Poesía Completa. Pizárnik
Pizarnik, Alejandra. Poesía completa. Barcelona: Lumen, 2001. 470 págs
Por Manuel Osorio
La vida es un lapso del aprendizaje musical del silencio
A. Pizarnik
Alejandra Pizarnik escribió una obra íntima, dolorosa, y a veces, casi enigmática. Tan misteriosa como su vida misma. Pero ella no se limitó a redibujar su vivencias, al contrario, ella pintó de matices claroscuros su mundo personal y único, habitado sólo por ella y su inseparable sombra. Es así como la editorial Lumen publica toda su obra poética en un solo libro, un libro que revela la evolución de su poesía y su lenguaje desgarrado.
Leyendo Poesía completa uno puede sentir la evolución literaria que implicó la evolución de la vida de Alejandra Pizarnik. Tras la ferviente experimentación formal de la primera juventud, siguió un período durante el cual Pizarnik descubrió lo que era el sentimiento amoroso, probablemente no correspondido, matriz seguro de sus celos, que regaló a sus versos la ternura y el ensoñamiento transitorios del amor, para luego volver a zambullirse en las aguas de la angustia y la amargura, los nervios desquiciados, y la desesperanza escondida. A partir de entonces la autora sería succionada poco a poco por el encanto de la muerte, del viaje que se emprende pero del que nunca se regresa, de esa fusión absoluta, tal vez redentora, de una niñez demasiado lejana. La muerte entendida como el nacimiento de su escritura.
Muerte y escritura se entretejen en Alejandra Pizarnik, muerte entendida como vida: Tal vez la noche sea la ida y el sol la muerte. Y es que resulta casi imposible leer su poesía sin que se haga referencia a su intimidad, escritora y persona son una misma. Una escritora que es capaz de verse a sí misma sin necesidad de ninguna máscara: cuando vea los ojos que tengo en los míos tatuados. Sin lugar a dudas, la lectura de Pizarnik resulta inquietante y desoladora.
Su obra puede ser entendida como la búsqueda del silencio: La vida es un lapso del aprendizaje musical del silencio, su escritura nos empuja a sus obsesiones, en las que reiteradamente se refugia y proteje de la desolación, la frustración del amor, la imposibilidad expresiva, angustias que durante toda su vida la persiguieron. La escritura como el medio de confesión, a modo de diario, en el plasma su trabajo como poeta, para sugerir al lector una identificación entre lo que le cuenta y lo que expresa en silencio su voz interior. Sin duda alguna, la lectura de Pizarnik es la lectura del silencio, su escritura es como los romances compuestos por Clara Schumann, delirantes, simples pero contundentes. Obras para amantes del callado vacío, lluvia sola en mi silencio de fiebres tú me desatas los ojos.
En su escritura, Alejandra se adelanta a su suicidio, el suicidio pronto, prontísimo, alcanzando así el paroxismo de la tragedia; poco importa si su muerte fue accidental o intencionada, en la obra todo presupone esto último y es imposible despegarse de esa sombra: La que murió de su vestido azul está cantando. Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad. Adentro de su canción hay un vestido azul, hay un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado con los ecos de los latidos de su corazón muerto.
En Pizarnik la escritura también es una búsqueda de la expresión plena, esa necesidad por una verdad poética, que en muchos casos la llevó a manifestar su extrañeza ante las palabras, esas que como objetos no acababan de pertenecerle y ante los que se sentía ajena, distante, e intimidada, ella tiene miedo de no saber nombrar lo que no existe.
Pizarnik intentó alcanzar el sentido a través de la imagen poética o de diálogos que expresan lo absurdo, pero luego comprendió que las palabras para ella eran una transición hacia otro mundo, otra realidad… El vacío mismo, para ello se dejó tentar por el silencio, en mí el lenguaje es siempre un pretexto para el silencio, que ella decía que era un útero, la muerte… La escritura de Pizarnik se parece a esos tonos de azules en Ice Cav de Georgia O'Keefe, azules que nos transportan a su oscuro mundo intimo.
Lo mejor que podemos decir de la escritura de Pizarnik, es que ella siempre buscó nuevas alternativas para su escritura, caminos que la llevaron por rutas expresivas inexploradas todo en busca de hallar la voz inicial… su voz. Una arquitecta de la palabra, una artesana del lenguaje… una escritora que buscó someter la escritura a la incógnita de expresar lo indescriptible: Me embriaga la luz. No nombro más que la luz. Quiero verla. Quiero ver en vez de nombrar.
El escribir sobre Alejandra Pizarnik, me obliga traer a la memoria a Sylvia Plath, Anne Sexton, Marina Tsvietáieva, mujeres que rompieron moldes y de aventuran por los senderos de expresión y autoafirmación, mujeres que se antecedieron a su muerte. Poetas descarnadas de penetrante dulzura, que interpretaron la escritura como una solicitud o súplica en un mundo incapaz de atender a esas razones. Y ante ello su desdén por vivido, el gesto último, última palabra… silencio.
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