Por:
Boris Abaunza Q.
Uno
podría pensar, al leer La casa de las
bellas durmientes, que su autor es un hombre perturbado. Hentai, lo llamarían los japoneses: un
pervertido. Y es que la historia que cuenta Yasunari Kawabata, su autor, tiene
mucho de perversión.
Eguchi,
un hombre viejo que por su edad pronto perderá su hombría, visita una casa en
la que bellas jóvenes son narcotizadas para que ancianos como él puedan dormir
junto a sus cuerpos desnudos sin que ellas despierten. No debe hacer nada
indecoroso con la bella durmiente, es la única advertencia de la mujer que lo
atiende. No debe, por ejemplo, meter un dedo en su boca. Solo debe dormir junto
a ella.
Nada
más anormal que dormir junto a una joven desnuda y narcotizada. En las manos de
otro autor, esta podría convertirse en una historia sórdida de burdeles
clandestinos vigilados por hombres con dragones tatuados en sus brazos y
espaldas. Kawabata, en cambio, ha escrito esta historia con tal sutileza y
maestría que la situación nos revela, no la decadencia del alma humana, sino la
tragedia de envejecer.
Eguchi,
el viejo protagonista, no se considera tan viejo como los otros ancianos que
visitan la casa, quienes ya han perdido su hombría. Él aún conserva el ímpetu,
aunque sabe que se le está escapando. Acostado junto a estas hermosas muñecas
dormidas, Eguchi reflexiona sobre su vida y las mujeres que han pasado por
ella, sobre el sexo, la vejez, la impotencia y la muerte. Por su mente pasan
recuerdos lejanos y deseos inmediatos, los más aterradores y bellos
pensamientos.
Cómo
funciona la casa o de dónde vienen las bellas durmientes nunca es explicado.
Tampoco sabemos mucho de la vida de Eguchi fuera de esta casa. Porque lo que
importa es ese lugar, la habitación de las durmientes, la cama que comparten
con él. La historia se concentra en la experiencia de Eguchi con las jóvenes,
sus memorias y pensamientos cuando está con ellas, y en las cortas
conversaciones que sostiene con la mujer que lo atiende. Kawabata es preciso en
las descripciones, en las imágenes y en los detalles. Se apoya en los sentidos
del tacto, la vista y el olfato para recrear la situación. El autor quiere
llevar al lector a la misma habitación y la misma cama que Eguchi comparte con
las jóvenes, quiere que sienta lo mismo que Eguchi siente. Y lo logra. Tal vez
por esto es que el libro es tan hermoso, pero también tan perturbador.
No
hace falta saber quién es Yasunari Kawabata para disfrutar La casa de las bellas durmientes, aunque algunos se sentirán más
animados a leer sus páginas al saber que fue el primer Premio Nóbel de
Literatura que produjo Japón. Kawabata es un maestro en sacudir al lector con
sus historias sencillas y paisajes apacibles habitados por personajes complejos
y sombríos.
La casa de las bellas durmientes es prueba de que
las grandes historias no necesitan numerosos personajes o tramas enrevesadas
para dibujar una imagen que perdure en la mente del lector. En pocas páginas,
la novela logra lo que la buena literatura debe hacer: al desnudar a una joven
narcotizada y a un viejo en una misma cama, desnuda el alma humana y sus deseos
más primitivos.
Comentarios
No sé si era tu objetivo pero me parece que sí, entonces bien hecho :)