Iga, jarrones de poesía
Acerca de La casa de las bellas durmientes, del escritor nobel Yasunari Kawabata en la edición de Emecé, por Pilar Giralt
Por: Jose Gabriel Dávila.Acerca de La casa de las bellas durmientes, del escritor nobel Yasunari Kawabata en la edición de Emecé, por Pilar Giralt
“Quizás el rudo tacto de los ancianos la
había entrenado para hablar en sueños, para resistirse. ¿Sería eso? Rebosaba
una sensualidad que hacía posible que su cuerpo conversara en silencio.
La casa de las bellas durmientes, Y. Kawabata, 2012, p.p. 25.
La casa de las bellas durmientes, Y. Kawabata, 2012, p.p. 25.
Acaso,
la técnica japonesa más valorada para elaborar floreros es la iga. Al humedecerse, los colores de esta
cerámica fulguran con rebeldía a su matiz original, y presentan inusitados
colores que solo aparecen a altísimas temperaturas del horno. Las cenizas y el
humo de la combustión, a medida que incrementa el calor, impregnan la textura
rocosa y, al disminuir nuevamente de temperatura, queda un fulgor cristalino
semejante al vidrio, las figuras de los floreros iga son fortuitas, si apenas somos capaces de controlar las
temperaturas a los que los sometemos, la naturaleza de la combustión opera
sola, conjugando y barajando los tonos, las machas y los brillos del jarrón. Sus texturas son austeras, y adoptan un fulgor
voluptuoso cuando se les humedece, nos dice Kawabata en El Japón y yo. Los jarrones iga
respiran junto con el rocío de las flores.
Figura
1, jarrón Iga
perteneciente a la era Meiji, de 1868, 9,3 pulgadas por 24 cm.
El
satori, lugar de realización del zen,
es contingente a las palabras y a las acciones, ambas tienen la capacidad de
aislar la realidad y de transformarla. Para Kawabata la profundidad de la
religión y de la literatura no radicaba en procedimientos narrativos complejos,
sino más bien perseveraba en la tradición y en la fe del espíritu benigno de la
naturaleza. El zen aprende de hábitos pragmáticos, y los traslada a un régimen
sagrado; siguiendo esto, partiendo de la elaboración de un jarrón acabamos de
disuadir la técnica de composición de una las obras maestras de la literatura
japonesa: esa es, La casa de las bellas
durmientes, terminada por Kawabata hacia 1961.
La
literatura japonesa es un florero a donde concatenan las flores y los tallos de
lo bello y de lo desahuciado. La novela de Kawabata es recipiente de lo humano,
sus amalgamas de formas son el producto de un espíritu sometido a altísimas
temperaturas de dolor y de padecimiento tolerado. Solo en esta literatura puede
cumplirse esa íntima y permanente transustanciación de lo visible en invisible.
Lo realmente erótico, lo realmente mustio se precipitan siempre hacia lo
invisible como a su realidad inmediatamente más honda, a los suscitado, que es
la sintaxis con la que se escribe el japonés.
Hay
un tipo de deseo parecido a un dolor agudo, no se sabe si es el sexo, o la agonía
del deceso. La casa de las bellas
durmientes posee una sensualidad impersonal, casi indiferente, que evoca
los apuntes de Kawabata mismo cuando vio a Tokio en ruinas después del
terremoto de 1923, una ciudad en contorsiones, con progresiones de formas casi
eróticas, la violencia, los montones, Kawabata evoca la virginidad de la ciudad
y de las geishas, desnudas por la convalecencia; así mismo son alude a los
cuerpos de las niñas que duermen el sueño de la lisérgica junto a Eguchi, el
protagonista, un hombre de sesenta y siete años que debe permanecer perpetuo,
ajeno, a una belleza impenetrable.
Esa
habilidad de Eguchi para escrutar los cuerpos con la lisonja de la
reminiscencia, es una cualidad que Kawabata obtuvo viviendo con su abuelo ciego
una vez que quedó huérfano; las cavilaciones del viejo Eguchi, intentando remediar
la ausencia, son transcripciones del horno del dolor, al jarrón del texto, los
motivos del texto se originan en la mutilación de la memoria, del espíritu
llevado al extremo del suplicio por aflicción, nace la sensualidad.
Nadie
más tiene la trasparencia para narrar la carne de las mujeres que permanecen
dormidas por los narcóticos, para armonizar el sueño de viejos cuerpos envilecidas
por el silencio del tiempo, pues, en un testimonio de las relaciones con su
abuelo ciego, moribundo, y en sueño perpetuo, no hay duda que el deterioro del
cuerpo demacrado sea el origen de esa extraña y macabra transparencia de la
carne presente con tanta frecuencia en su obra.
Hoy
por hoy la crítica cree en la facilidad de la cita como influencia, lo evidente
aparece como información erudita. Llegar a La
casa de las bellas durmientes con una lectura sugerida por Gabriel García
Márquez es una contingencia barata para la literatura de Kawabata. El pacto de
lectura con el que se llega a un texto de esta franqueza debe ser muy distinto
al que sugieren ingenuas influencias, de lo contario, se leerá en Eguchi una
perversión, y en su silencio: una maldición del Caribe.
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KAWABATA,
Y., El bello Japón y yo, trad. 1968,
Dos ensayos de Yasunari Kawabata; Emecé ed.
KAWABATA,
Y., La casa de las bellas durmientes,
2012; Barcelona, Emecé ed.
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