El árbol imaginado
Por Andrés Roldán
Este libro llegó a mis manos por pura casualidad en una biblioteca pública distrital y lo primero que llamó mi atención, por su nombre y el de la biblioteca de la que hace parte, fue la idea de una novela exótica venida desde el lejano país de El Líbano. Al darle la vuelta y mirarla más de cerca me encontré con un esmerado esfuerzo editorial regional. Entonces, entre mis manos tenía el resultado de un proceso que hasta el momento desconocía, ¿cómo se está editando en las regiones de Colombia? Pensando en esto inicio la inspección: calidad del papel: buena; encuadernación: buena; diseño: muy bueno; asuntos legales de la publicación: bien, esto empezaba a gustarme.
El árbol imaginado es una novela preciosa, hecha con la más elegante y hermosa posibilidad del lenguaje: la prosa poética. Ese hijo de difícil caracterización entre la prosa y la poesía se presta en esta novela para la ficcionalización de una historia llena de esencia, de aromas y de personajes históricos e inventados. Los capítulos se entrelazan entre pedazos de narración, poesías y recopilaciones de material histórico (como el diario de viaje) así como de leyendas narradas para españoles por criollos americanos. Carlos Flaminio Rivera se muestra en esta novela como un autor de envergadura, que es capaz de retomar material histórico y presentarlo de manera elaborada, interesante y lo más difícil para este desgastado material, de manera fresca.
Reseñar una historia que atraviesa por tantos caminos es toda una temeridad. ¿Por dónde comenzar? Veamos: Don Emilio del Alto es un herbolario español, protagonista de la novela, que llega al Virreinato de la Nueva Granada en una fecha inexacta (aunque por los acontecimientos narrados debe ser al final del siglo XVIII o a principios del XIX) engañado por su primo Don Baltasar Maldonado y Arteaga con la promesa del descubrimiento de una nueva especie de vainilla (mejor, más fina y más grande que la invaluable fuente de esencia de la Nueva España, por ese entonces la clave del comercio de especias). Don Baltasar, el primo, es un criollo de ascendencia española, dueño de la flota de carga de pasajeros del río Magdalena, que está involucrado en la lucha de independencia y quien mantiene una comunicación secreta con Antonio Nariño. El verdadero motivo de la visita de don Emilio tiene más que ver con la lucha criolla que con plantas y esencias.
Con este argumento (que puede pensarse como un thriller de suspenso con herbolarios) se inicia la novela, que se ve atravesada por la mirada del español protagonista, homosexual soterrado, quien retrata en su voz y en su diario, entre otros acontecimientos: su deseo por los nativos; su pasión por la botánica; su extrañeza ante la América indomable; su entrevista con Mutis; sus experiencias alucinógenas con brebajes nativos; sus sospechas de conspiración y sus agudas observaciones sobre las costumbres nativas.
La voz homoerótica del protagonista es todo un logro, se cuela entre las notas más altas de la poesía descriptiva y se entrecruza con descripciones científicas de plantas (habría que averiguar si son notas de los escritos verdaderos de Mutis, pues en la novela Don Emilio, quien lee, asegura que sí). Estas descripciones sensuales se cruzan con la lectura de los herbolarios del sabio Mutis y narran la mirada del herbolario puesta sobre un nativo que barre. De manera magistral vemos la escena de un español homosexual, que mientras mira con deseo a un nativo, resignifica el pasado histórico de un discurso ilustrado que nada tenía que ver con el homoerotismo, pero que se ve rescatado en su capacidad expresiva, en sus detalles y en su hermosura. La voz homoerótica no es la única que existe en esta novela, una voz histórica también nos muestra un Nariño joven y sabio, quien espera la llegada de Los Derechos del Hombre y del Ciudadano mientras piensa que hacer y como llamar a su nuevo juguete: la imprenta.
Pero sin duda la voz más importante de la novela es una fuerte pero delicada voz poética, que siendo narradora nos entera de muchos de los vericuetos de la historia. En esta novela no hay muchas acciones y esto no es problema para la fluidez de la misma, pues una tras otra se dan las imágenes de lo íntimo de los personajes, de sus pensamientos, sus emociones, es entonces cuando la voz poética de la narración se hace tangible. Esto no es precisamente lo que le interesaría contar a la disciplina histórica; así, en el discurso histórico Flaminio Rivera logra meter sus manos y contar una novela que se enlaza con las dos grandes figuras de la ilustración criolla, Mutis y Nariño, sin perder los estribos de su propia narración, sin dejar nunca de contar la historia de Don Baltasar y su homosexual primo Don Emilio.
Algunos capítulos son poesía pero se combinan con las sensaciones y aportan, a manera de bellísimas metáforas, un puente entre lo que narra un capitulo y el siguiente. Aún así pueden leerse por sí mismos y conservan una unidad que demuestra la vena poética del autor, quien ya había publicado algunos títulos, entre cuentos y novelas cortas. La poesía de la novela muestra una practica poética rigurosa, una capacidad emotiva de referir las cosas, una intención juguetona que palpa y organiza las palabras de forma creativa. Es ameno encontrarse en medio de cada tres capítulos con uno que sea una poesía y que remita en un tono diferente a sensaciones que se encuentran en los diferentes puntos de la lectura. Creo que es posible desarrollar todo un trabajo indexical de lectura a partir de estas formas de comunicación entre capítulos, que mantienen un nivel narrativo de casi ensoñación.
Otro aspecto de la novela esta en la interacción de Don Emilio del Alto con los herbolarios que trabajan para Mutis. En esta comunicación los conocimientos de los herbolarios son puestos en escena de acuerdo a la fascinación que le producen al español. Leyendas, mitos, tradiciones y sabiduría son rescatados de manera acertada, insertándolos en las acciones de la novela. En sus conversaciones con estos conocimientos el español se deja seducir por las formas narrativas y corporales de los nativos, quienes le muestran sus formas de vida, así como sus curiosidades con respecto a la cosmogonía cristiana.
La región del Valle cercano al nevado del Ruiz, región del Tolima donde queda el Líbano, es insertada en la novela a través de un mito acerca del paraíso cristiano, que según el entendimiento de un curita, personaje de la novela, es el mismísimo paraíso en la tierra. Así, asistimos a la puesta en escena de un mito fundacional, esta vez de la región de los Mineimas, según el cual estas tierras poseen una historia ancestral, tan vieja e importante como la fundación de la mixta patria, cristiana y mitológica, que es Colombia. ¿Acaso esta novela peca por exaltación de regionalismo? Para mí no, en su narración este hecho es sólo incidental para la historia, se registra de manera ajustada, se reelabora de manera poética y se integra en la historia a través de la comunicación con la sabiduría nativa, sin perder de vista la intención de contar, de narrar.
Dentro de las tradiciones literarias que se me ocurre mencionar, la novela atraviesa la novela de la tierra, la nueva novela histórica, la narración o historia mítica fundacional, la literatura homoerótica, el thriller de suspenso, la sátira política... Todo en una novela corta y bien elaborada, que no se deja agotar por estas temáticas, ni se atora con todo este material.
La voz homoerótica del protagonista es todo un logro, se cuela entre las notas más altas de la poesía descriptiva y se entrecruza con descripciones científicas de plantas (habría que averiguar si son notas de los escritos verdaderos de Mutis, pues en la novela Don Emilio, quien lee, asegura que sí). Estas descripciones sensuales se cruzan con la lectura de los herbolarios del sabio Mutis y narran la mirada del herbolario puesta sobre un nativo que barre. De manera magistral vemos la escena de un español homosexual, que mientras mira con deseo a un nativo, resignifica el pasado histórico de un discurso ilustrado que nada tenía que ver con el homoerotismo, pero que se ve rescatado en su capacidad expresiva, en sus detalles y en su hermosura. La voz homoerótica no es la única que existe en esta novela, una voz histórica también nos muestra un Nariño joven y sabio, quien espera la llegada de Los Derechos del Hombre y del Ciudadano mientras piensa que hacer y como llamar a su nuevo juguete: la imprenta.
Pero sin duda la voz más importante de la novela es una fuerte pero delicada voz poética, que siendo narradora nos entera de muchos de los vericuetos de la historia. En esta novela no hay muchas acciones y esto no es problema para la fluidez de la misma, pues una tras otra se dan las imágenes de lo íntimo de los personajes, de sus pensamientos, sus emociones, es entonces cuando la voz poética de la narración se hace tangible. Esto no es precisamente lo que le interesaría contar a la disciplina histórica; así, en el discurso histórico Flaminio Rivera logra meter sus manos y contar una novela que se enlaza con las dos grandes figuras de la ilustración criolla, Mutis y Nariño, sin perder los estribos de su propia narración, sin dejar nunca de contar la historia de Don Baltasar y su homosexual primo Don Emilio.
Algunos capítulos son poesía pero se combinan con las sensaciones y aportan, a manera de bellísimas metáforas, un puente entre lo que narra un capitulo y el siguiente. Aún así pueden leerse por sí mismos y conservan una unidad que demuestra la vena poética del autor, quien ya había publicado algunos títulos, entre cuentos y novelas cortas. La poesía de la novela muestra una practica poética rigurosa, una capacidad emotiva de referir las cosas, una intención juguetona que palpa y organiza las palabras de forma creativa. Es ameno encontrarse en medio de cada tres capítulos con uno que sea una poesía y que remita en un tono diferente a sensaciones que se encuentran en los diferentes puntos de la lectura. Creo que es posible desarrollar todo un trabajo indexical de lectura a partir de estas formas de comunicación entre capítulos, que mantienen un nivel narrativo de casi ensoñación.
Otro aspecto de la novela esta en la interacción de Don Emilio del Alto con los herbolarios que trabajan para Mutis. En esta comunicación los conocimientos de los herbolarios son puestos en escena de acuerdo a la fascinación que le producen al español. Leyendas, mitos, tradiciones y sabiduría son rescatados de manera acertada, insertándolos en las acciones de la novela. En sus conversaciones con estos conocimientos el español se deja seducir por las formas narrativas y corporales de los nativos, quienes le muestran sus formas de vida, así como sus curiosidades con respecto a la cosmogonía cristiana.
La región del Valle cercano al nevado del Ruiz, región del Tolima donde queda el Líbano, es insertada en la novela a través de un mito acerca del paraíso cristiano, que según el entendimiento de un curita, personaje de la novela, es el mismísimo paraíso en la tierra. Así, asistimos a la puesta en escena de un mito fundacional, esta vez de la región de los Mineimas, según el cual estas tierras poseen una historia ancestral, tan vieja e importante como la fundación de la mixta patria, cristiana y mitológica, que es Colombia. ¿Acaso esta novela peca por exaltación de regionalismo? Para mí no, en su narración este hecho es sólo incidental para la historia, se registra de manera ajustada, se reelabora de manera poética y se integra en la historia a través de la comunicación con la sabiduría nativa, sin perder de vista la intención de contar, de narrar.
Dentro de las tradiciones literarias que se me ocurre mencionar, la novela atraviesa la novela de la tierra, la nueva novela histórica, la narración o historia mítica fundacional, la literatura homoerótica, el thriller de suspenso, la sátira política... Todo en una novela corta y bien elaborada, que no se deja agotar por estas temáticas, ni se atora con todo este material.
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