchos casos no ser suficiente.

Sin embargo, la escritura cuenta algo. En el comienzo de la novela logran verse los momentos de esa pasión, las palabras –de un lenguaje casi poético, que abandona la belleza (la convencional), pero emerge del lenguaje de la sensación, sea cual sea, y encuentra allí lugar para la poesía– nos muestran la experimentación de una muerte vivificadora por parte de la narradora, cuyo estado de desesperación radica en el «casi decir» el nombre de la Vida. Entonces, ocurre una comprensión súbita de algo, una revelación de una profunda incomprensión; por un momento se es dueño de la Vida y la Muerte: y yo soy monstruosa, dice G. H., y la única posibilidad parece ser escribir de nuevo, aunque ya se haya olvidado incluso lo vivido… El olvido envuelve este discurso consciente pero triste de su subjetividad… Soy la vestal de un secreto que no sé más cuál fue.

Yo vi. Las imágenes de la narradora serán a lo largo de la novela las que digan todo, el recurso principal –un ojo, una lágrima, un sabor, una ausencia de sabor, un contacto con lo feo, lo que no se siente ya, lo que no es nada sino náusea, la sal sin sabor, la masa sosa…– y en ese mismo espacio de imágenes nos encontraremos como lectores: ése a quien G. H. se dirige, esa primera mano es un alguien que se transforma a lo largo del texto, alguien que era una mano, luego unos ojos con lágrimas, el amor, el hombre, la madre… Amar es tomar la mano de alguien, amar, escribir-le.

En Pasión…, la escritura siempre será distinta de la vida. El sueño equivaldrá a la libertad. Pero la mayor libertad estará en arriesgarse a decir, aventurarse a hablar: la palabra y la forma serán la tabla donde flotaré sobre las olas enormes del mutismo del que no puede escapar, no obstante. Se necesita de una primera pérdida del sentido estético -abandono de toda belleza-para poder contar, en un contar que no quiere ser creativo, sino casi que únicamente reproductible: crear es diferente a mentir, expresar es distinto a reproducir, G. H. será casi telegráfica. De esa sensación telegráfica es que surge la otra impresión de un eterno yo fragmentado. La historia no se puede mostrar lineal, G. H. no puede recordar cómo era antes: El resto era el modo como poco a poco me había trasformado en la persona que tiene mi nombre. Y terminé siendo mi nombre… A partir de estas primeras posiciones de G. H., y su «afán organizador» -como podríamos denominar a su escritura- se configurará la novela, o, casi podríamos decir, se des-configurará, porque, a fin de cuentas, esta escritura es una de las más impresionantes muestras de la desconfiguración del yo y el traslado de cualquier visión objetiva, bella, esquemática, organizada, de la novela moderna…

Pasión según G. H. acerca la narrativa a una estética de lo no convencional que, en otros sentidos, ya para el momento en que es publicada, está siendo trabajada en la poesía. Es el lenguaje de Pasión… un lenguaje poético, una escritura de lo feo pero lírico… abandono de toda belleza y aparición de lo neutro: la nada, no trascendencia, no hacer, pero aún en ello, susceptible de comunicación y de nuevo trascendente. Pero, si bien pareciera evidenciarse esa alternativa de la escritura como salvación del mutismo, la conciencia de lo infructuoso de este esfuerzo es la única sensación que puede llegar a quedarle al lector, y una esperanza en otro lugar: es por ello que al final de la pasión vivida, igual, no queda nada más que el silencio…

Y no entiendo lo que estoy diciendo, ¡nunca!, nunca más comprenderé lo que diga. Pues, ¿cómo podría decir sin que la palabra mintiese por mí?, cómo podré decir sino tímidamente así: la vida se me es. La vida se me es, y no entiendo lo que digo. Y entonces adoro…

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Tres miradas en torno a Pájaros en la boca de Samanta Schweblin. Parte II

Reseña Cerezas al óleo