Por: Johan
Alexander González Sandoval
Para
muchos, Confesiones de una Máscara es
una novela que no necesita presentación, pues se trata de la novela más famosa
de uno de los escritores japoneses más espléndidos del siglo XX. Pero, la fama
que ha alcanzado Confesiones de una
Máscara es, a mi parecer, un arma de doble filo, pues se han dicho un
montón de conjeturas sobre esta obra que —en muchos casos— en lugar de darle
nuevas dimensiones al texto, terminan empobreciendolo y, dicho sea de paso, terminan
también empobreciendo el goce de los lectores interesados en el campo de la
literatura japonesa.
Esta
novela está ambientada en Japón, justo al final de la Segunda Guerra Mundial. El
personaje principal es el joven Kochan, alter ego del, en aquel entonces,
también joven Yukio Mishima. A simple vista, no se trata de una obra con una
gran anécdota: un joven tokiota que sufre por su debilidad física y por su
mediocre existencia debe decidir entre escuchar a la moral del mundo moderno, viviendo
una existencia cualquiera, con esposa e hijos; o, más bien, escuchar las olas
del mar de la incertidumbre, escuchar el llamado que le hace la carne (en este
caso carne masculina).
Esta
obra es conocida tradicionalmente como novela de formación, pues narra el
proceso por el cual Kochan debe pasar para convertirse en un sujeto moderno. Sin
embargo, yo he decidido ponerle el rótulo —o en cierto modo la conjetura— de
“novela de de-formación” por una razón muy especial: el joven Kochan, afanado
por pertenecer al mundo de lo moralmente aceptado o legal, al mundo del
lenguaje, a una vida como oficial de leyes, con una esposa y quizá hijos, se
procura una máscara de sujeto moderno. Para procurarse esta máscara, se obliga
a sí mismo a atender la voz de la razón, la cual le dictaminó que debe
relacionarse únicamente con mujeres —de las cuales llega únicamente a conocer
en el sentido bíblico—, mientras que desoye sus más profundos anhelos. Es una
máscara para interpretar un papel en el teatro del mundo, la cual no evoca a
las máscaras que se usan para el teatro Noh japonés (el cual Mishima interpretó
realmente), sino más bien a las máscaras de los antiguos actores griegos. Es una
máscara que surge como el recuerdo de un desfile que pasó por enfrente de la
casa de la abuela de Kochan, recuerdo que se quedó para mi lectura de forma
metafórica. Mas, esta máscara de sujeto moderno se caerá en el momento en el
cual Kochan adivine la verdad del mundo en la carne de los hombres, en la piel
tostada de los marineros.
Otro
asunto esencial de la novela es la muerte. Más allá de una fascinación por la
muerte misma, lo que hay es una fascinación por el cambio, un gozo que Kochan
se procura por la expectativa que tiene de que una bomba pronto vendrá y lo
destruirá todo. No es la música de la muerte la que despierta las emociones más
profundas en Kochan, sino más bien el silencio que la precede. Un silencio
parlanchín que hace sonreír de éxtasis a todos los agonizantes personajes de
las obras de Mishima. Algo similar a lo que le pasa a Tyrone Slothrop,
personaje de El arcoiris de Gravedad (escrita
por Thomas Pynchon), el cual tenía erecciones justo antes de que una bomba V2
cayera sobre algún lugar de Londres.
Sin
duda alguna, junto con El Pabellón de
oro, Confesiones de una máscara
es una de las novelas más apetitosas que ha escrito Mishima. Se trata de una
obra clave para entender el proceso de acoplamiento del pensamiento occidental
en el Japón de la posguerra, y también para para acercarnos, como lectores
occidentales, a una perspectiva distinta del goce de la sexualidad humana y de
la muerte.
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Mishima, Yukio (2012): Confesiones de una Máscara, Alianza Editorial, Madrid.
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