Por: Valentina Rodríguez Ramírez
A
Ryuji Tsukazaki, la vida en tierra le resultaba detestable, de hecho, su decisión
de ejercer como marino radicaba en dicha hostilidad, catalogaba la tierra como una
superficie inalterable e inamovible, a diferencia del mar, tormentoso, ancho y
abundante. Aun así, su vida en los barcos no era del todo plena, para Ryuji un
barco “aunque distinto, era también una
prisión”. Ryuji es un hombre lleno de sentimientos escondidos, sentimientos
no expresados, un hombre sin ataduras en la tierra, en ocasiones solitario y
que cree firmemente en que el destino le ha designado una gloria que no le
pertenece a nadie más que a él.
Yukio
Mishima presenta en el marino que perdió
la gracia del mar tres personajes, cuyas vidas se entrecruzan, para dar
paso a una gran historia. Ryuji, conoce a Fusako, mujer viuda hace ya algunos
años y madre de Noboru, un peculiar niño de 13 años apenas a puertas de la
experimentación que a su edad es común, estando a pocos pasos de lo que es la
adolescencia, y que oscila entre la curiosidad de probar lo conocido y lo nuevo
por conocer.
Un
lado de la historia es narrado desde la perspectiva de Noboru, quien ha
descubierto un orificio en la pared donde están sus cajones que conecta y
permite ver hacia la habitación contigua, la de su madre, esta abertura, es también la puerta de entrada
hacia lo que es en un principio la idea del sexo, el niño tenía por costumbre
observar a su madre desnuda, pero cuando ella inicia su relación con el marino el
niño permanece al interior de su closet procurando no ser descubierto,
completamente estático y extasiado, observando el erotismo y sensualidad con
que la pareja germina el acto sexual.
El
chico, hace parte de un grupo de amigos comandados por un jefe, ellos a su vez
buscan madurar y experimentar ciertos aspectos de su vida previa a los 14 años,
intentando llegar a ella sin ningún rasgo de debilidad, mantienen una filosofía
contra los padres: “Los padres son el mal
mismo; representan todo lo feo que hay en el hombre. No existe nada parecido a
un padre bueno, pues el papel de padre es malo en sí mismo” (Mishima, 1980, pág. 97) , razón que
llevara al joven a tomar ciertas precauciones y determinaciones.
En el otro lado de la historia está la
relación entre Fusako y Ryuji, lo que en principio parece ser una fugaz
relación, se afianza tras el regreso del marino tiempo después del primer
encuentro, Fusako se encarga de recogerlo en el puerto y llevarlo a su casa
para celebrar juntos las fiestas de fin de año.
Cuando
la relación de Fusako y Ryuji está a puertas de convertirse en algo oficial, y
en que el “héroe” de Noboru pase a convertirse en “su nuevo padre” la historia
toma un giro de gran importancia, el anuncio de que Ryuji sería el nuevo padre
de Noboru y la decisión del marino de no volver a zarpar le caen al chico como
un balde de agua fría, una razón más para arraigar su sentimiento de decepción
por Ryuji; las decisiones de Fusako, Ryuji y Noboru ponen en entre dicho las
acciones que tomaran lugar en el desenlace de la novela.
Mishima
nos da la oportunidad de hacer parte de una historia en que el lector se
convierte en cómplice de los personajes, la estructura narrativa permite que el
lector sea testigo de algunos momentos y pensamientos sumamente íntimos de cada
personaje, que jamás saldrán a luz ni serán contemplados por los otros
personajes.
El
individuo y la lucha contra la existencia y contra sí mismo, el crimen, la
muerte, la sensualidad, la excitación, la gloria, la virilidad, la inocencia,
la perversión, el amor, la tierra y el mar son aspectos que constituyen a
grandes rasgos el relato y se desarrollan y construyen en el pensamiento y
carácter de cada personaje de una manera distinta.
El marino que perdió la
gracia del mar esboza diversas etapas que atañen a
la propia y cambiante condición humana, la indecisión y confusión que algunas
veces comparece el ser humano están reflejadas en la fluctuante actitud del
marino, inicialmente manifestada en no querer una vida en tierra y luego por
conseguir un amor que ancle a aquel hombre “sin ataduras” a ella, asimismo,
sucede con Noboru que se encuentra en un vaivén entre la inocencia y la
perversidad.
La
novela de Mishima da vida a un mundo lleno de posibilidades, confusiones y contradicciones
representados en cada uno de los personajes. Nos da la oportunidad de oscilar
entre diversas nociones de lo que está bien o mal, de lo que es correcto o
incorrecto, exhibe el peso de las propias decisiones, la presión de lo que se
espera de sí mismo y de lo que otros a su vez esperan, nos permite navegar en
diversos estados y transiciones propias del hombre que serán siempre un mar
copioso y tormentoso que espera la calma, pero al fin y al cabo es lo que de
nosotros se espera, pues el ser humano vive, y “vivir no es más que el caos de la existencia” (Mishima, 1980, pág. 46) .
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Mishima, Y. (1980). El marino que perdió la
gracia del mar. Barcelona: Círculo de lectores S.A.
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