Ponqué y otros cuentos.


Sanín, Carolina. Ponqué y otros cuentos. Bogotá: Norma, 2010. 126págs.

Por Manuel Osorio


Nunca seré una persona que escriba hermosos sonetos musicales. 
 Eso no va a pasar, así que tengo que hacer otra cosa. 
Anne Carson


Una mujer llamada Miriam que desea ser judía como su nombre; una radioescucha que no soporta que la locutora se ría sin que ella sepa de qué; una mujer que reflexiona sobre la teoría del microcosmos en un colectivo que, se cree, va hacia el mar; una pareja que viaja en tren hacia Armero y cuya travesía es circular y sin destino; una mujer que bate su propio récord de vida el día de su cumpleaños número veinticinco; un hombre gay a quien su amante le pisa el tercer dedo del pie derecho con sus zapatos de madera en señal de venganza; una extraña forma duelo por la muerte de una prima que dura el día entero; una mujer ve, sin poder evitarlo, cómo su enamorado se fija en otra.

Estos podrían ser, a grandes rasgos, los argumentos de los ocho cuentos que componen Ponqué y otros cuentos de Carolina Sanín, pero la verdad es que esta colección de relatos es más que eso. Es la búsqueda por narrar de otra forma, lejos de las descripciones detalladas, de espacios y tiempos definidos, de personajes reducidos a sensaciones. En estos cuentos el lector se encontrará con personajes -casi todos mujeres- que siempre están en lugares equivocados y deben adaptarse a las circunstancias impuestas. Muchas veces los resultados no son los imaginados. En cada página Carolina Sanín sorprende al lector, quien es llevado en su lectura por una especie de laberinto del cual sólo se conoce el comienzo y el final. Se puede decir que son cuentos emparentados con el ensayo. 

Sí, Ponqué y otros cuentos se puede entender como un ejercicio narrativo en el cual Sanín deja claro su deseo de explorar lo autobiográfico en una forma diferente a la testimonial. En sus relatos, la acción es lo menos importante, ella centra la atención del lector en los pensamientos y recuerdos de sus personajes, en las preguntas que como escritora se está haciendo frente a la literatura, ¿qué escribir? ¿Por qué escribir? ¿Cómo narrar? ¿Cómo leer?

Por ejemplo, en "Ponqué", donde el protagonista explica el oficio del escritor: escribir era dar respuestas mientras Dios aún no parecía mostrar ninguna (…) Entonces ella le pidió que le pidiera que explicara de otro modo por qué decía que escribía por ser bella. Él así lo hizo, y ella dijo que entraba en la escritura como José había entrado en la cárcel donde empezó a interpretar sueños en lugar de soñar con que lo amaban (124,125); o cómo también, en otro cuento, se cuestiona el papel de lectora, cuando no terminaban en que los personajes se morían, las historias que yo me sabía terminaban en que dos quedaban juntos. Las historias decían que los dos vivían felices para siempre y, si estaban escritas, mostraban en la última página la palabra fin (27). 

Ponqué y otros cuentos puede ser apreciado como un libro de ensayos de la palabra que celebran lo jamás no dicho, en esa medida -guardando las proporciones- pueden ser apreciados por la vía del proyecto poético de Anne Carson en Hombres en sus horas libres, o a las búsquedas por el silencio del sonido en Bjork con Medúlla y PJ Harvey conn White Chalk, o las exploraciones de las imágenes del cine de Narcisa Hirsch.

Estos cuentos, sin duda, causarán antipatía y rechazo al lector tradicional, que espera encontrar historias con argumentos sólidos y una unidad en las narraciones que le permitan ver y entender que se trata de un libro de cuentos. Estos son cuentos que no pretenden entretener. Ponqué y otros cuentos está concebido para un lector que desea experimentar y arriesgar en su lectura… Que desea ser cuestionado.

Comentarios

Anónimo dijo…
Un libro con cuentos aburridos hasta el hastío: no te enganchan ni te provoca seguirlos leyendo. No es necesario que todos los cuentos deban tener "argumentos sólidos", pero las historias de Sanin, carecen de esa sustancia, ese sabor, que hace que una persona quiera devorar el texto, no tienen ese toque mágico de otros escritores como Horacio Quiroga, por ejemplo.

Si utilizaramos la definición de Cortazar, esos cuentos ganarían, sin lugar a dudas, "por puntos" y no por "K.O": después de agotar al lector y que este caíga muerto de sueño, a la lona (como hizo Homero Simpson, cuando era boxeador.

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