La práctica y la idea disociadas


La práctica y la idea disociadas


Las glorias han desaparecido, justo como el miedoso
humo desvanece ese eructo de los fuegos infernales
del Popocatepetl. Nada los recuerda sino las hojas escritas.
(Nezahualcoyotl de Texcoco)



Boullosa, Carmen. Llanto. Ediciones Era, México D.F., 1992. 121 págs.


Por Sergio Daniel Barón

En medio de la crisis celebracionista que recorrió América en vista del quinto centenario del “descubrimiento” o lo que otros prefieren llamar como encuentro de culturas, apareció esta novela, quizás en un contexto algo cercano al que viven múltiples países latinoamericanos en este momento, cuando se acerca la celebración de los doscientos años de sus independencias.

Por lo mismo, quizá la temática en parte indígena que maneja la novela no parece sorprendernos mucho, y menos si hemos podido acercarnos a la mayoría de cronistas americanos, como Fray Bernardino de Sahagún, Bernal Díaz del Castillo, Cabeza de Vaca, Pigaffeta, Michel de Cuneo y muchos otros, que nos permiten hallar las conexiones con la historia y la particular construcción de la memoria de nuestro pasado americano e indígena, que parece haber dado primacía a la versión de occidente, como por ejemplo sucedió en la historia oficial con uno de los hechos de la novela, la muerte de Moctezuma –o Montezuma, o Motecuhzoma, o el Tlatoani, distintos nombres que se usan en la novela.

La novela intenta poner en crisis esta serie de discursos, en los cuales se alcanzó a creer que la historia oficial era poseedora de la verdad, a través de la novelización y ficcionalización de una serie de hechos, por medio de una estructura en niveles que en ciertos momentos hace sentir al lector en el interior de una pintura de Escher o inmerso en una madeja de lana enredada.

Para desenredar un poco, entonces, habrá que decir algo sobre el argumento de la novela. En las primeras casi cuarenta páginas de ésta observamos una serie de capítulos cortos o cortísimos, que pueden ir de un poco más de una página hasta ni siquiera alcanzar un párrafo, a través de los cuales una serie de imágenes de cierto carácter “poético” tratan de mostrar múltiples acontecimientos, en los cuales se puede sentir saltar tiempos, lugares y espacios, geográficos, arquitectónicos o mentales hallando sentido en conjunción cada uno, con el título que lleva, tratando de ser casi como un poema.

Allí quizás radica el primero de mis desacuerdos con la novela, pues, si me atengo a creer que la poesía no es sólo embellecimiento del lenguaje sino fractura de éste al observar el poeta la imposibilidad de la lengua de nombrar el mundo, aunque muchas veces se alcanza a sentir, la más de las veces lo que sucede en la novela es que la autora trata de contar algo como si lo hubiera escrito la pluma –o la lengua, mejor- de Nezahualcoyotl, el poeta indígena o algo parecido. Por ejemplo, en uno de estos primeros minicapítulos dice: “Él, cuya sustancia arraigó en el llanto, nació entonces de la risa del cielo. Si nacer es eso, retornar” (13).

Aunque se puede reconocer que en sí misma la novela es una totalidad y que esta serie de fragmentos lograrán alcanzar su sentido o fractura al final de la novela, cuestión que no discuto, aún así muchos no logran, a mi modo de ver, un sentido total, o quedan cojos. El lenguaje en este primer avance, aunque una o dos veces alcanza una altura respetable, casi siempre permite que se quede en el aire ese tufillo “poético” de embellecer el lenguaje –esta vez presentando una posición ideológica de belleza: la del indígena- que tanto recuerda a muchos de nuestros poetas de finales del XIX y principios del XX y su intento de parecer bellos siendo franceses; quizás ahora ser bello sea ser indígena o negro o hablar como ellos.

Tras este extraño inicio la novela parece tomar otro curso y tres lenguajes o voces se entrecruzan recordando de manera muy interesante la polifonía bajtiniana: Una voz es la de unas mujeres medio ebrias que han encontrado a un hombre-niño en un parque en una madrugada vestido y adornado de manera particular: es Moctezuma II o su reencarnación, inserta este discurso al parecer en la siguiente voz: la de la novelista. Esta voz, que piensa y crítica la novela misma que está escribiendo y que a mi modo de ver es la más interesante, revisa las ideas de novela, de historia y crítica; así mismo, evalúa aquello que escribe, no sólo desde un nivel formal sino también sensitivo, no racional. Por último está la voz de la historia, a veces agarrada como un simbionte a las otras dos voces, a veces sólo como discurso de Moctezuma I –supongo-, novelizada, otras como un fragmento de algún documento “histórico” como “El códice Ramírez” o “La crónica de Antonio de Solís” y que plantea los conflictos personales e ideológicos que representados por las dos culturas en conflicto, españoles e indígenas y los dos personajes de la época, Moctezuma y Cortés, van logrando cierto protagonismo que se deshace en elucubraciones poéticas, en formas de entender el mundo imposibles y lamentos, reiteraciones y ampliaciones del crimen cometido por los otros, los de occidente.

Todas estas voces se van usurpando los lugares, se superponen, aparecen sin un orden claro –aparentemente-, siguiendo una línea temporal a excepción de la primera y a través de ella, como una suerte de píes de página, de comentarios sueltos o aún hablando desde afuera de él un viento, un vientecillo que parece ser la “musa” que le dice al oído al poeta, al escritor qué decir, qué contar, porqué hacerlo. “El vientecillo olisca perdido en el aire las palabras escritas en apretada letra manuscrita que hablan de un Motecuhzoma que sueña con un hombre todas las noches, un hombre vestido de extraña manera que se enferma, que sana, que viaja, que desespera, que persigue mujeres, un hombre anhelante, como un animal enjaulado” (81).

Las historias entonces son la de las tres mujeres –que en realidad es una y las otras fungen como acompañantes- y que se relacionan con la re-aparición de Moctezuma, la historia oficial contada a través de apartados y fragmentos conjuntos o separados y la de la novelista escribiendo su novela y en la que se encuentran los pasajes más interesantes, como este en el que aparece la poética o posición literaria planteada:

“La Novela ríe de la voluntad del escritor, es Ella quien anda. En este momento preciso la novela ríe del intento de hacer entrar en su territorio a aquel que no ha traicionado el Mundo, al que no conoce el desgajamiento de la palabra escrita y expulsa a mi Motecuhzoma al refugio de mi corazón mientras con estas páginas yo le estoy diciendo “Déjalo entrar, por favor, déjalo entrar, yo respondo por él, yo respondo por mi absurdo capricho”

Este apartado es interesante porque plantea la forma en que el escritor, éste, pero creo que también el de nuestro mundo –Boullosa- entiende la novela, aunque en práctica y aunque muchas veces esta voz lo plantee, parezca una cuestión imposible. Es como si teoría y práctica estuvieran imposibilitadas de encontrarse de manera armónica en el trasegar novelesco y la búsqueda no encuentra lo que su pesquisa indaga. Y aunque excusar los errores o la calidad de la narración dentro de la novela –como una herramienta metaficcional-, cuestión muy frecuente en el quehacer novelesco –desde Cervantes, Fielding, Kundera o Abad Faciolince- eso no es justificación de que a mi modo de ver exista cierta permisividad para que la narración se extravíe.

Si bien, es interesante la forma en que se construye la novela y que pone en conflicto la Historia, no deja de sentirse insegura por el exceso de planos, aunque a mi modo de ver una mejor maestría narrativa los hubiera podido corregir; ahora bien, más allá de la cantidad, el problema tal vez está en el armado de la novela que deja que la verosimilitud y el interés decaigan, y que los múltiples discursos exijan por un lado una buena cantidad de conocimiento de los hechos o por lo menos la discusión historiográfica que tienen dentro de sí, o de una porción más alta de fe novelesca.

Por lo menos hay un instante en el libro que dejó que el pacto narrativo se diluyera aparte de los múltiples hechos, como la forma que estaba vestido o la aparición de investigadores expertos en Nahuatl o el hechizo del que eran presas las mujeres y así, podría seguir: pero el que me interesa está en la novela inserta de las tres mujeres y de Moctezuma II –ya para aceptar eso hay que tener bastante fe. Hay un instante en el que Laura, que es la que tiene un mayor contacto con el Tlatoani, le pone una pieza de Vivaldi que lleva su nombre y se sugiere que él llega a un éxtasis escuchando la música “Ya no se decía a sí mismo ¿qué? o ¿cómo?, no se decía no puede ser (…) No se decía nada y ya no recordaba, como si lo que viera con los ojos hubiera actuado contra su cuerpo, inundándolo, penetrándolo por los poros, comiéndolo…” (100).

Me parece que los personajes son de agua, o de aire, no tienen el peso suficiente, ni los de esta novela que acabamos de comentar, ni el escritor –o escritora- comentarista, ni Moctezuma construido por retazos discursivos; es como si viéramos andando sujetos de papel que no indican nada, ni siquiera sí mismos, todo eso en un ambiente difuso que se extravía a través del experimento estructural y que se deshace en la marcha hacia el final, donde no se queda el lector más que con una sensación de desencanto.

Aunque es interesante la novela y hay una serie de datos, de discusiones y de conocimiento que se logra a través de una lectura que necesita del lector una exigencia plena y una lectura concienzuda, todo esto ayudado por su breve número de páginas, me parece que el mayor problema radica en el para qué de la novela, pues queda en el aire planteado, así que podría preguntarse, ¿Para qué escribir una novela? Respuestas: para enaltecer una cultura, para discutir con el discurso histórico o para hacer Historia, para plantear una posición ética frente a un hecho, para revivir a un personaje, para decir algo que nadie más ha dicho. No sé, creo que para todo eso, pero no para una sola de estas razones, y Llanto de Boullosa lo intenta, todo, pero no logra nada. La misma novela posee la respuesta que a mi modo de ver no es capaz de ejecutar en la ficción: “Sólo donde la idea de persona resplandezca, qué digo resplandezca, ¡enceguezca!, vuelva invisibles el resto de los formatos de la vida, aparece la novela” (110).

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