La memoria, la intriga, la velocidad



Pablo de Santis, El teatro de la memoria. Buenos Aires: Ediciones Destino S.A. Colección Ánfora y Delfín, 2000

Por Sergio Daniel Barón


El primer ganador del nuevo premio Planeta-Casa de las Américas de narrativa, que ha recorrido un largo camino a través de la literatura infantil o juvenil y ha sido durante mucho tiempo escritor de comics, presenta en esta novela una disquisición mental que se pasea por los meandros de la ciencia ficción y el thriller para llevarnos por un ambiente oscuro repleto de telarañas de recuerdos, de pasado.

El teatro de la memoria sorprende de entrada por su brevedad, es un libro de márgenes amplias, con tipografía grande, como para semiciegos y pocas páginas, sin casi peso en la mano. Pero tras pasar un rato dentro de él, el ambiente comienza a envolvernos como una bruma desquiciada y, en el momento en que deseamos reaccionar, sentimos los brazos de intriga que salen de las páginas y nos atrapan hasta el final… pues qué más da, la novela es corta.

La novela inicia con una silla quemándose, como si se abriera el libro viendo un detalle de una pintura de Magritte y que señala el día en que el autor conoció su karma. Acaba oscureciendo por completo la imagen, como un borrado mental, como el final de una película. No demora, como decía, sino unas pocas páginas en permitirnos entrar de lleno en la vida de Martín Nigro, un hombre, psiquiatra, obsesionado con el pasado pero en especial con su maestro de la facultad y de la ciencia psiquiátrica, el doctor Fabrizio, quien siempre ha intentado buscar la máquina que permita recuperar los recuerdos.

Mientras, con el pasar de páginas, vamos asistiendo rápidamente al alejamiento del protagonista de la fundación que el doctor había creado con fines memorísticos, la llegada a un hospital y la aparición de un paciente que ha perdido la memoria y que nos permite comenzar a pensar en ese asunto, con conexiones a Proust en la tradición, obviamente, pero tamizado a través del lenguaje y el ambiente de las fantasías apocalípticas de Haggard o Philip K. Dick. Aparece también la femme fatale, la esposa del paciente amnésico, una típica mujer de algunos de los mejores relatos de la novela negra norteamericana. En ese estado de cosas, en el que parece que comienza a vislumbrarse una luz, todo se derrumba rápida y estrepitosamente, se deshace la vida y las ganas, los ideales, y aparecen las muertes, las drogas extrañas que permiten recuperar recuerdos y la máquina buscada que permite revivirse en el pasado del otro.

En ese sucederse rápido de acontecimientos, van apareciendo el resto de los personajes de la novela, sólo los necesarios, como si se estuviera escribiendo un cuento y, obviamente, aparece el pasado, el que obsesiona a Nigro, el de Fabrizio. Se escribe la novela como un cuento para rescatar un acontecimiento particular pero, inteligentemente, de Santis se da cuenta de que la memoria es muy difícil, muy oscura y profunda como un río, y con él nos vamos inmiscuyendo en una trama asfixiante y a la vez trepidante en la que conviven decepciones, crímenes, amores y recuerdos, muchos recuerdos y pensamientos particulares sobre eso que Proust tuvo la inteligencia para hallar como uno de los sustentos del hombre, de aquello que nos hace a todos aunque no exista nada más distinto: la memoria.

El teatro de la memoria, además, relaciona los recuerdos con los edificios y lo que estos significan, como un deudor, con la técnica renacentista de Giulio Camillo, en la que se intentaba conectar sucesos con objetos, pero me parece que Pablo de Santis da un paso más hacia el abismo por el camino de la literatura, pues en esta novela cada recuerdo es una sensación, es un sentimiento y un sensualismo descarnado que nos va mostrando óomo una vida, la de Nigro, se va hundiendo poco a poco, pues está hasta el cuello en el pantano de aquellos que viven sólo para el ayer.

La novela está construida sobre la base de un cuento, pues los capítulos cortos y precisos apenas dejan tiempo para respirar, los hechos son exactos, cada uno tiene su disposición en la armazón novelesca y funcionan no sólo para reafirmar la redondez que busca la novela, sino para hacer experimentar la sensación de velocidad, de precisión de mecanismo que luego se verá recompensada en el argumento y que la recorre de principio a fin a través de frases cortas, lacónicas y que precisamente por eso es que son más profundas, inciertas y desmedidas. El teatro de la memoria es una novela hecha de retazos que se tomaron muy en serio la teoría del iceberg de Hemingway y dejaron no dicho casi toda la novela. Así, la lectura por entre los espacios, en lo que no se ve y en lo que se esconde en cada escena, cada comentario y cada objeto, es la lectura real de la narración que logra de Santis, como si fuese un obseso con el asunto al plantear en la forma el tema, como si asistiéramos al vistazo de la memoria del otro que sólo es posible entender a través de lo no dicho.

Quizás buscando una novela del estilo de La invención de Morel de Bioy Casares, pero en un ambiente mucho menos pesado, más ligero y por eso, más asfixiante, como al interior de un cómic oscuro.

Precauciones: Novela prohibida para psicoanalistas, psicólogos y los que se crean algo así. No entenderían.

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