Por: Juan Mauricio Piñeros


A veces aprovecho algún un espacio en la mitad de mi día laboral, para ir por la casa de mis tías que queda cerca de la Universidad Nacional, generalmente paso para ayudarles a resolver un problema con la computadora o la impresora, y como en la mayoría de las ocasiones el inconveniente solo se reduce a una de esas confusiones informáticas tan comunes en las personas de su generación; me queda tiempo para la tarea que más me gusta hacer cuando las visito: Comer.

Pocas veces desprecio un almuerzo en esa casa, y la mayoría de veces mientras disfruto con evidente placer la sabrosa comida casera -cosa que no es de todos los días para mi- una de mis tías me mira con curiosidad y luego aprovecha para hacerme la misma pregunta de siempre: Juan Mauricio… ¿Y qué es lo que come un soltero? Pregunta que es seguida automáticamente por una de mi otra tía: ¿Y usted cocina cuando está solo en su casa? 

Inquietud ante la que por lo general siempre respondo: Casi nunca tía, no me gusta y no tengo tiempo….


Al salir de allí, ya entrada la tarde, siempre pienso que las preguntas de mis tías no ocultan esa lastimera curiosidad que con los años he empezado a percibir de ellas, si, ese sentimiento compasivo de la familia por el integrante soltero. Y es que nos vamos convirtiendo en una especie de huérfano desamparado, solo y triste, abandonado a nuestro destino y con serias probabilidades de desaparecer. Mientras camino, meditó sobre el tema y al darle una mirada a la vida de mis contemporáneos, concluyó que desafortunadamente lo que está en vía de extinción es el estilo de vida de mis tías y no yo.

En su libro El cielo es azul, la tierra es blanca; y utilizando una expresión propia de “el maestro” uno de sus protagonistas, la escritora Hiromi Kawakami, se dedica a hacer un “exquisito retrato” de una persona soltera. Pienso que en algunos comentarios sobre esta novela, y tal vez de manera desprevenida, los criticos -utilizando el mismo tono compasivo de mis tías- asocian la vida de los personajes principales, con algo triste y solitario, sin embargo, con conocimiento de causa sobre el tema, yo diría que técnicamente el libro habla en gran medida de la soltería; que no siempre es soledad ni tristeza.

Y es que la vida de un soltero muchas veces tiene sus ventajas, no hay que ponerse de acuerdo con nadie para hacer algo, y cuando simplemente no se quiere hacer nada, uno se puede quedar todo el día tirado holgazaneando viendo la televisión, alimentándose tan sólo de un termo con té y unas mandarinas que están al alcance de la mano, dejándose sorprender tranquilamente por leves ataques sueño que duran un par de horas, como le sucede a Tsukiko la mujer de 38 años protagonista de la novela.

Es de anotar la delicada sensibilidad que tiene la escritora para describir momentos de extrema intimidad “solteril”, cosas tan intrascendentes que usualmente no se consideran dignas de poner en un libro; cosas como esas extrañas y forzadas combinaciones de ropa que aleatoriamente uno termina poniéndose cuando debe enfrentar la calle en busca de algo que comer. Tal vez el sentimiento más impactante, es el verídico y legítimo desamparo que se siente cuando se está enfermo, momentos en los que el más mínimo resfriado o un leve hilillo de sangre en un pie cortado, hacen que uno se sienta extremadamente frágil.

Probablemente los extendidos o permanentes periodos de soltería en la vida, no son situaciones fortuitas, más bien, son decisiones personales no muy explícitas frente al amor, como lo admite Tsukiko en un par de ocasiones: “…Mi novio y yo llevábamos tres meses sin vernos. Mi amiga intentó por todos los medios hacerme entrar en razón, pero sus opiniones me traían sin cuidado. Estaba convencida de que el amor y yo no estábamos hechos el uno para el otro. Si tan caprichoso era el amor, no quería tener nada que ver con él…”

Es así como la novela sutilmente explora varios asuntos relacionados con el amor: Por un lado está ese sentimiento que se teje extrañamente alrededor de nuestras vidas, que unas veces se sabe como algo hermoso y transformador, y otras, solo revela su naturaleza de engaño químico neuronal, una trampa que la vida nos tiende para que a toda costa, concretemos nuestra misión como individuos de una especie. Por otro lado, está también la constante pregunta sobre la diferencia de edades en el amor, que siempre obtiene opiniones tan dispares dependiendo del género, la moral o el escalón de la vida desde el cual se viva la experiencia. 

Tsukiko es una mujer no tan joven, pero que al lado de su antiguo profesor de literatura en el bachillerato, Harutsuna Matsumoto, siempre será una adolescente. Él, un hombre sabio, pragmático y chapado a la antigua, ella, errática, sensible y torpe; aún con muchas cosas por aprender en la vida. Establecen una corta historia de amor, digna de las más brillantes comedias románticas del género cinematográfico, llena de situaciones impregnadas de gran humor y naturalidad, las aventuras de un “Pequeño saltamontes” o quizás, sería mejor decir, un “pequeño chapulín colorado” al lado de su querido maestro.

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