Un viaje a nuestra memoria
Donadío, Lucía. Alfabeto de infancia. Medellín: Sílaba editores, 2009. 103 págs.
Por Laura Martínez
Cada vez que vemos la palabra infancia parece traernos a la mente rondas, sílabas y juegos, parece resonar en nuestro interior ese ideal de infancia, ese estereotipo construído en el que caben solamente los momentos felices, los encuentros con la naturaleza, los juguetes y amistades infinitas basadas en lo cotidiano, en lo sencillo.
Quizá con este libro pueda escucharse el eco de esa voz, de esa historia, desde la perspectiva de una niña, oyéndola. Pero las otras voces, las que aparecen solamente al ser interpeladas por la pequeña Irene, ponen en escena fragmentos que han sido borrados, invisibles al no ser considerados dignos del recuerdo, trozos de la memoria en que los miedos, las envidias, las opresiones y las diferencias de clase tienen también un lugar, un lugar que se va trazando a partir de la historia de vida de una familia colombiana.
¿Por qué apostarle a un formato aparentemente infantil cuando sabemos que su público es más bien juvenil o adulto? ¿Por qué Donadío decide escribir sobre una niña, descubrir su vida? La historia que nos cuenta la autora podría haber sido contada por un anciano, una madre o un vecino de la familia; sin embargo, las voces que se intercalan son solamente dos: Irene, una hija más de las que aparecen en el relato de familia, una adolescente despertando al mundo, descubriéndolo, lamentando haber sido desplazada por los otros bebés, pero deseando a veces seguir siendo invisible para quienes la rodean, denunciando el lugar de silencio en que se la ubica: por ser desobediente, por ser mujer, por ser niña, por ser ella; reconociendo su cuerpo, sus particularidades, mostrándonos la forma en que se van tejiendo las diferencias en cada ser. Y esa otra voz, la del ama de llaves, la de la mujer que ha estado alrededor de la familia toda su vida pero desde el lugar de subordinación, desde el trabajo doméstico que debe realizar, desde la caridad con que es tratada, desde el ser la otra, la distinta, en un hogar pudiente como éste.
Dos voces que nos comparten sus percepciones, sus historias, su mirada del mundo y de cada escenario en que se encuentran juntas, que nos recuerdan que el lugar desde el que observamos y las condiciones materiales de nuestra existencia, definen en gran medida nuestro relato del mundo.
Es por ello que comprendemos las razones que se hallan en el libro, los personajes, los epígrafes, los lugares comunes convertidos en reflexiones, las metáforas que parten del oso de peluche, del barco, de la madera, son la forma particular en que Lucía Donadío configura una mirada del mundo, una complejidad de lo observado, una serie de voces que dialogan.
¿Tiene sentido entonces que nosotras, personas adultas, recorramos su relato Alfabeto de infancia? Quizá sigan resonando con gran fuerza las voces ajenas en que la infancia es deleite, risa y ternura, quizá tengamos que aceptar que pocas veces nos sentamos a pensar en esa etapa como fuente de reflexiones, de pensamientos, como responsable de lo que hoy día somos. Pero leer este libro puede ser un camino que nos permita ponernos en el lugar de quien observa, participar de la reconstrucción de otra forma diferente de lo que ha sido, para encontrarnos de repente siendo observadas por nuestros propios ojos, cuestionando el lugar desde el que hablamos, las palabras que usamos, las expresiones olvidadas, la comodidad de ese poder que ser adultos y padres nos confiere, deconstruyendo finalmente nuestra propia voz.
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