Antología de viaje

Giraldo, Luz Mary (antóloga), Cuentan: relatos de escritoras colombianas contemporáneas. Medellín: Sílaba Editores, 2010. 218págs. 

Por Pablo Rátiva


Los libros que me son hermosos me llevan por campos adornados por mil soles distintos. Me toman entre brazos torneados, a veces, y un momento después, fuertes como hierro y piedra volcánica y maciza: me abrazan y abrasan, sin soltarme. Más fuerte es la impresión y el viaje si el libro es de cuentos: cada vez que uno de sus cuentos se acaba, es como perder un poco el oxígeno, y tengo que cerrar los ojos y dejarme caer de las alturas sintiendo el vértigo completo antes de poder abrirlos de nuevo, dar vuelta a la página y tomar el cuerpo de la palabra como asidero para otro viaje. El goce, así, se expande por todo el cuerpo letrado y evidente, y leer no es escapar sino sentir. Mi yo sentado adquiere sentido (sentido leve como un fuego fatuo). 

Las mujeres nunca han dejado de sorprenderme, de emocionarme, de excitarme (no piense solamente en lo sexual, lector, pero tiene también todo el derecho de pensarlo así si quiere) de correrme la silla cada vez que encuentro algún reposo, de ponerme la silla cuando estoy muy cansado y más lo necesito. Eso no tiene nada que ver con que el libro sea bueno o malo, ni siquiera con que me haya gustado o no; pero es una antología de mujeres y si no hablo de ellas se pondrán bravas, y a mí me entra terrible miedo. Entonces sí, son mujeres las que escribieron, mujeres de muchas edades, de manos gruesas y venosas algunas, y largas, delgadas y amantes las otras. Fuertes y débiles. Algunas con rostros más o menos imaginables, la mayoría con rostros sin importancia para el lector embebido en sus letras. Mujeres contadoras de historias, tan bellas en su arte de contar que se esforzaron en que se nos olvidaran sus presencias maternales y escucháramos sólo su voz con su historia 

Y así, entre los brazos de fuertes voces acuñadoras, las historias se van sucediendo, una tras otra, variadas, distintas. Entramos a sombríos hospitales blancos de pobredumbre para salir y ver el sol quemante del desierto y las largas praderas africanas que parecen mares con sus mareas, como el que riega el Chocó. Allí se hablan historias con el ritmo en los ojos, ojos abiertos y lozanos, ojos hermosos de amargura, ojos repletos de estrellas en la plenitud de un cielo colonial en Santa Fe. Una mujer acostada en esos suelos de piedra, sintiendo su cuerpo que desea y que lleva un hijo adentro, la mujer y sus niñas hermosas esperando una visita de otra mujer hermosa. Visitas que se trastocan, visitas de la muerte en forma de teléfono, de la vida en forma de caricia, del deseo en forma de muñeca inflable, de la caridad en forma de deseo. Visitas a hoteles y a parques, a cementerios y a salas de conciertos. Visitas llevadas por voces como brazos que en el libro nos abrazan y no nos sueltan hasta no haber terminado. 

Un libro cercano al oído, con historias de un lenguaje que fluye de manera cadenciosa por cada estilo, por cada nuevo precipicio. Libro amo del volar de las cabezas, libro como los que a mí se me hermosean. Se trata de las historias, no del género de las personas que las escribieron, y eso está bien porque ya basta de gemidos y protestas lastimeras. No se trata de que sea una antología de mujeres, sino de la belleza de las historias, sin embargo fíjate lector que no he dejado de hablar de ellas: las que cuentan.

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