Los recuerdos del porvenir: la deuda con la memoria





“Lo que se olvida tiene siempre
cuentas pendientes con la memoria”.

M. Blanchot

“Hay en todos los sentimientos humanos una flor

primitiva, engendrada por un noble entusiasmo
que se va volviendo cada vez más débil hasta que
la felicidad es sólo un recuerdo y la gloria una
mentira”

H. Balzac


Garro, Elena. Los recuerdos del porvenir. México D.F. Ed. Joaquín Mortiz, 1963. 295 págs

Por María Alexandra Aguirre Rojas


Siempre pensamos el hueco de la memoria hacia atrás, hacia un pasado irrecuperable; pero y ¿si la memoria es más densa de lo que creemos y viaja también hacia el futuro? Si la vida consiste en el intento de armar secuencias a través de pantanos de reminiscencias, entonces la realidad es un viaje entre sensaciones atemporales cuya ilación no depende de una cronología en línea recta. Si la realidad es así, la vida puede leerse como una historia veleidosa que depende de cada visión particular y de la capacidad que tenga para registrar y para obviar lo que sucede a su alrededor. De tal suerte, la narración es un intento por ordenar fragmentos, rastros, astillas, partículas y vestigios de lo creímos que pasó.

Si leemos en esta clave la novela Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, nos encontraremos con un texto que, desde una prosa profundamente poética, cuenta la vida de un pueblo condenado a repetir su historia.

Como Sísifo, Ixtepec carga con una piedra por la eternidad. Su voz, la voz de un pueblo que es tan parte de sus habitantes como ellos son partes suyas, narra desde un tiempo congelado lo que ha sido su vida. Es decir, narra entre girones de recuerdos, el miedo, la espera, el amor, el silencio, la muerte, la valentía y la desesperación de sus gentes para constituir la imagen de lo que ha sido heredado por décadas de violencia. Porque la violencia petrifica: “Mis esquinas y mis cielos quedaron sin campanas, se abolieron las fiestas y las horas y retrocedí a un tiempo desconocido (…) Una ola de ira inundó mis calles y mis cielos vacíos. Esa ola que no se ve y que de pronto avanza, derriba puentes, muros quita vidas y hace generales” (164).

La experiencia se fosiliza de tal manera que el Tiempo pierde su dinámica normal y parece repetirse, detenerse o avanzar vertiginosamente según una lógica irracional que no permite un recuento puntual de lo que pasa; así los personajes terminan envueltos en un círculo vicioso del que es imposible desprenderse, pero del que reconocen fragmentos que vislumbran de su futuro. Convirtiendo la vida en un oxímoron siniestro que cobra un alto precio porque recordar lo que no ha sucedido deja una impresión de irrealidad que redunda en la atomización de la propia identidad. Así, “Había dos Isabeles, una que deambulaba por el patio y las habitaciones, y la otra que vivía en una esfera lejana, fija en el espacio. Supersticiosa tocaba los objetos para comunicarse con el mundo aparente y cogía un libro o un salero como punto de apoyo para no caer en el vacío. Así establecía un fluído mágico entre la Isabel real y la Isabel irreal y se sentía consolada” (29). Como vemos, la vida se troca en una ininterrumpida agonía que no puede compartirse y que se duplica por la soledad y la inefabilidad que la adensan, haciendo flaco el consuelo de hallar ese “fluído mágico” que enlaza lánguidamente la identidad de un yo fragmentario.

Es cierto, “Lo que se olvida tiene siempre cuentas pendientes con la memoria”. Mediante la palabra desgarrada y poética, Elena Garro narra los actos humanos sean deleznables o valerosos dando cuenta de lo que siempre se olvida: que la Historia no es el inventario de héroes y batallas, sino la acumulación de una miríada de tentativas humanas en un constante e incierto devenir.

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