Ondas expansivas


Isaza, Julián. Ondas expansivas. Buenos Aires: El fin de la noche, 2010. 74 págs. Disponible en línea: http://elfindelanoche.com.ar/archives/1222

Por Rafael Cely


El libro de Isaza es un corto y agradable texto de cuentos. Los ocho relatos que el autor colombiano trae en su primer libro imprimen un estilo cinematográfico emparentado con la estética expresiva de Tarantino o con la de los cómics de Marvel. Desde las técnicas narrativas propias del género policíaco, Isaza retrata crímenes de estos días a partir de temáticas contemporáneas que consolida más en unos cuentos que en otros. Debido a que en algunos los personajes son predecibles, en otros las temáticas son demasiado cercanas a la televisión y al cine gringo, sin aportar nada en términos literarios, ni pasar de ser divertimento.

Es de resaltar, sin embargo, la interesante fuerza expresiva que logra en “Tic-Tac”, aprovechándose de un mito de nuestros tiempos: el apocalipsis señalado en las profecías mayas y similares. Al final del relato dice: “El cielo se pone rojo, un zumbido comienza a crecer, la gente grita y los rostros se desencajan” (40). Este asesino que se nos presenta como un vidente del futuro presiente el fin del mundo, el lector juzgará si es su propio fin o si en verdad es un fin generalizado.

“Clarividencia”, por su parte, presenta a un profeta de estos tiempos: un loco misterioso de aquellos que se creen mesías, éste vaticina la muerte de la gente. Así se van insertando los personajes del libro de Isaza: proféticos, heroicos al estilo cómic, triviales en el modo televisivo; parecen gente normal, pero pronto las historias dan un giro, dos, y después se quedan ante un dilema que muchas veces es más bien cliché, como en el relato final cuando habla desde un zoom out, en el que un extraterrestre “contrae sus tentáculos (que en términos terrestres sería como encoger los hombros)” (66); parece más una escena de The Simpsons, al estilo caricatura, que una imagen literaria que explore alguna circunstancia conmovedora de la realidad.

El libro del autor colombiano se ubica en una dimensión bien diferente a la tan acostumbrada, realista y ligada a la historia del país. También toma distancia del simple intento por una literatura urbana con tintes naturalistas. Sin explorar en mayor medida la psicología de los personajes, fija su atención en determinados hechos que desencadenan su proceder criminal. El hilo principal del libro lo van a dar los coincidentes crímenes en cada uno de los cuentos. Quizás el único que se aleje un poco de ese esquema sea el titulado “Seducción”, en el que un veterano hace pasar apuros a las domiciliarias que entregan pizza en su edificio, valga decir que hay un hecho que desenlaza el cuento, el cual, me imagino, puede haber lectores que lo tomarán como un atentado a algún tipo de integridad.

La rutina después de tanta sangre se convierte en sed de más acción violenta. El lector tiende a sentirse ávido del momento en el que el asesino va a impactar la cabeza de su víctima o va a accionar el arma debajo del abrigo. Pero esta sensación de incertidumbre que cautiva al lector desaparece en algunas piezas. Por ejemplo, el relato con el que abre el libro, “Tiempo muerto”, habla de un asesino retirado que quiere volver a las andadas. Pasa de la cotidianidad al recuerdo, a la acción, suelta de repente la frase cliché de “todo tiempo pasado fue mejor”, la convierte en, “todo tiempo pasado es presente” (14), y, hasta allí, bien. El relato pierde fuerza al final. En mi concepto, tiene un final predecible: inserta a otro personaje con el que el autor no logra consolidar un cierre que no se presuma en qué va a terminar. Es importante decir que la historia da un giro interesante, pero demasiado predecible y quizás clásico en términos literarios.

Es recurrente por su parte la relación con el cómic. Las onomatopeyas, “plac”, “plop”, “bang”, etc., se unen a los continuos americanismos, hay una pretensión de desgeograficación, al hacer notar que estos hechos no se dan en un lugar determinado. Por los ambientes urbanos, abigarrados, podría decirse que cualquier ciudad aplica, a pesar de breves referencias que pretenderían una ciudad colombiana, como cuando dice en “Ruido”: “el infierno se reconstruyó bajo la figura de un enorme costeño amante del vallenato en vivo de jueves a sábado”, hay aquí una breve referencia de colombianismo, que es más una pincelada que algo fundamental en el relato. Por otro lado, está la intención de ubicar una voz siempre en un presente inmediato, en el hoy, en el día a día. Recurre a las horas, pero muy poco a las fechas, quiere ser un autor de la época. De allí sus referencias constantes a la televisión, a la Internet, a la música contemporánea, en general, a las maneras de nuestros días.

El primer libro de Isaza no pasa quizás de ser un divertimento, de estos que reciclan lo que los medios y el mundo globalizado ha producido. Esa parece ser una de las nuevas tendencias de la narrativa contemporánea; y no sé si en ese intento se corra el riesgo de rayar con el amarillismo mediático. En mi concepto, es interesante la fusión de las formas clásicas con las nuevas tendencias desarrolladas a partir de la técnica, el problema está en si la literatura, cuando toma las ideas de sus familiares, el cine, el cómic, el performance, no está relegando su naturaleza. Allí, entonces, yo pensaría que hay textos como algunos de los presentados por Isaza que se entenderían mejor en formato de cine, de pronto, de cortometraje de Youtube. De todas maneras hay unos buenos intentos por sacar la literatura colombiana de las casillas de la novela histórica. Esto no quiere decir que yo esté desdeñando la novela histórica que está bien construída (pocos ejemplares contemporáneos en este país), es ponderable y hasta necesario, pero debemos tener cuidado de no caer en los clichés de otras escuelas que no están aportando mucho en términos literarios.

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