Hay libros apacibles,
que entretienen, con cuya lectura se pasa un buen rato y que, al cerrarlos, se
olvidan para siempre. Otros son violentos, incómodos y, una vez terminados,
siguen resonando en nuestra mente como un pensamiento malvado que nos
avergonzamos de haber tenido y de exponer ante los otros. A estos últimos
pertenece El marino que perdió la gracia
del mar (1963): una “larga novela corta [en palabras de Marguerite
Yourcenar] de una perfección helada como la hoja de un escalpelo, violencia
fría y esterilidad casi elegante”.
En la ciudad costera de
Yokohama vive Fusako, una mujer de treinta y tres años que ha enviudado hace
cinco, quedando a cargo de su hijo y del negocio familiar: una exclusiva tienda
de artículos importados. Noboru, su hijo, tiene trece años, y aunque a los ojos
de su madre no ofrezca cualidades distintas a las de cualquier otro niño de su
edad, se nos revelará como un ser astuto y cínico, con fuertes convicciones
sobre lo que la vida debería ser y la forma en que deben pagar aquellos que
destruyan este ideal.
A la vida de esta
familia llegará Tsukazaki, un joven marino que por años ha buscado su lugar en
la vida, sintiéndose igualmente ajeno a la tierra y al mar, y convencido de que
un destino glorioso lo aguarda a él, y sólo a él, para reafirmar que siempre
estuvo por encima del resto de los hombres. Sin embargo, cuando conozca a
Fusako, sacrificará la anhelada gloria por el amor y la estabilidad que podrían
unirlo a la vida en tierra y a una mujer de manera definitiva.
Noboru piensa en un
principio que este marinero recién llegado se convertirá en su héroe, un hombre
que viaja por el mundo viviendo aventuras en contacto con una realidad absoluta
inalcanzable para la mayoría de las personas. Pero cuando Tsukazaki decide que
se quedará en tierra y será el hombre de la casa, Noboru no puede perdonarlo. No
puede perdonar que su héroe se convierta en un hombre vulgar y mediocre y, peor
aún, en su padre, siendo que:
…los
padres son el mal mismo; representan todo lo feo que ahí en el hombre […] Se
plantan en medio de nuestro camino hacia el progreso, tratan de cargarnos con
sus complejos de inferioridad, con sus aspiraciones insatisfechas, con sus
resentimientos, con sus ideales, con las debilidades inconfesadas, con sus
pecados, con sus sueños más dulces que la miel, con las máximas que no han
tenido el coraje de seguir... (185)
Así pues, Tsukazaki se
convierte en un criminal a los ojos de Noboru; y, como tal, habrá de ser
enjuiciado y deberá pagar por sus crímenes.
Los tres personajes
principales que Mishima nos presenta en su novela dan cuenta de la soledad
humana y la incapacidad de comunicación entre los hombres. Todos ellos se
guardan de mostrar ante los otros sus verdaderos pensamientos por temor a no
ser comprendidos, dudando permanentemente de la sensibilidad e inteligencia de
su interlocutor. Los otros aparecen como seres mezquinos, incapaces de
reconocer la grandeza propia. La única alternativa restante es actuar para los
otros, fingir ser como ellos, aunque se esté convencido de que un destino
glorioso nos aguarda en algún lugar, presto a reafirmar que siempre estuvimos
por encima del resto de los hombres: vulgares y mediocres a los que no
pertenecemos.
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Mishima, Yukio. El marino que perdió la gracia del mar. Trad. Jesús Zulaika Goicoechea. Barcelona: Círculo de lectores, 1986. 226 págs.
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