Por: José Sarmiento Muñoz
En Confesiones de una máscara, segunda novela de Yukio Mishima, nos encontramos con la narración en
primera persona de Kochan. Desde su recuerdo más antiguo –un baño en una tina
con los rayos del sol danzando sobre el agua– hasta la amarga constatación de
su incapacidad para amar a una mujer, asistimos a la dolorosa búsqueda interior
de un hombre que intenta entenderse a sí mismo y a un mundo en el que parece no
tener cabida. Mishima publicó esta novela –que podríamos llamar de formación–
cuando contaba apenas 24 años, e inmediatamente lo convirtió, junto a Yasunari Kawabata,
en la voz con mayor resonancia en occidente de las letras japonesas; siendo los
dos escritores nipones más reputados del siglo XX.
Kochan es un niño
enfermizo y débil que vive con su abuela. La novela abarca los primeros 20 años
de su vida, centrándose en su paso por el colegio, pasando por la Segunda
Guerra Mundial y la forma como esta se vivió en Japón, hasta el momento en que
Kochan trabaja como administrativo en un ministerio. Los dos grandes “amores”
de Kochan son también de gran importancia en el relato. Por un lado está Omi,
un compañero de escuela que será materia de lascivas fantasías, y al cual lo
une una atracción puramente sexual, instintiva. Por el otro lado encontramos a
Sonoko, una chica que su espíritu parece desear, pero que no logra despertarle
la más mínima excitación sexual. Incapaz de acoplar sus deseos carnales y
espirituales, Kochan parece imposibilitado para llegar a amar plenamente a un
ser humano.
El protagonista de
Mishima comparte múltiples características con el autor, por lo que la novela
puede leerse desde un punto de vista autobiográfico. Tanto Kochan como Mishima
nacen en 1925, pasan la infancia con su abuela, tienen una salud débil y un
cuerpo enclenque, son absueltos de prestar el servicio militar por aparente
tuberculosis, etc.
Pero lo que aquí nos
interesa no es la coincidencia de una serie de hechos biográficos, sino la
historia del despertar sensible y la búsqueda espiritual de un hombre –trátese
de Mishima o no– que debe aprender a conocer el
mundo; a asumir y explorar su homosexualidad, dándose cuenta de lo que
esta condición significa para su vida social; a llenar con un nuevo significado
personal –adquirido a través de la experiencia– conceptos como el amor, la pureza,
la culpa y el placer (palabras que parecen vaciadas, simples etiquetas
incapaces de abarcar y dar sentido a todo lo que sucede en el interior de un
alma humana). Y, en fin, a acometer todo lo que significa vivir una vida, lo
que puede llegar a incluir el desprecio por la misma y la tentación de dejar de
existir.
Y
es que, con Confesiones de una máscara,
Mishima parece estar diciéndonos que la vida social –aquella “vida normal”,
homogeneizada y estereotipada– es imposible para aquel que no encaja en el
modelo; que la única forma de sobrevivir al mundo es poniéndose una máscara y
entrando en escena a la gran mascarada de la vida, donde a fuerza de falsear
nuestra identidad, de ocultar los deseos turbios tras la fachada de otros más
adecuados, de exigirnos pensar y actuar como otro, de ser alguien más, terminaremos,
con suerte, olvidándonos de nosotros mismos y matando a aquel que somos para
convertirnos en quien “debemos” ser.
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Mishima, Yukio. Confesiones de una máscara. Trad. Andrés Bosch. Bogotá: Editorial Planeta, 2002. 216 págs.
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