Por: Héctor Alfonso Gómez Sánchez

Hiromi Kawakami escritora japonesa en esta oportunidad nos regala una bella historia de amor y soledad, vista desde los ojos de la ternura, delicadeza, sutileza, bondad y, sobre todo, de la belleza que surge sin anunciarse, una revelación como los cerezos en flor. Esta novela nos cuenta el tiempo en que Harutsuna Matsumoto, un viejo profesor de japonés y Tsukiko Omachi, alumna de este maestro se enamoran sin previo aviso, sin ninguna restricción, solo así, naturalmente. Esta sutileza con que se desprende las hojas de los cerezos para morir en la belleza de lo efímero, me ha hecho reflexionar sobre la visión tan trágica que tiene Occidente sobre la vida, la existencia y el tiempo a la luz de la desesperanza y la nada. Ya que, Oriente observa estas cuestiones cuando confluyen entre sí, en el ahí, en el ahora, en el presente, en ese pequeño espacio donde se vive y se experimenta la vida.

Esta novela nos narra los sentimientos que afloran desde la soledad y la solemnidad entre dos personas donde la edad es un factor importante, puesto que existe un contraste entre los amantes. Tsukiko es una mujer que se acerca a los 40 años y Matsumoto a los 80, esta diferencia de edad no es un impedimento para que la solidaridad de la soledad nazca y, además, produzca una relación que se entable en términos de reverencia y respeto, aunque hayan pasado ya 20 años del primer encuentro, en el colegio que él trabajaba y ella estudiaba.

El cielo es azul, la tierra blanca nos narra la perspectiva que tiene Tsukiko sobre el amor y como ella, un mujer mimada y caprichosa, se enamora de su maestro. Ella llena de distintos fallos y defectos que, en interacción con los defectos del maestro, se ponen en marcha, secretamente, para entablar una extraña amistad entre estos personajes, cuando un día normal y cualquiera se encuentra en un bar. Esta extraña amistad está plagada de silencios incómodos, pero naturales; situaciones raras, pero vitales; sensaciones incongruentes, pero reales.

Tsukiko que al principio tiene una idea diferente del amor a la que el maestro pueda tener, puesto que la brecha generacional los caracteriza y condiciona, es quién nos narra el transcurrir de los sucesos y como los giros en estos acontecimientos enmarca la relación de amistad entre estos dos personajes; lo que los va a llevar hacia una fugaz felicidad que puede equiparse a ver los cerezos en flor.

Esta historia que nos muestra como el individuo, en este caso la mujer japonesa, es modificado por cuestiones incontrolables como el cambio de las estaciones, la moda, la cocina nipona, la naturaleza. Sin embargo, son en realidad cuadros que sirven para enmarcar lo realmente significante: el amor, la soledad, la muerte, el individuo, el paso del tiempo, la pérdida y el significado de la vida. El relato transita como lo hace las narraciones de Yasunari Kawabata: en la lentitud, la observancia detallada de acontecimientos tan naturales que se develan sin una rigurosidad, a través de un delgado velo que cubre la historia dejándonos entre ver, tenuemente, aquello que se esconde a simple vista. Son tan íntimos los sucesos y las cavilaciones de la narradora que el presente y pasado conviven y fluyen constantemente en la narración con una verosimilitud que puede fácilmente hacernos sentir en un texto biográfico y no en una ficción.

Este texto me hizo pensar en la película Lost in traslation de Sophia Coppola, filme en el cual el amor entre una joven y un hombre (extranjeros en Tokio) de avanzada edad también es el eje central, y se mueve en la sutileza de la relación construyendo poco a poco un estado de enamoramiento que capta la atención del espectador por la sencillez de la trama y lo simple de los sucesos, dejando la sensación que la vida es solo un trasegar de acontecimientos simples que nos dejan marca. 

Para finalizar citó el haiku en voz de Tsukiko con que se puede reseñar esta novela, puesto que creo que este libro es un libro de haikus vividos:

He recorrido un largo camino,
el frío penetra mi ropa gastada.
Esta tarde el cielo está despejado,
¡cómo me duele el corazón!





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Trad. Marina Bornas Montaña, 2001, Ed. Acantilado.

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